El Destino de la Estrella

Crónicas de los Profetas II: Los dioses de la montaña

Visión del profeta Nahvilet

En el octavo día del mes de Dekadryn del año 362 de la Era del Alba Sellada, vino a mi la luz de la eternidad y me mostró una visión de una guerra entre dioses que asolará al mundo en tiempos venideros. Recopílese la misma y pase a formar parte de los textos proféticos de la Biblioteca del Saber del Templo de Mnemosyne.

Los dioses de la montaña

Esta mañana fui arrancado de mi meditación y llevado a la cima de un monte de color de ceniza. Allí mis ojos vieron lo que ningún hombre debería contemplar: la danza de tres colosos que no eran hombres, sino dioses vestidos con carne de trueno.

Del oriente se alzó un dios oscuro, cubierto con un vestido negro, y en su mano portaba la espada segadora, capaz de arrebatar el soplo de los hombres con un solo gesto. Donde pasaba su filo, los campos se volvían desiertos y la memoria de las gentes se desvanecía en polvo. Era el dios de la muerte, y su sombra parecía eterna.

Del occidente descendió un dios de luz envuelto en un vestido blanco, resplandeciente como la aurora en medio de la tormenta. En sus manos ardían las dagas de la vida, y con ellas defendía a los hombres, quebrando los golpes del segador. Su presencia hacía que los ríos fluyeran de nuevo y que los muertos respiraran por un instante. Era el dios de la vida, y su canto retumbaba en la lluvia.

Bajo una tempestad como nunca había visto, contemple su lucha desde las alturas de la montaña, iluminados por relámpagos que serpenteban en la oscuridad de la noche. Cada choque de sus armas hacía rugir los cielos, cada golpe derribaba árboles milenarios y despedazaba las rocas gigantes. Yo vi cómo la tierra entera se inclinaba bajo su furia, como si el mundo mismo fuera a partirse.

Lucharon por todo el valle dejando un rastro de destrucción y caos a su paso. La furia de ambos era equiparable, pero aun así, el dios de la vida parecía más determinado, más dispuesto a derrotar a la muerte.

Y cuando la victoria del dios de la vida parecía segura, apareció un tercero. El dios del tiempo.

Se alzó con una túnica oscura como tierra removida y ocultó su rostro bajo una máscara de hierro que ningún hombre podría arrancar. Con un gesto de su mano detuvo la batalla: los dos quedaron clavados en el suelo como estatuas de piedra, incapaces de moverse.

El dios del tiempo ascendió a una cumbre alta volando como un pájaro sobre los árboles del valle, y allí, en la cima, trazó un círculo de fuego que envolvió el horizonte. Un anillo ardiente que buscaba devorar al mundo entero, consumiendo no sólo a los hombres sino también a las estrellas.

Entonces ocurrió lo imposible: los enemigos eternos se miraron y alzaron juntos sus armas contra aquel fuego que los amenazaba. La espada segadora y las dagas de la vida brillaron como dos auroras contrarias que se encontraron en el cielo proyectando un haz de luz cegador con la fuerza de mil soles contra el anillo ardiente.

El anillo rugió como una bestia herida, su bramido resonó en todos los confines del mundo. Los haces de luz lograron partirlo en dos deteniendo su poder y su hambre por devorar el mundo. El dios del tiempo, oculto tras su máscara, vio con terror lo que el dios de la vida y la muerte eran capaces de hacer cuando luchaban juntos.

En ese momento la visión me liberó. Hasta hoy ruego no tener que vivir para ver esta batalla y ruego que el cielo se apiade de las almas de aquellos que tengan que presenciarla.



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En el texto hay: aventura, epico, elegidos

Editado: 23.11.2025

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