Evan acompañó a Aria por la acera, tenía el estómago lleno de postres y el sabor dulce todavía no abandonaba su boca. Comió cuanto pudo para recargar sus energías, deseó poder llevarle algo a Roxy pero no quiso arriesgarse a traspasar contrabando porque no era seguro.
«Pronto la llenaremos con comida» Gruñó su animal «Deliciosos postres para desayunar» Solo debían quitar a Richard de la ecuación.
—Nos quedaremos aquí y aportaremos lo que nos toca —ella dijo al detenerse—. ¿Seguro que no quieres que te ayude a matarlo?
Evan negó.
—Antes de poder llegar a él debo deshacerme de los guardianes y asegurarme una lucha limpia por el puesto.
Podría haber aceptado, porque creía en las habilidades letales de Aria, su recién descubierta hermana mayor era una pequeña máquina mortífera con garras, dientes y un leopardo cruel cuando se lo molestaba, y ahora... Evan lo sentía rondar peligrosamente cerca, no estaba seguro que pudiera quedarse al margen como le había pedido.
Un movimiento detrás de ella, y luego el aroma le ayudó a no saltar sobre el tipo que se acercaba, reconoció al compañero de Aria por los ojos dorados. El puma le saludó con una leve inclinación y luego rodeó la espalda de Aria para acercarla. En cualquier otro momento, Evan habría esperado un siseo de advertencia, pero ella estaba distinta, Aria se dejó llevar.
—Sean.
—Evan.
Tres alfas reunidos en un mismo punto, nadie creería que eso era realmente posible.
—Creo que ahora eres mi pequeño cuñado —dijo Sean con una sonrisa arrogante.
Evan entre cerró los ojos.
—Ya no soy un cachorro.
—Déjalo, está bromeando, a los pumas les encanta jugar.
—No sabes cómo... —Sean rió por lo bajo—. ¿Es hora de regresar?
Sean se acomodó el cabello mojado que caía en desorden sobre la frente, mojado y pegajoso.
—No, nos quedaremos en un hotel. —Aria miró alrededor—. Te contaré todo allí.
Ella se desprendió del agarre de su compañero, y abrazó a Evan una vez más. Por un momento tuvo el deseo egoísta de que lo hubiera encontrado siendo un solitario, para así poder volver con ella. Pero el tiempo que perdieron cuando los separaron no lo recuperarían jamás, esa era la dura realidad que mantenía a Evan en el camino, si todo salía como esperaba tendrían tiempo para reconstruir un lazo de hermanos.
—Antes de hacer cualquier cosa, debes practicar el bloqueo para proteger a Roxy, eso es lo primero.
Evan estuvo de acuerdo.
—Sí, nos volveremos a ver, yo te aviso.
Separándose, Aria le ofreció una sonrisa suave y regresó con Sean. Evan los vio ingresar al coche del puma y desaparecer en las solitarias calles nocturnas rumbo a un hotel. La hora marcaba las dos y media de la madrugada, todo lo que deseaba era volver junto a Roxy, pero su lado racional le ordenaba no arriesgarse a ser capturado antes de que terminara el toque de queda. Así que, agotado, Evan fue hasta una parada de autobuses y se recostó en el banco cubierto por una cúpula de metal. Resguardado de la lluvia, hizo vibrar el vínculo en su interior para hacerle saber que estaba bien, y contando los demás que lo unían con todos los leopardos, se durmió.
Alguien le movió tiempo después, Evan despertó sobresaltado y se encontró con el rostro añejado de una anciana con paraguas, la lluvia era menos intensa y la claridad estaba levantando el velo de oscuridad. Evan revisó el reloj de plástico, el alivio barrió con su cuerpo al saber que eran las siete con diez minutos.
— ¿Tienes hambre? —Preguntó la anciana—. Puede usted venir a casa, hay comida y agua caliente, también ropa abrigada.
Evan le sonrió a la anciana, ella tenía un bonito color de ojos, gris apagado que combinaba con los rizos blancos. Ella debió haberle confundido con un indigente.
—Gracias señora, pero no vivo en la calle.
Ella le sonrió.
—No tiene que mentir, joven.
—No miento, yo vivo en el bosque a las afueras del pueblo. En el clan Fire Heart.
La anciana frunció el ceño, había algo de sorpresa y confusión en ese gesto, luego regresó esa mirada que le hacía sentir como si estuviera hablando sobre algo imposible de creer.
—No existe ningún clan a las afueras de Oak Hills.
Evan tragó duro, debía haber perdido la memoria, o desvariando.
—Sí, el clan de cambiantes leopardos, los Fire Hearts.
La mujer volvió su mirada tierna hacia Evan, ¿acaso sentía lástima hacia él? Se le estaba acabando la paciencia.
—Ese clan ya no existe desde hace cinco años, joven, todos aquí lo saben.
Sintió la fría rabia erizar el pelaje del animal, conectando los puntos con tanta rapidez que ahora la ansiedad de sangre regresó con la promesa de violencia. Richard Gardner no solo los encerraba, humillaba y hería, borró del mapa el nombre del clan, les arrebató la identidad a los ojos del pueblo y eso... Era negarlos.
—Debo irme —dijo levantándose de un salto.
—Espere, joven...
Evan no miró atrás, sentía la sangre correr bajo su piel, el ardor cercano a la transformación, Evan contuvo al leopardo que presionaba por salir, estaba furioso y ahora eso le complicaba el razonamiento. La caminata no despejó sus pensamientos, de rival a enemigo, Richard valía menos que basura para él. Llegó al desvío 67, el lugar donde comenzó todo esto, recordó la noche en que inocentemente cayó en la trampa de Roxy, el dolor del puñal y... Todo. Miró atrás, Evan podría retroceder y huir, volver a la vida de solitario... «Tenemos una familia que nos espera» Sonrió regresando la mirada al frente, Evan se deshizo de la mochila, utilizando las garras la enterró al lado de la ruta colocando piedras en pirámide para regresar por ella después. Con la mirada en alto, se internó en el desolado bosque, confiado, más que nunca, y decidido a acabar con todo esto de una sola vez. Se cruzó con varios guardias en el camino, pero ninguno podía hacerle nada más que mirarlo con altivez y repulsión.