El despertar místico

CAPÍTULO 12

SYNA

 

Observo ansiosa de Ramiro a Ulises y viceversa. Nos encontramos en el baño de una de las tantas habitaciones que hay en la casa. Dorian se encuentra apoyado en el marco de la puerta, unos metros detrás de mí.

Giro y nuestros ojos no tardan demasiado en encontrarse. Intercambiando gritos silencios, exclamando nuestros temores jamás expresados.

 

Rompo el contacto visual cuando siento una pequeña mano sostener la mía.

 

—¿Me tengo que bañar porque huelo mal? —cuestiona el pequeño y yo rió, divertida por su infantil asimilación.

 

—No, no es por eso —me agacho para quedar a su altura y acaricio su cabello —¿Confías en mí, Uli?

 

Él asiente con la cabeza, totalmente convencido.

 

—Si todo sale bien, ya no te sentirás mal…

 

No tiene oportunidad para contestar, Ramiro se nos acerca a paso ligero y capta la atención de Ulises.

 

—Ya todo está listo —tras esas palabras, nos acercamos a la bañera y con ayuda de Dorian lo desvestimos.

 

Poco a poco ingresa a la bañera cubierta de agua fría y hielos, que se encargan de mantener las bajas temperaturas allí.

 

—¡Está muy fría!

 

—Lo se cariño…

 

Veo cómo sus dientes castañean, el sonido de estos chocando se oye por toda la habitación. Luego de unos minutos su piel comienza a tornarse pálida y sus labios adquieren un tono azulado.

Me remuevo, alterada, tras el paso del tiempo. El corazón me late aceleradamente y una mala sensación me persigue.

 

—Tranquila...Ramiro sabe lo que hace —dice Dorian a mi lado.

 

—Creo que esto fue un error, nose...—suspiro y me acerco un poco más a él —No tengo una buena sensación —le digo en un susurro.

 

Me observa extrañado, con una ceja alzada y no puedo evitar pensar, que incluso con esa expresión se ve atractivo. Corro mi mirada de la suya y me vuelvo a concentrar en Ulises, intentando olvidar aquellos pensamientos sobre Dorian.

 

El niño se ve tranquilo en la bañera, se encuentra rodeado de hielos y el frío es perceptible para cualquiera al acercarse. Ulises se encuentra en calma, tanto que su respiración es apenas perceptible, debes acercarte y prestar mucha atención al movimiento en su pecho para corroborarlo.

Los tres nos mantenemos en silencio observando a Ulises.

Pero soy incapaz de seguir manteniéndolo. Un nudo se forma en mi pecho y siento como si mi alrededor se estuviera evaporando.

 

No lo razono, no cuestiono, solo grito.

 

Dejó que aquel grito corra por mis cuerdas vocales, casi desgarrándose. Es un grito desesperado, lleno de dolor.

 

Los vidrios explotan, el suelo tiembla y las paredes se rajan.

Más mi dolor es mayor al desastre que el grito causó. La destrucción que queda a su paso solo es una minúscula parte de lo que siento.

 




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