El viento del amanecer filtraba luz dorada por las rendijas de la tienda. Luna aprovecha las primeras luces del alba para examinar los mapas. Varek se inclinó sobre el pergamino que estaba mirando, sus dedos temblorosos acariciando los contornos de Hesperia y la península que se alzaba al este como una lanza rota.
—Los mapas que envió la reina son de una precisión admirable —murmuró, más para sí que para Luna—. Trazados con mano experta, como si hubieran sido dibujados mirando la tierra desde el cielo.
Luna, con el manto aún cubriéndole los hombros, observaba los mapas en silencio. Su mirada recorría los caminos como quien lee un destino inevitable. Las montañas, los pasos estrechos, los puertos inciertos, todo estaba ahí. Marcado con una tinta tan fina que parecía etérea.
—¿Qué ves? —preguntó él, sin mirarla.
—Distancia —respondió ella—. Y peligro.
Varek asintió. Su barba canosa apenas se movía con el murmullo de su respiración.
—Ambas rutas tienen filo. Si cruzás Hesperia a pie, vas a depender del favor de aldeas divididas, pasos de montaña inestables y guías que cambian de lealtad con cada luna. Pero los caminos interiores son invisibles para los vigías de la Orden.
Luna frunció el ceño, señalando una línea que recorría los acantilados y luego descendía hasta la costa del Mar Interior.
—¿Y si bordeo por mar? Desde los viejos puertos de Darsulia podríamos embarcar... rodear la península de Hesperia por el sur, y llegar a Methisarys sin pisar tierra enemiga.
Varek resopló suavemente, como si la idea le supiera a hierro oxidado.
—Podrías... si los barcos aún fuesen libres. Pero no hay puerto en la costa sur que no tenga ojos, ni dársena que no huela a soborno. La Red Carmesí ha extendido su vigilancia hasta los faros y ha colocado espías en algunas embarcaciones. En el suelo hay posibilidad de perderse en varias direcciones si te persiguen pero en un barco… serias como un ratón dentro de una botella.
—Methisarys está tan cerca —susurró ella, casi para sí—. Pero todo lo que lleva a ella está cubierto de sombra o espinas.
Varek alzó la vista. Sus ojos no tenían brillo, pero sí memoria.
—Los mapas te dan rutas, Luna. No destinos. Y a veces, el mejor camino es el que no existe hasta que lo abres con tus pasos. Yo no puedo decirte cuál tomar. Pero te puedo decir esto: el mar es veloz, pero grita. La tierra es lenta… pero calla.
Luna apoyó la mano sobre el borde del mapa, donde la tinta se borraba en una costa aún sin nombre.
—Entonces caminaré. Que mis pasos no hagan ruido… pero lleguen.
Varek sonrió la serena confianza de quien ha memorizado los pliegues del mundo. Con un dedo manchado de tinta y sol, trazó un camino invisible sobre el mapa.
—Atravesaremos los caminos de los viticultores primero. Pequeños senderos que conectan los pueblos colgantes de Valdenia con las ruinas de Cerenza. Hay viejas rutas de carromatos escondidas entre los olivares. Pocas patrullas, mucho silencio. Después, seguiremos el espinazo de los montes Silvian, cruzaremos el Paso del Ciervo y bordearemos las colinas de Terrenostra. Es un camino lento, pero nos aleja de las vías vigiladas por la Orden.
Luna se inclinó para ver el trazo que él describía. Cada nombre parecía brotar del mapa como si ya lo hubiese recorrido en sueños.
—¿Y luego?
Varek dio un leve golpe con el dedo sobre el extremo oriental del pergamino.
—Puerto de Lascaria. Está sobre la costa del Adriantys —dijo, usando el nombre antiguo del mar de orillas calmas—. Pequeño, olvidado por las grandes rutas comerciales, pero suficiente. Conozco a alguien allí. Un viejo marinero, Tassio. Transporta vino, libros y secretos desde antes de que Natalia aspirara a la corona. Nos llevará. No hará preguntas. Y lo que no sepa… no lo contará.
El silencio se instaló entre ellos por un instante, como un huésped que pide permiso.
—Son rutas sin vigilancia —añadió él, apenas audible—. Las aguas del Adriantys siguen protegidas por los reinos de Hesperia, Monthelor y Methisarys. No se han rendido a Azurova ni se arrodillan ante su Decreto. No han entregado el mar, mientras naveguemos por el mar de Adriantys, ningún vigía de la Orden tocará nuestras velas.
Levantó la mirada y, por un instante, en sus ojos brilló la fe de un cartógrafo que aún cree en los espacios vacíos del mundo.
—Llegaremos al puerto de Lascaria sin ser vistos. Y de allí… Methisarys.
Ese mismo día, con el sol saliendo, enrollaron los mapas, prepararon sus pertenencias y partieron a pie hacia el Puerto de Lascaria. Cruzaron las rutas de los viticultores y las veredas escondidas entre las laderas de Valdenia, respirando el perfume tenue de la uva madura y los olivos en flor. El viaje transcurrió sin incidentes.
Una noche, ya en lo alto de los Montes Silvian, hallaron descanso en la casa de un campesino solitario que, al verlos llegar, no pidió nombres ni motivos. Tenía los ojos nublados por los años y una sonrisa que olía a tomillo y leña quemada. Les ofreció sopa de lentejas, pan tibio y una esquina junto al fuego. Luna agradeció en voz baja, sintiendo en aquel gesto sencillo un respiro en medio de su carga invisible.
Esa noche, cuando todos dormían, Luna volvió a soñar.
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Editado: 23.11.2025