Roxy se arrodilló frente al montón de tierra removida, a ambos lados la nieve se hallaba corrompida por el color terroso que la manchaba en una mezcla de blanco y marrón. Un montón de tierra sin una planta que transformara la muerte en nueva vida, solo un espacio alterado del manto invernal.
Sabía que lo merecía, pero en lo profundo Roxy sentía un dolor agobiante que ni siquiera el leopardo podía calmar a través del vínculo. Tenía recuerdos, una vida antes de que apareciera Richard, una amiga... Ambas construyeron hermosos recuerdos y anécdotas que ahora solo estaban en su memoria, y eso... Dolía, porque a pesar de todo lo malo que pudo haber hecho, Ofelia fue su mejor amiga, el apoyo en tiempos difíciles, una persona tan cercana a ella que casi parecían hermanas.
Ver la tumba sin sangre sobre la tierra ni árbol... Era devastador, Roxy sentía emociones encontradas luchando en su corazón.
—Roxy...
— ¿Podremos plantar sus flores favoritas cuando la primavera llegue?
Evan quedó sorprendido por la pregunta, y Roxy se refugió en sus brazos.
—Sí, todas las que quieras.
Eso no hizo que amainara la turbulencia arrastrándose a través de su cuerpo con amarga violencia.
— ¿Por qué no plantaste un árbol Evan? —Preguntó, su voz salió como susurro.
Los brazos de Evan se ajustaron alrededor de su cuerpo.
—Todos se negaron, ¿qué más podía hacer?
—Eres el alfa ahora —replicó—. Tienen que obedecerte.
—No Roxy, las cosas no son así. La autoridad tiene un límite, si no lo uso ustedes pierden su libertad individual. —Evan besó su cabeza dulcemente—. Y en todo caso, ¿qué importancia tiene? No es como si le hubiésemos dejado su cuerpo abandonado al aire libre.
—Tú no lo entiendes.
— ¿Qué cosa? Dime.
Roxy observó el montón de tierra, alrededor todos los árboles que señalaban cada tumba. Ellos podían identificar a sus seres queridos por el tipo de árbol creciendo con los nutrientes regresando a la tierra que los sostenía. Pero nadie recordaría la tumba de Ofelia Schmidt-Gardner, porque solo era tierra.
—Ellos forman parte de los árboles, están aquí, alrededor, ¿puedes sentirlo?
Evan miró alrededor, y luego negó lentamente. Roxy lo entendía, no nació en el clan, tampoco fue criado con las creencias y costumbres, Evan era ajeno a todo esto, sus ojos solo veían árboles pero Roxy podía sentir... Era como si en ese lugar pudiera rodearse sus amigos y familiares, que aunque invisibles, los observaban desde aquellos grandes seres vivos. ¿Cómo podía explicárselo? No supo, Evan no comprendería...
—Cada árbol nos recuerda a alguien —dijo, apuntó al más reciente, el pequeño pino de Ronnie—. Pero Ofelia no lo tiene y todos olvidarán su tumba.
—Creí que le odiabas.
Y ese sentimiento no se terminaba, pero también le quería, lo que era terriblemente contradictorio para su corazón.
—Hizo cosas malas, pero no tanto como Richard... —murmuró, inevitablemente los recuerdos se regaron en su mente como gotas de lluvia—. Fue mi mejor amiga, crecimos juntas... —Tragó duro, esto era difícil—. Yo no quería su muerte solo que abriera los ojos y recapacitara sobre toda la crueldad de su pareja.
Roxy emitió un sollozo bajo, como un quejido, era el triste lamento de la perdida. El dolor era profundo, agudizado por saber que no hubo tiempo para desatar todos los nudos que quedaron aquí, las cuentas no serían saldadas, no había espacio para el perdón, pero si lo hubiera... ¿Roxy habría sido capaz de perdonarle su egoísmo e indiferencia?
—No entiendo por qué se negaron a colocar el árbol, pero no lo hicieron con Richard. Eso es confuso.
La voz de Evan se oyó suave, cálida, una vez más le hizo sentir protegida y el vínculo entre ellos se movió en un ligero temblor, ambos felinos queriendo alcanzarse y hacerse un ovillo uno al lado del otro, como esa vez que se refugiaron en la cueva donde ella llegó al mundo.
—No me gusta verte triste.
Roxy aspiró su aroma, tan gélido y puro como la misma nieve que los rodeaba.
—No puedo evitarlo.
—Lo sé.
Evan se movió para mirarla de frente, el frío reclamó su cuerpo y ella tembló. El leopardo que era suyo en cuerpo y corazón le observó con ternura a través de sus ojos azules, Evan borró el rastro de lágrimas y quedó indeciso, unos segundos, hasta que su pecho resonó con un bajo gruñido que acompañó su orden.
—Quédate aquí.
Ágil, se levantó, Roxy le miró erguirse y acomodar su ropa de invierno.
— ¿Qué pasa..., Evan, a dónde vas?
—Quédate aquí, volveré.
Indecisa, Roxy optó por hacerle caso, más por curiosidad que por obediencia, no percibía el peligro en ninguna parte, el lugar era seguro, así que sea lo que sea que Evan tuviera en mente ella lo esperaría, su leopardo era espontáneo, improvisaba mucho y a veces se le ocurrían grandes y alocadas ideas disfrazadas de sueños a cumplir... Como las ganas que tenía de inscribirle en la carrera de arquitectura.
Sonrió, la sensación era agridulce. Volvió su mirada a la tumba incompleta y ahí, lejos del alcance de su pareja, se permitió sufrir el duelo en paz.
Tiempo después escuchó movimientos lejanos, Roxy limpió cualquier rastro de llanto y se enderezó, respiró para normalizar su pulso agitado. Al girarse, abrió sus ojos con sorpresa al verlo arrastrar uno de los árboles jóvenes que Sarah cultivaba cerca de su casa.
—Evan... ¿De dónde...? ¿Sarah te lo dio?
Él sonrió y continuó arrastrando el árbol sin hojas, tenía la maceta a punto de resquebrajarse.
—Bueno... No exactamente, lo tomé prestado de su jardín, nadie se dará cuenta.
Roxy se inclinó hacia atrás, visualizando el rastro que Evan había dejado en la nieve, por supuesto que todo aquel curioso que anduviera cerca dejaría sus tareas para averiguar qué o quién lo había dejado, era como dejar semillas para un montón de pájaros hambrientos.
Quiso reírse, pero luego le vio acercarse a la tumba con la intención de cavar.