El Despertar I

|Capitulo veintitrés|

|Todo es sobre ella|

†Alessandro†

Insoportable.

Así es como se siente el vacío que se propaga en mi pecho, en mi cuerpo. Mis manos tiemblan y mi corazón se retuerce, nervioso y entusiasmado hasta rozar lo doloroso. Phin ya se ha ido hace tiempo, pero yo no soy capaz de levantarme aún. Siento que, si lo hago, mis piernas cederán y caeré al suelo sin nada de gracia. Como un peso muerto y patético.

«Él tenía razón» pienso.

La segunda vez que el tema se abordó, él dijo que ya debería hacerlo. Que ya debería ser sincero. Pero después de haber pasado tiempo con ella, de ser objeto de su mirada celestina y sus escondidas sonrisas, además de esos atractivos ceños fruncidos y miradas enfurecidas, el miedo tomó terreno y me ató de manos. Quería más tiempo para lo que sea que estuviésemos haciendo, para lo que estaba sintiendo. Algo que ya habia nacido hace mucho y se habia mantenido, medio despierto y medio dormido. Pero presente en el fondo de mi centro, en cualquier pensamiento. Porque mi vida comenzó cuando la conocí, cuando la vi. Aquella niñita caprichosa de seis años se había metido en mi piel de una manera violenta y casi abusiva, negándose a volver a salir. Sus ojos celestes eran tan expresivos a veces que te hacían sentir como si fuesen a ahogarte y, a su vez, significaran tu única salvación. Y en la sequía en la que mi universo se encontraba, Adeline habia resultado ser aquella ruidosa lluvia que llenó y curó las grietas que se habían formado en la tierra seca.

Por eso pasé tanto tiempo buscándola. Por eso, cuando entendí que la lejanía no solo se sentía, sino que también estaba, mal supe que ya no podía ignorar lo que significaba. Lo que significaba para mí. Y entonces entendí algo más.

Estaba en peligro.

Y el lugar que se supone debería protegerla solo la estaba entregando a él mismo.

Pero, ¿cómo podría un niño de once años rescatar a su única razón de vivir? ¿Cómo lo haría, cuando ya lidiaba con su propio peso, con su propio infierno? Hallar la forma no fue fácil, tampoco poco doloroso, pero cuando aquello mismo significa más que tu salvación, aprendes a sacar fuerzas desde donde sea.

Y yo habría incluso excavado hasta el centro de la tierra si así debiera.

Ahora, el plan que minuciosamente habia formado por años se estaba cayendo a pedazos. ¿Por qué? Fácil, olvidé tener en cuenta un ligero cambio de puntos. Y esos puntos sorpresivos fueron mis propios sentimientos. Desde lejos, preso de la desesperación y la necesidad de volver a tenerla, no tuve en cuenta las diferentes formas que me afectaría con su presencia. Con su cercanía. Y cuando menos me lo esperé, ahí estaba. Encantado y ahogado por su esencia, y no me refiero a lo que me atrajo de ella en un primer momento.

Y a pesar de que deseaba seguir explorando aquella parte de ambos, ya no podía. Porque el paso decisivo se dio sin ser planeado, fue un error de mi parte que hizo que el juego cambiara y que se saliera de mis manos. Algo que no busqué, pero que ocurrió. Y ahora ya no daría marcha atrás, porque no solo fui yo el que comenzó a moverse.

Sino algo más, y era exactamente de ellos de quienes la tenía que salvar.

Salí de la biblioteca cuando comprendí que quedarme allí sentado no me daría nada. Pensar en mis errores… no, necesitaba otra perspectiva. Y quien mejor que aquella persona que me habia ayudado desde un principio. Para mí, y pese a sus salidas de balance, Leandro Matarazzo representaba la bofetada que necesitaba algunos días. Y podría decir que le devolvía el favor, pero él tenía mejores anclas. Más profundas y pesadas.

Yo, en cambio, no tenía nada.

Salvo a ella.

Y estaba corriendo el riesgo de perderla.

Levanté la mirada y respiré hondo cuando me encontré con una mirada dura y azulada. No me sorprendió verlo allí parado, esperando. Oculté mi mierda tras una sonrisa acida y ladina, y aquel gesto solo pareció provocar aún más la ira reprimida que guardaba dentro. Supe, desde esa mañana, que estaría en la lista negra de Andrew Matarazzo sin importar lo que sucediera después. Y la razón era bastante sencilla, a decir verdad. Solo habia que tener en cuenta la forma en que la miraba a ella, la forma en que su respiración se desequilibraba cuando estaban cerca.

Para Adeline, mi respuesta sobre mis celos sobre Andrew debió ser algo en general gracias a lo que dije después. Pero la realidad era que, en verdad, sentía unas especiales ganas de alejarlo de ella cada vez que se le acercaba. Cada vez que la tocaba y abrazaba. Me pregunté si mis intenciones serían tan evidentes como las suyas que, iguales a las mías, se dejaban ver en la forma en que me miraba.

—¿Se te perdió algo? —pregunté a secas cuando, en mi intento por sobrepasarlo, el rubio se interpuso en mi camino de nuevo.

El muy imbécil dejó salir una sonrisa divertida.

—No, pero creo que a ti sí —dijo y, por un breve momento, me dejó confundido.

Hasta que me mostró no sin un deje de orgullo el trozo de papel que le habia dado a Phin para que se lo entregara a Adeline. Y él lo tenía. La falsa calma que sentía se fue por completo a la mierda y lo miré sintiéndome iracundo, sintiendo que podría borrar su sonrisa a golpes para nada honestos. Y me imaginé haciéndolo, me imaginé disfrutando de tal acto de una manera sádica y oscura. Tuve que aguantar la respiración y empujar al pensamiento lejos cuando casi toma el control.

«No podía perderlo, no ahora».

Sí lo hacía… sería el fin.

—Creo que hasta en Alaska robar correspondencia ajena es un delito —dije, apretando los dientes.

—Qué casualidad —dijo, sonriendo de oreja a oreja. Habia un brillo oscuro y desequilibrado en su mirada, uno que me hizo preguntarme si la razón de que él estuviera aquí no solo se tratase por su hermano —, yo creí lo mismo sobre el acoso.




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