El destino 2.

Capítulo 22.

La llama roja alumbraba todo, y pudieron ver lo destrozada que estaba la capilla. Todo estaba destrozado y plantas crecían bajo el suelo quebrado de piedra. Tampoco era muy grande, y recorrieron lo poco que quedaba muy rápido. No encontraron nada que les llamasen la atención.

- Tu conoces este lugar – dice Mia al caído -. ¿Dónde crees que se escondería?

- No lo sé. Solo he estado dos veces en esta capilla, y una de ellas es ahora – Asmodeo se acerca al pequeño altar destrozado y lleno de polvo -. No suelo pisar las iglesias o capillas. Contacto cero con el de arriba.

Mia pone los ojos en blanco y comienza a buscar de nuevo, por si había pasado algo por alto. Recorre cada rincón, y les pide ayuda a los chicos para mover un gran trozo de pared. Bajo él se encontraba una trampilla. Rápidamente la abren y un horrible olor a cerrado les impacta. Mia tiene que apartarse corriendo, ya que iba a vomitar. 
Desde que se pudo convertir había tenido un olfato muy bueno, pero con el embarazo se había desarrollado mucho más.

- ¿Estás bien? – Joseph estaba a su lado, mirándola con preocupación.

- Sí – responde limpiándose la boca con el dorso de la mano. Se le había quedado mal cuerpo, pero quería bajar.

Joseph asiente, pero no había creído lo que le había dicho, y bajaron por las escaleras de piedra. 
Asmodeo fue el primero en bajar y se ocupa de apartar todas las telarañas que se encontraba. Cuando llegó al final de las escaleras vio una antorcha clavada en la pared, y otra le seguía. Con un chasquido de dedos las antorchas se encendieron e iluminaron el largo pasillo. Escucha que Mia empieza a toser y que llevaba la nariz tapada, y para que la chica se sintiera a gusto, utiliza sus poderes para que todo lo que les rodease estuviese limpio.

- Gracias – susurra ella al ver lo que el caído había hecho.

Caminaron por el largo pasillo. A Mia se le hacía interminable, ya que no llegaba a ver el final. Tras varios minutos, se detuvieron frente una puerta de madera desvencijada. En ella había un candado oxidado, que Asmodeo rompió y se adentraron en la sala. El caído reconoció donde se encontraban. Se trataba de las mazmorras del castillo.

- ¿Dónde estamos? – pregunta Joseph. Todo estaba muy oscuro. La poca luz que entraba era de las antorchas del pasillo.

- En las mazmorras del castillo – susurra Asmodeo cogiendo una de las antorchas y se adentra más profundo en las mazmorras -. No se puede entrar a ellas por el castillo. Lucifer se ocupó de que nadie pudiera bajar aquí.

Poco a poco va encendiendo todas las antorchas que había en esa enorme habitación y pudieron ver con más claridad. Todos los elementos de tortura habían desaparecido y solo quedaba una pequeña cama, una mesa y una enorme estantería repleta de libros junto con una pequeña mesa.

- Alice estuvo viviendo aquí – susurra el caído -. Aún quedan restos de su esencia.

Mia se acerca a la mesa, donde se encontraban muchos manuscritos, pero no entendía nada de lo que ponía en ellos.

- Parece un hechizo – dice Joseph mirando los manuscritos -. Pero nunca había visto nada como esto.

Asmodeo se acerca y cuando ve los manuscritos se queda de piedra. No se podía creer lo que estaba viendo. Una pequeña sonrisa se forma en su cara.

- Es magia enoquiana – coge uno de los tantos manuscritos -. La misma magia que creó los sellos.

- ¿Quieres decir...? – Mia mira la mesa de nuevo -. Fue ella quien hizo que los sellos se rompieran – Mia encaja todo en su cabeza -. Encontramos un libro. Hablaba de Alice. Ahí es cuando empezamos a buscar sobre Lucero.

- Sí – dice Joseph, intentando recordar lo que ponía al final del libro -. Había una nota al final, creo que era: Tú me has convertido en la mujer que soy ahora, y por ello siempre te amaré, aun sabiendo que no podemos estar juntos. Pero haré algo por ti, mi lucero. Pues serán mis descendientes quienes te liberen y puedas enfrentar a tus hermanos. Siempre te amaré mi lucero del alba. Siempre tuya. Alice.

Asmodeo sacude la cabeza. Todo esto lo hizo para ayudarles. Aún no se podía creer que una mujer tan buena como ella, quisiera y protegiera a unos monstruos como ellos.

Los tres se ponen a rebuscar entre los libros y manuscritos que estaban en la mesa, y Asmodeo encuentra un sobre bien sellado. En él ponía su nombre. Sin pensarlo lo abre y coge la carta de su interior.

Querido Asmodeo:

Escribo esto porque sé que serás tú quien haga que las cosas cambien. He visto lo que va a pasar gracias a los poderes que todos vosotros me concedieron. 
Sé que intervendrás en cuanto puedas salir, aunque hay probabilidades de que no sea así, pero conociéndote sé que lo harás. He visto lo que sucederá si lo haces. No pienso contarte nada, pues soy una persona que piensa que lo mejor es no saber que nos depara el futuro. Solo te diré que no será nada fácil para ti, dado que tendrás que pagar por tus acciones.

Siento que no podamos vernos, por lo menos no todavía.

No olvides que los quiero a todos. Alice.

El caído guarda la carta.

- Lo mejor será llevarnos todo lo que hay aquí – les dice a los alfas -. Volveremos mañana a por todo.

En cuanto salen de las mazmorras Asmodeo pone una protección para que nadie pudiera pasar. Era mejor ser previsor.

Fueron a la mañana siguiente a por todos los libros y manuscritos de Alice y volvieron al claro. Debían estudiar todo minuciosamente, y eso hicieron. Se pasaron dos meses y aún no habían descifrado ni la mitad.

En esos dos meses que habían pasado los planes con los vampiros habían ido mejorando y Emmett, con la ayuda de Sebastian y Robert, fueron convenciendo a muchos de los vampiros que llegaban a la ciudad. Aún quedaban muchos, pero habían dado un gran paso.




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