El Destino de Dos Imperios

Capítulo 1: No

—¡Te he dicho que vas a ir! —brama la voz de mi madrastra, tan afilada como una daga oxidada. Cada palabra es un golpe que desgarra lo que queda de mí—. ¡No eres nadie! ¡Una bastarda inútil! ¡Al menos haz algo con tu existencia patética y ve a esa academia!

—Ma... madre... —musito, tratando de sostener su mirada, pero no alcanzo a terminar.

Su mano ya ha cruzado el aire y se estrella contra mi mejilla con un golpe seco y brutal. El mundo gira. El ardor se esparce por mi piel, pero lo que verdaderamente me duele... es el miedo. El miedo constante, que ya no me deja dormir.

—¿Cómo te atreves a llamarme así? —escupe, con la boca llena de veneno—. ¡Soy tu emperatriz, maldita! ¡Tu madre está pudriéndose en el infierno!

Me agarra del cabello y lo hala con tanta fuerza que siento que me arranca el cuero cabelludo.

Grito por dentro, pero por fuera solo tiemblo. Siempre tiemblo. Me han enseñado que hablar es peligroso, que llorar es rebeldía, que vivir... es un castigo.

—L-lo siento... —mi voz se rompe, como mi alma.

No se va sin su ritual diario. Otra cachetada, más fuerte que la anterior. Un recordatorio de que soy menos que nada.

Y eso... eso es solo un día normal.

¿Quieres saber cómo son los malos días?

No. No quieres.

Todos allá afuera creen que ser una princesa es tener coronas, vestidos, sirvientes... amor.

Qué fácil es soñar con cuentos de hadas cuando no vives en uno convertido en pesadilla.

Yo no tengo un palacio. Tengo una prisión dorada.

No tengo familia. Tengo carceleros.

No tengo nombre. Tengo apodos: “La desdichada Ivery”. “La sombra”. “La inútil”.

¿Mi padre?

Un cobarde ciego de amor que me vendió al monstruo que duerme a su lado.

¿Mis hermanastros?

Demonios. Sin máscaras. Y yo, su presa favorita.

¿Sirvientes?

Cuerpos sin alma que disfrutan mi dolor más que mi madrastra. A veces creo que compiten por ver quién me hace sangrar más.

¿Sabes cuántos días llevo sin comer? Tres.

Todo porque uno de mis hermanastros, Lían, intentó tocarme... otra vez. Me aferré a la tetera con manos temblorosas, y se me cayó encima. Lo manché un poco. Solo un poco.

Su castigo fue “ejemplar”.

Desde entonces, cada madrugada, me despiertan con 25 latigazos. Uno por cada gota de té. Uno por cada suspiro que aún me queda.

Mi cuerpo ya no sana. Mi espalda es un mapa de heridas mal cerradas. Mis manos tiemblan incluso cuando están vacías. Mi corazón... ya no sabe cómo latir sin miedo.

He intentado ser obediente. He intentado callar. He intentado amar lo que me mata.

Pero estoy al límite.

¿Sabes qué es lo peor que le puede pasar a un niño?

Que su madre muera… y que su padre decida reemplazarla.

Porque un hombre enamorado se olvida de su propia sangre. La niega. La entrega. La mata en vida con una sonrisa.

Mi padre me prometió que lo hacía por mí. Que necesitaba una figura materna. Que ella me cuidaría.

¿Cuidarme?

Sí. Me cuida de ser feliz. Me cuida de olvidar mi lugar.

Le he suplicado. Le he mostrado mis heridas. Le he rogado con el alma hecha cenizas.

Y él… él solo me acaricia la cabeza con indiferencia y dice:

—Ella es tu madre ahora. Está en todo su derecho.

No, padre.

Ella no es mi madre.

Mi madre está muerta.

Y a veces... desearía estarlo yo también.

Recuerdo...

Recuerdo cuando tenía siete años. Cuando aún tenía una madre de verdad.

Su voz era suave. Sus caricias sabían a ternura. Sus abrazos me hacían sentir que el mundo era un lugar seguro.

—Mi pequeña Ivery —solía decir mientras cepillaba mi cabello—. Algún día volarás lejos de este lugar. Serás libre, como las aves del amanecer.

Yo sonreía. Me sentía especial. Me sentía amada.

Pero el destino no respeta las promesas. Y cuando ella enfermó, todo lo que conocía se desmoronó.

La última vez que la vi, sus labios estaban pálidos, pero aún trataban de sonreír.

—No dejes que nadie apague tu luz, mi niña. Eres la hija de la luna.

Fueron sus últimas palabras.

Y desde entonces... todo ha sido oscuridad.

Después de su muerte, los días se volvieron grises, los muros más fríos.

Mi padre se encerró en sí mismo. No lloró. No me abrazó. Solo dejó de mirarme.

Hasta que llegó ella: la mujer que se robó su atención, su cariño, su voluntad. Y con él... me arrancó a mí también.



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En el texto hay: fantasia, amor, herederos

Editado: 14.04.2025

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