El Destino de la Estrella

Capítulo XXI: Consejo de Jardín

Esa misma mañana, en un rincón de la ciudad de Methisarys, algunos emisarios enviados desde diversos reinos de Tessareth se reunían en los Jardines de Sofón, un vistoso parque natural cuyo verdor contrastaba con las calles de piedra y construcciones de mármol propias del reino del saber. El Festival del Séptimo Ciclo ofrecía un amplio abanico de eventos culturales por toda la ciudad, y los jardines no eran la excepción: había obras de teatro en pequeños escenarios, monólogos, exposiciones de pintura al aire libre y espectáculos de danza tradicional que embellecían el aire con melodías cautivadoras. La tarima de piedra blanca, rodeada por altos cipreses y olivos centenarios, vibraba bajo el ritmo cadencioso de tambores, las cuerdas vibrantes de cítaras y el susurro melódico de las flautas, creando una atmósfera a la vez solemne y festiva.

Sentados alrededor de una mesa rústica de madera oscura, bajo la sombra amable de un laurel, un pequeño grupo de emisarios compartía un desayuno frugal: pan crujiente, yogur espeso y dulces de higo, mientras sostenían tazas de té caliente. Entre bocados medidos y sorbos pausados, intercambiaban miradas y palabras con el cuidado de quienes saben que cada gesto puede ser observado.

En el centro de aquella improvisada reunión destacaba el emisario de Calvareth, Lord Edran de Valois, un hombre de rostro curtido por los vientos del norte. Sus cabellos oscuros salpicados de plata y ojos penetrantes contrastaban con el jubón de lana azul marino adornado con bordados plateados en las mangas y el medallón con el emblema de un lobo en hilos dorados. Tomó un mordisco de pan y dejó caer un trozo sobre el plato antes de hablar, su voz grave y contenida:

—El ataque a Kaerthyn no fue un arrebato ni un acto improvisado —dijo, mientras sus dedos jugueteaban con la taza—. Natalia no envió sólo soldados, sino una fuerza combinada de tropas y jinetes preparados. La ciudad cayó en menos de un día. La resistencia fue valiente, pero inútil.

—En Calvareth —añadió con un gesto sombrío—, cuando llegaron los informes, nadie daba crédito. Ningún conquistador había entrado en siglos en Kaerthyn, y el ejército de Natalia la doblegó en un abrir y cerrar de ojos.

A su lado estaba el emisario de Monthelor, Sir Branislav Kovac, un hombre robusto de barba tupida y mirada firme, vestido con una cota de cuero oscura adornada con placas metálicas pulidas. Asintió con gravedad ante las afirmaciones de su homólogo mientras agregaba:

—Estábamos impresionados por el uso de las Catapultas Fénix por parte de los ejércitos de Terya-Nor —dijo, tomando un sorbo de té—. Hubieran sido claves para dispersar cualquier ejército que atacara la ciudad de Kaerthyn. Sin embargo, ni siquiera esa devastadora artillería bastó para contener el avance del ejército de Natalia.

El emisario de Iskar, Velimir Petrov, un hombre de semblante rígido, con túnica azul oscuro y bordes bordados en cobre rojizo, asintió lentamente mientras hundía los dedos en el borde de su taza mientras los miraba desde el otro lado de la mesa:

—Esto no es solo una amenaza para Terya-Nor —murmuró—. La expansión de Azurova y el celo implacable de Natalia hacen que muchos en nuestra alianza cuestionen si aún podemos confiar en ella.

En un extremo, el representante de Marivelle, el diplomático Antoine Leclair, un hombre de gesto fino y voz baja, vestía una túnica blanca con ribetes dorados y un chaleco bordado en hilos de plata. Miraba fijamente el plato mientras rompía un trozo de pan con las manos. Levantó la vista, juntando las cejas en señal de preocupación:

—Desde nuestra posición al sur, observamos con cautela cómo Azurova extiende su sombra. Las purgas de magos, la captura de ciudades libres, las ejecuciones… Todo indica que el equilibrio que creíamos seguro se tambalea peligrosamente.

El emisario de Monthelor, Sir Branislav, añadió con tono grave:

—Si esto continúa, pronto estaremos enfrentando un conflicto que puede arrastrar a todo Tessareth. Nadie puede darse el lujo de permanecer indiferente.

Una pausa se instaló entre ellos mientras el eco suave de una cítara cercana llenaba el aire, envolviendo sus palabras en un aura casi melancólica. Las hojas susurraban con la brisa, y el aroma del pan recién horneado mezclado con la fragancia de los olivos creaba una extraña calma frente a la tormenta invisible que se gestaba.

Cada emisario repasaba mentalmente las noticias, las alianzas tambaleantes, la sombra creciente de Azurova y la figura imponente de Natalia, cuyo nombre era ahora motivo de miedo y cautela en los rincones más poderosos de Tessareth.

El murmullo de las notas seguía flotando en el aire, suavizando la tensión de la conversación ante los posibles espectadores. Pero, a corta distancia de ellos, había un par de ojos curiosos detrás de una máscara que parecía examinar con discreto interés el resultado de aquel encuentro.

La música que los rodeaba nacía de las manos maestras de un bardo que se mantenía de pie a pocos metros. Vestía un traje oscuro ceñido al cuerpo y una capa roja sobre los hombros. Una máscara negra le cubría el rostro, y un sombrero de ala ancha coronado por una vistosa pluma roja incrustada con firmeza adornaba la copa.

Tocaba cabizbajo, dejando que el ala del sombrero le ocultara la mirada, como si resguardara algo más que anonimato. Pero sus oídos… escuchaban atentos cada palabra que se pronunciaba en aquella mesa, con una emoción que intentaba contener. Aun así, nadie parecía reparar en su presencia: no era más que un músico del parque, diluido en la atmósfera festiva del lugar.



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En el texto hay: aventura, epico, elegidos

Editado: 14.12.2025

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