Parte 1: La biblioteca secreta de Kaerthyn
El silencio en los pasillos de la Biblioteca Subterránea de Kaerthyn era misterioso como una niebla espesa. No por la falta de sonidos, sino por el peso de las que dormían entre esos muros. Había sido necesario el fuego de la verdad para hacerlas hablar.
Silarion descendió con paso firme, seguido por Natalia y dos custodios. En sus manos traía los registros obtenidos tras los interrogatorios: mapas, confesiones, fragmentos dispersos de un conocimiento prohibido. Pero nada se comparaba con lo que allí encontraron.
Una ciudad secreta dentro de la ciudad. El corazón de los magos de Terya-Nor.
La biblioteca ocupaba varias salas excavadas en la piedra viva bajo el Salón de los Astrales. Sus estanterías se extendían como un panal, cubiertas de polvo y pergaminos oscuros. Un lugar que no solo albergaba conocimiento, sino estrategia, herejía y evidencia.
—No sabíamos cuánto sabían… —musitó Silarion, con una mezcla de horror y admiración mientras giraba para mirar las grandes estanterías alzándose como columnas de una compleja construcción hecha para albergar, no humanos, sino palabras.
Natalia se acercó a uno de los volúmenes y lo abrió. En sus páginas, una criatura delineada con trazos agudos se retorcía en postura amenazante. Bajo la ilustración, caracteres extraños danzaban como insectos. Pero no era un bestiario mitológico: era un manual de guerra.
Anatomía. Puntos vulnerables. Comportamientos nocturnos. Jerarquías internas.
Y no era uno solo. Había decenas. Incluso había un códice hecho completamente de ilustraciones detalladas de armas empuñadas por portadores legendarios, así como otras que jamás se habían mencionado en los círculos oficiales del Pacto del Alba.
—¿Quién compiló todo esto y lo mantuvo en secreto? —preguntó Natalia, volviéndose hacia un grupo de escoltas.
De entre ellos fue arrastrado un anciano de túnica desgastada, con manos temblorosas, pero la mirada alerta. Su nombre era Yaernel Brovian, el Escribano Mayor de Kaerthyn. Tenía una barba larga y delgada, cejas espesas y un aire de quien carga más con pecados que con años. Estaba vestido por una túnica oscura, sombrero de punta y llevaba un monóculo en el ojo derecho que hacía ver su pupila más grande de lo usual.
—Yo… ayudé a recopilar todo —dijo con voz grave—. No podía permitir que este conocimiento se hiciera público.
—¿Ni siquiera cuando ese conocimiento podría haber salvado miles de vidas? —espetó Natalia, con voz cortante como vidrio. Lo rodeó como un buitre acechando.
—Los sabios… tenían miedo. El miedo hace ciegos a los más ilustrados. Yo no obedecía órdenes. Yo sólo… escribía.
Natalia lo miró de reojo, midiendo el filo de su arrepentimiento.
—Podría acusarte de traición —dijo—. Pero tengo una proposición. Ayúdame a traducir estos textos. A interpretarlos. A crear un nuevo archivo para la guerra. Y no sólo salvarás tu vida, sino que tal vez la de muchos.
Yaernel asintió con un temblor controlado. Pero fue entonces cuando Natalia, caminando por la galería central, se detuvo. Frente a ella, colgaba un mapa mural cubierto de anotaciones, símbolos y líneas apenas visibles bajo la pátina de años.
—¿Qué es esto?
—Es un compendio de ataques registrados. Los mapas que los sobrevivientes nos entregaron, reunidos y cotejados. Las marcas negras, indican ciudades que han caído ante las Sombras—Respondió el anciano entornando los ojos en dirección hacia el muro.
Natalia se acercó más. Reconoció la Grieta. Las capitales de los reinos. El Pozo de la Luz, marcado con una aureola dorada. Pero lo que llamó su atención fue una inscripción en el norte, flotando sobre las aguas del mar del Este.
Brisenoir.
—Esto… —murmuró— esta ciudad no existe.
—Existió —respondió Yaernel, acercándose con cautela—. La ciudad flotante de Brisenoir. Un experimento de ingeniería y ambición. Suspendida sobre el mar, entre columnas de hierro y canales artificiales. No muchos la conocen en el sur, pero en los puertos de Fjornheim aún cantan lamentos en su nombre.
—Tiene una marca negra. Muy pocos sabían siquiera de su existencia. Y menos aún que fue arrasada por las sombras —la princesa hizo una pausa mostrando un dejo de luto en sus palabras antes de continuar—. Se dice que no sobrevivió ningún alma.
—Sí. Fue destruida por completo —dijo Yaernel con voz baja, pero firme. Levantó su mirada hacia Natalia y, con su ojo derecho muy abierto a través del monóculo, la sostuvo sin temblar—. Pero no del todo sin testigos. Tuvimos un puñado de sobrevivientes. Gente rota, pero viva. Su relato se documentó, se cotejó. Y lo guardamos aquí, lejos del juicio del mundo.
Natalia lo miró en silencio. Una chispa de orgullo brillaba en los ojos cansados del anciano, un orgullo no arrogante, sino reverente: como quien custodia una verdad demasiado grande para ser dicha en voz alta.
Yaernel dio un paso más, como si al acortar la distancia pudiera ver más allá de su armadura, tal vez hasta las grietas de su alma.
—Como bien ha dicho, muy pocos sabían de Brisenoir y sin embargo usted la conocía. ¿Le interesa la historia?
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Editado: 14.12.2025