El Destino de la Estrella

Capítulo XIII: Dos viajeros y un caballo

Las calles del puerto hervían con el rumor de un día que apenas despuntaba. Varek caminaba junto a Luna, manteniendo el paso ligero mientras bordeaban callejones y atajos rumbo al Barrio de las Postas.

—Debemos apresurarnos —murmuró, echando un vistazo tras ellos como si esperara que la sombra de un espía se deslizara entre los puestos—. Después de lo que hiciste, no tardará en correrse la voz… Y donde hay rumores, siempre hay oídos que no queremos cerca.

Luna no respondió. Aún sentía en sus manos el temblor del chico y la mirada agradecida de su madre. Su instinto le decía que había hecho bien. Su razón le gritaba que había sido una imprudencia.

—Al menos aquí en Methisarys podremos alquilar una carreta. — Dijo Varek, bajando la voz mientras avanzaban por la plaza central. — En una carreta podemos pasar por peregrinos o mercaderes pero igual hay que movernos con cautela.

Al llegar al Barrio de las Postas, el bullicio era mayor de lo que Varek recordaba. La ciudad, encendida por el Festival del Séptimo Ciclo, estaba devorando cualquier medio para viajar a la capital.

Posta tras posta, las respuestas fueron las mismas.

—Todo reservado hasta después del festival.
—Ni un solo caballo, ni un burro.
—Tres días, y quizá consiga un carruaje.

Frustración y urgencia se mezclaron en las miradas que intercambiaban. Varek maldecía en voz baja tras cada negativa. Luna empezaba a pensar que tendrían que partir a pie cuando entraron en la última posta del callejón norte.

El lugar olía a madera húmeda, cuero viejo y… ¿pescado?.

Detrás del mostrador, un hombre de rostro delgado, nariz puntiaguda y un parche deshilachado sobre un ojo les observaba con la misma calidez que un cuervo a un cadáver.

—¿Buscan transporte? —dijo, sin levantarse—. Tengo justo lo que necesitan.

Señaló con el pulgar hacia el establo trasero.

Un viejo caballo gris, con las costillas marcadas y mirada resignada, los observaba desde la penumbra.

—Es eso o nada —murmuró Varek al oído de Luna—. Y créeme… en este lado del continente, nada es peor.

Luna soltó un suspiro. —¿Y si ese “nada” camina más rápido?

Varek rió con cansancio y se encogió de hombros.

—Bueno… siempre podemos turnarnos para montarlo. Uno cabalga, el otro camina. Y rezamos para que no muera antes de llegar.

El viejo del parche les observaba en silencio, con la sonrisa torcida del que sabe que ha ganado una apuesta sin jugarla.

—¿Lo toman o lo dejan? —dijo, tamborileando los dedos sobre la madera.

Luna sacó unas monedas y las dejó en la mesa sin mirar al hombre.

—Lo tomamos.

Varek acarició el lomo huesudo del caballo y pensó que, al menos, aún respiraba. Por ahora.

El caballo —al cual el posadero juró llamar “Relámpago”— apenas respondía a las riendas. Varek lo guiaba con resignación caminando a su costado. Mientras tanto Luna sujetaba el manto sobre su cabeza, oculta entre la gente que iba y venía por la calzada principal que salía del puerto.

El camino a la capital de Methisarys comenzaba allí, serpenteando entre las colinas bajas y campos de cultivo. Según Varek, la primera posta importante quedaba a medio día de viaje: un pueblo llamado Virellan, conocido por su vieja hospedería de camino y sus taberneros parlanchines.

No era la mejor ruta ni el camino más directo, pero sí la más transitada. Y, por ahora, mezclarse con los peregrinos y comerciantes que acudían al festival era su mejor disfraz.

Luna se ajustó el manto y, antes de que salieran del barrio de las postas, le hizo un gesto a Varek.

—Tú primero.

—¿Por qué? —preguntó él, arqueando una ceja.

—Alguien tiene que dar la cara si el caballo decide lanzarse por un barranco —respondió ella, sin perder la suavidad de su voz.

Varek soltó una risa corta, resignado, y montó al caballo mientras Luna avanzaba a su lado.

La mañana transcurrió sin grandes sobresaltos… hasta que llegaron a la tercera curva del camino.

Primero fue un paso más corto. Luego, un trote lento. Después, un andar perezoso que parecía un desfile de despedida. Finalmente, sin previo aviso, el caballo se echó a un costado del sendero con un suspiro largo… y no se volvió a mover.

Varek resopló, desmontó y tiró de las riendas.

—¡Vamos, Relámpago! ¡Levántate, pedazo de estafa ambulante! —tiraba y el caballo, inmutable, movía apenas la trompa como si murmurara una burla.

Luna se acercó con paciencia. Mientras Varek soltaba improperios al posadero tuerto y a toda su descendencia, ella se agachó junto al animal y apoyó una mano en su lomo huesudo.

El pelaje temblaba bajo sus dedos. Había agotamiento… y algo más. Una debilidad que no era solo cansancio.

—¿Crees que…? —susurró, más para sí que para Varek.

Cerró los ojos y dejó fluir esa corriente tibia, suave como la luz del alba. Por un instante, el silencio los envolvió.



#1442 en Fantasía
#768 en Personajes sobrenaturales
#1979 en Otros
#145 en Aventura

En el texto hay: aventura, epico, elegidos

Editado: 23.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.