El destino de las hadas

Capítulo 4

El silencio era tan profundo que podía oír el latido de mi propio corazón resonando en las paredes. El Gran Salón ceremonial parecía contener el aliento, como si las runas grabadas en el mármol recordaran la gravedad de lo que estaba a punto de ocurrir.

Un centenar de velas flotaban sobre nuestras cabezas, suspendidas por encantamientos ancestrales. Sus llamas danzaban con un ritmo que no les pertenecía, moviéndose al compás de la magia que impregnaba el aire.

El resplandor plateado de las llamas se reflejaba en las columnas vivas del salón, y las sombras parecían observar, expectantes, desde los rincones. Caminé hacia el círculo de plata que brillaba en el centro.

Mis pasos resonaron suaves, acompasados, y detrás de mí, las doncellas y el consejo observaban en silencio. El perfume del polvo de luna y la mirra me envolvía como una nube espesa, casi sagrada.

Me detuve, no podía demostrar debilidad, no frente a él, no frente al consejo.

El sacerdote alzó la voz, grave, solemne.

—Que las fuerzas despierten, que la luz y la sombra se unan en equilibrio, que la sangre y la magia sellen el pacto eterno.

Un escalofrío recorrió la sala. Las runas del suelo comenzaron a brillar, una mitad en plata, la otra en un rojo oscuro que se movía como fuego líquido, el aire vibró, cargado de una tensión viva.

Elevé las manos, la luz respondió a mi llamado, girando en espirales de energía azulada que irradiaban calor y calma.
Frente a mí, el Venita hizo lo mismo: la sombra se alzó a su alrededor, viva, densa, cargada de poder.

Cuando nuestras manos se encontraron, el mundo se quebró, el impacto fue inmediato, una corriente eléctrica me recorrió el cuerpo, y por un instante sentí que el alma se me desprendía del pecho. Mi magia —mi propia esencia— fue arrastrada hacia él, y la suya se filtró en mí.

Luz y oscuridad se mezclaron, girando en un torbellino imposible.

Esperaba el rechazo, esperaba el choque, la repulsión natural que debía ocurrir cuando dos naturalezas opuestas se tocaban, pero no sucedió, la energía no me rrechazó, me envolvió.

Sentí su poder rozar el mío, pesado, frío, tan vasto que me costó respirar, pero también sentí algo más… una pulsación que no me pertenecía.

Un latido ajeno, como si por un instante compartiéramos la misma vida.

Su mirada se clavó en mí, y algo en su expresión cambió, no supe qué era, no era compasión, no era odio, pero tampoco indiferencia.

El canto del consejo se volvió un eco distante, mientras la magia rugía a nuestro alrededor, las luces titilaron, las sombras se alargaron, y todo en el salón se volvió un remolino de poder antiguo.

Mi respiración era errática, mi luz titilaba, y sin embargo… no podía apartarme.

La unión se sellaba, y con cada segundo, sentía más claro que algo dentro de mí cambiaba, el aire olía a ozono y fuego.

Las runas ardían bajo nuestros pies, las llamas de las velas se apagaron una a una, hasta que solo quedamos nosotros, envueltos en el resplandor que habíamos creado.

—No… —susurré, apenas audible, cuando comprendí lo que estaba ocurriendo, no había rechazo, no había resistencia.

La oscuridad no me estaba destruyendo, se estaba mezclando conmigo.

El sacerdote pronunció las últimas palabras del rito, pero yo ya no las escuchaba, solo el zumbido dentro de mi cabeza, el eco de algo que nos unía más allá de la voluntad o el deber.

Cuando todo terminó, el silencio fue ensordecedor, las runas seguían brillando débilmente, y la energía todavía vibraba en mi piel, como si me hubiera quedado un pedazo de él adentro, mi respiración temblaba, mis manos ardían.

Lo miré, seguía frente a mí, inmóvil, su rostro no mostraba emoción alguna, pero sus ojos… sus ojos tenían algo distinto, como si también lo hubiera sentido, y antes de pensarlo, di un paso hacia él.

Las luces del círculo chispearon, podía verlo más cerca, el trazo de sus labios, la sombra que caía sobre su mandíbula, la respiración contenida.

Su energía me rodeaba, tan tangible que sentí que si inhalaba un poco más, me tragaría por completo.

El mundo desapareció, no había sonido, ni luz, ni voz, solo esa conexión invisible que me mantenía suspendida frente a él, sin poder retroceder.

El aire era pesado, su mirada, impenetrable, y aun así, supe que me estaba observando con la misma confusión que yo trataba de ocultar.

Entonces, las runas del círculo se cerraron, el hechizo finalizó con un destello plateado que nos obligó a separarnos, pero la sensación persistió, como una corriente invisible bajo la piel.

Los murmullos comenzaron a llenar la sala, primero el susurro temeroso del consejo, después, un murmullo más denso, más humano… sorpresa, desconcierto, había ocurrido.

La magia no nos había rechazado, nos había aceptado.

Alguien exhaló con fuerza, otra voz rompió el silencio, temblorosa, casi incrédula—El vínculo… se completó.

Los aplausos surgieron, dispersos al principio, luego más firmes, resonando entre los muros dorados del salón.
Eran aplausos llenos de alivio, de celebración forzada, aplaudían porque el tratado estaba sellado, porque la alianza sobreviviría.

Porque, como dijo el propio Venita, solo ellos serían beneficiados por esta unión, yo me quedé inmóvil, con las manos aún temblando, sintiendo el peso invisible de la magia mezclada en mi interior. El resplandor de las velas regresó lentamente, pero nada volvió a ser igual.

Lo miré una última vez, su rostro seguía tan impasible como al principio, pero en el fondo de sus ojos había una sombra que no estaba antes.

Una grieta en su control, ina duda, yo la sentí también, una vibración desconocida en el pecho, un eco suyo latiendo dentro de mí.

El vínculo estaba hecho, ypor primera vez, temí no por lo que podría perder…sino por lo que ya había empezado a despertar dentro de mí.

El Gran Salón se transformó en un torbellino de risas, música y destellos de luz. Las velas que flotaban sobre nosotros ahora bailaban al ritmo de los laúdes y flautas, y el aire se llenó del aroma dulce del hidromiel y de los manjares recién servidos, los invitados aplaudían, brindaban, charlaban con entusiasmo, la unión estaba sellada y la celebración había comenzado.




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