El Destino de Dos Imperios

Capítulo 3: Decisión

Kaelen

—¡Cállate, ¿quieres?! —gruño entre dientes mientras me abro paso entre las bestias con garras ensangrentadas y fauces deformes.

Mi amigo insiste en hablar, pero no tengo espacio para distracciones. Estamos rodeados de demonios en fase irracional. Son más rápidos, más fuertes, más crueles. Criaturas que han perdido todo vestigio de pensamiento y solo buscan arrasar con todo. Aun así… los aniquilo uno por uno.

Mi poder se desata con rabia, como si respondiera al ardor que siento en el pecho. Cada golpe que doy no es solo para vencer, es para vaciar algo que arde dentro de mí. Mis puños no golpean solo demonios… golpean al mundo que permitió que ella sufriera. Golpean el aire como si pudieran romper el destino.

—Kaelen… —mi amigo se acerca, dudando por primera vez—. ¿Qué te pasa? Tú solo acabaste con todos… y no estás… bien.

No respondo. Apenas le lanzo una mirada oscura antes de girarme y acelerar el paso. No quiero hablar. No ahora. No cuando el rostro de esa chica sigue clavado detrás de mis ojos cada vez que parpadeo.

Esa chica… tan hermosa que parece sacada de un mundo que no merece tocarla… pero tan rota que incluso en mis sueños duele verla. Siempre está llorando. Siempre está sangrando. Siempre está sola.

Y yo, maldita sea, yo no puedo tocarla.

Cuando intento hablarle, no me escucha. Cuando quiero protegerla, mis manos atraviesan su cuerpo como si fuera niebla. Pero su dolor es real. Lo siento como si me perforaran el alma. Cuando ella llora, algo en mí despierta con furia… una rabia que me hace querer destruir este mundo. Porque si ella sufre, ¿para qué vale este mundo?

Al llegar al palacio, la sensación de vacío no desaparece. Solo me siento más atrapado. En el comedor me espera mi madre, la emperatriz. Su mirada me analiza con precisión letal. Ella puede leerme. Puede ver lo que me está consumiendo.

—¿Cómo te fue, querido? —pregunta con suavidad. Esa voz que mezcla ternura con poder.

—Bien —respondo seco, evasivo. No quiero que sepa que estuve a punto de perder el control otra vez.

—Yo no diría bien, jeje… —se mete el idiota de Tureo, mi único amigo, aunque más parece mi sombra irritante.

—¿Cómo? —pregunta mi madre de inmediato, su mirada tornándose más intensa.

—Nada —respondo mientras agarro una manzana y me voy directo a mi habitación. El hambre es un insulto cuando pienso en ella. ¿Cómo puedo comer cuando sé que esa chica lleva días sin probar bocado?

Cierro la puerta con fuerza y me hundo en el silencio. Me dejo caer sobre la cama, con la manzana aún en la mano. Pero no la muerdo. Solo la observo.

Cada vez que cierro los ojos, ahí está. Su figura. Su llanto. Su dolor. Su cuerpo herido, frágil como cristal a punto de romperse. Su cabello negro enredado, su espalda ensangrentada, y esos ojos dorados… los más hermosos que he visto, incluso bañados en lágrimas.

Intento tocarla en mis sueños. Quiero gritarle que no está sola. Que yo existo para protegerla. Que ya la amo aunque no sepa mi nombre. Pero no me escucha. Mi mano atraviesa la suya. Mis palabras son viento. Y cuando ella llora, yo siento que el corazón se me llena de fuego.

Quiero morir por no poder salvarla.

Quiero matar por no poder abrazarla.

Me dejo caer en la cama, extenuado. Más tarde debo hablar con mi padre sobre la academia. Pero ahora… solo quiero soñar. Aunque duela.

Me duermo, y como siempre… caigo en ese lugar oscuro.

Y ahí está.

Tirada. Destrozada. Su piel herida. Su respiración entrecortada. Su cuerpo tembloroso como si la vida se le escurriera entre los dedos. Me acerco, arrodillándome junto a ella. Extiendo la mano y mi pecho se parte cuando atravieso su piel sin poder sostenerla.

Entonces… aparece esa bruja despreciable. Esa mujer. La que siempre la golpea. La que siempre la arrastra como basura. La que cree que puede romper a mi reina.

—¡Suéltala! —grito. ¡Suéltala, maldita sea! Pero no me oye.

Y cuando veo que alza una daga para herirla otra vez… el dolor me explota en el pecho.

—¡SUÉLTALA! —grito, despertando de golpe, bañado en sudor y con los ojos al borde del colapso.

Mi madre entra al cuarto, rápida, con esa sonrisa suave que ya no engaña a nadie.

—¿Otra vez ese sueño? —pregunta con calma.

Cuando dije que mi madre puede ver mis secretos, no era una metáfora. Ella ve, realmente ve. Y es la única que sabe lo que me ocurre.

—Olvídalo, madre —digo, deseando que no me pregunte más.

Pero claro que no lo hace.

—No lo olvido —responde con la voz temblorosa—. Es el destino de mi hijo el que está en marcha.

Sus ojos se tornan rojizos, el poder de su linaje aflorando por la emoción. Está perdiendo el control. Como yo.

—Mamá, cálmate…

—¿Cómo quieres que me calme, Kaelen? —me grita con el alma rota—. Si esa pobre criatura es la chica de la profecía… y está sufriendo así… y tú no puedes hacer nada… ¿No te duele? ¿No temes que un día no la vuelvas a ver? ¿Que muera sin que tú llegues a tiempo?



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En el texto hay: fantasia, amor, herederos

Editado: 30.04.2025

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