El Destino de la Estrella

Capítulo XIX: El Templo de Mnemosyne

Astrid soltó a Luna y, con una sonrisa cálida, los miró a ambos —a Luna y a Varek— con ese brillo que siempre tenía cuando hablaba de algo que le importaba.

—No deberían pasar la noche en cualquier posada —dijo—. Vengan conmigo, los llevaré al Templo de Mnemosyne. Allí encontrarán refugio seguro, libros que susurran siglos de sabiduría, y gente que vive para cuidar ese conocimiento, sin buscar nada a cambio.

Varek arqueó una ceja y sonrió con cierta ironía.

—Un templo para pasar la noche no suena muy festivo, ¿no?

Astrid soltó una risa ligera.

—Es un lugar sagrado, pero también tiene habitaciones. Y les aseguro que es mejor que cualquier taberna llena de borrachos y mendigos.

Luna asintió con alivio, y Varek, tras pensarlo un instante, finalmente se resignó.

—Bueno —dijo— parece que es un buen sitio para refugiarse.

Al llegar al templo, la fachada de piedra y las ventanas altas se alzaban imponentes, con grabados de constelaciones y símbolos olvidados que parecían vigilar a quienes entraban.

Una vez dentro, Varek se volvió hacia Luna.

—Creo que mejor recorreré Methisarys para disfrutar del festival, reencontrarme con viejos amigos y perderme un poco en esta ciudad. Deberías quedarte con Relámpago, tu fiel corcel, para que pueda regresar contigo cuando estés lista.—añadió con una sonrisa traviesa—Puedes venderlo, cambiarlo, cocinarlo... ese caballo no pierde oportunidad para burlarse de mí.

Relámpago resopló y dio un paso hacia Varek, moviendo la cola con aire desafiante, como si entendiera la broma.

Varek lo miró con fingida indignación.

—¡Viejo gruñón! No hay quien te aguante —y soltó una carcajada.

Astrid sonrió al ver la complicidad entre ambos y agradeció silenciosamente la compañía y el momento de calma antes de que su misión retomara su curso. Seguidamente Varek abandonó el templo con la idea en mente de que su misión había sido cumplida.

Astrid guió a Luna por un pasillo decorado con tapices antiguos y lámparas de aceite hasta llegar a las habitaciones donde podrían descansar, rodeados por el susurro constante de las páginas de miles de libros y el latido ancestral de la memoria guardada.

Deberíamos darnos un baño — Susurró Astrid. —- Supongo que lo necesitas después de tan largo viaje. — agregó.

Astrid condujo a Luna hacia las fuentes termales del templo, un rincón de calma y frescura en medio del bullicio del palacio. Ambas se aligeraron de ropa con la naturalidad de quienes buscan alivio, y sumergieron sus cuerpos en las aguas tibias que acogían a voluntarios y visitantes por igual.

Astrid, con el torso apenas cubierto por el reflejo del agua, volvió la mirada hacia Luna y, con una sonrisa suave, preguntó:

—¿Recuerdas ese manantial en aquel pueblo?

Luna asintió, con un dejo de preocupación en sus ojos.

—Cómo olvidarlo… El lío en que nos metimos por andar de investigadoras.

Astrid la observó con ternura y dijo:

—Tu piel sigue siendo esa piel de porcelana de entonces.

Un instante de complicidad y calma se extendió entre ellas, mientras el agua cálida abrazaba sus cuerpos cansados.

Luna, ya relajada entre el vapor y el suave murmullo del agua, miró a Astrid con cierta impaciencia.

—¿Por qué me trajiste aquí? —preguntó, con la voz baja, casi un susurro entre las burbujas.

Astrid sonrió con calma y le respondió, acariciando la superficie del agua:

—En la mañana te contaré todo, Luna. Por ahora, solo debes descansar y dejar que la quietud te envuelva.

Después de unos minutos de silencio compartido, donde solo el susurro del agua llenaba el espacio, Astrid rompió la quietud con una sonrisa pícara, el brillo travieso asomando en sus ojos.

—Dime, Luna —comenzó, con ese tono cómplice que solo las amigas pueden permitirse—, ¿Dejaste algún chico enamorado o prometido en Gadiris? ¿O acaso conociste a alguien interesante durante tu viaje?

Luna levantó una ceja, divertida y algo sonrojada, preparándose para devolverle la misma picardía en la respuesta.

—No estoy comprometida —respondió Luna, encogiéndose de hombros mientras se hundía un poco más en el agua tibia—. Pero sí, conocí a un chico interesante. Un marinero.

Astrid alzó una ceja, inclinándose apenas hacia ella con esa chispa de picardía que encendía cada vez que olía una historia jugosa.

—¿Y era apuesto?

—Sí, algo —dijo Luna, sonriendo al recordar—. Aunque se asustó al ver mi bastón, tanto que se distrajo y un madero lo golpeó rompiéndole las costillas. Tuve que sanarlo para que no muriera.

Astrid abrió los ojos con dramatismo y rió entre burbujas.

—¡Ah, pero entonces lo tocaste con tus manos! ¡Eso cuenta como algo!

—Te juro que no —replicó Luna, soltando la risa—. Pero si alguna vez me cruzo con él otra vez, no sé qué podría pasar.

Tras la risa compartida, el silencio volvió a adueñarse del agua. Solo el murmullo de las fuentes llenaba el aire, como si cada gota supiera guardar secretos.



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En el texto hay: aventura, epico, elegidos

Editado: 23.11.2025

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