Respiré hondo y me ajusté el vestido, cada pliegue estaba pensado para proyectar dignidad, y aunque no podía evitar sentirme observada, me esforcé por mantener la espalda recta y los hombros firmes.
Antes de llegar, había imaginado esta reunión como fría, como la distancia que Kael había mantenido en mi tierra. Recordaba su mirada implacable, su aura de demonio Venita temido por todos, pero ahora… algo era diferente, su presencia seguía siendo peligrosa, temible, y al observarlo pensé que nadie en esta sala podría desafiarlo, pero conmigo había un matiz distinto, protector, inexplicable y confuso.
Kael estaba vestido de manera impecable, como siempre, túnica negra ajustada al cuerpo, bordados que recordaban fuego y sombras entrelazados, cinturón de obsidiana, botas de cuero brillante. Su porte era impecable, cada gesto medido, cada mirada calculada, incluso los nobles más poderosos se inclinaban al cruzarlo, su fama de demonio Venita temido por todos no era exageración, y, sin embargo, había algo en él ahora que me desconcertaba: cada vez que me miraba, parecía medir no solo mi seguridad, sino también mi luz.
Los ventanales altos filtraban la luz metálica del amanecer, dibujando haces plateados sobre el mármol negro y los tapices bordados con hilos oscuros y plateados que narraban antiguos conflictos entre luz y sombra. La mesa estaba dispuesta con precisión impecable, cubiertos de obsidiana, platos de porcelana oscura, cristalería que captaba la luz en reflejos cortantes. El aroma a incienso y a madera quemada llenaba el aire, cada paso mío parecía amplificado, y el silencio expectante pesaba sobre todos los presentes.
El rey me saludó con solemnidad, Kael estaba a mi lado, erguido, con la espalda recta y los hombros amplios; cada gesto imponente. Su fama de demonio temido por todos estaba presente, pero conmigo su actitud tenía un matiz distinto, un cuidado silencioso, casi protector. La combinación de fuerza y control lo hacía aterrador y… sorprendentemente atractivo, incluso más que las historias que habían llegado a mis oídos. La reina madre, observándolo de reojo, parecía notar la atención que emanaba y su expresión se tensó ligeramente.
—Espero que hayas encontrado cómoda tu estancia — Me mantuve firme mientras la reina madre me lanzaba su mirada afilada, cada palabra suya como un filo invisible —No es común que alguien de la Luz camine por nuestras salas sin… incidentes.
Mi espalda se enderezó aún más, y respondí con calma pero con firmeza:
—Agradezco la bienvenida, Su Majestad, me adaptaré a las costumbres, como corresponde a quien un día gobernará junto a ustedes.
Hubo un murmullo apenas perceptible entre los sirvientes y los nobles; algunos intercambiaron miradas sorprendidas. La reina madre arqueó una ceja, visiblemente irritada, pero no dijo nada de inmediato.
Kael, a mi lado, inclinó apenas la cabeza hacia mí con un gesto sutil, casi imperceptible. Su sonrisa contenida fue un pequeño premio, un reconocimiento que no necesitaba palabras, y que dejó a todos en la sala con la respiración contenida, nadie en esa sala estaba acostumbrado a ver a alguien mantenerse firme ante su madre, y mucho menos ante Kael.
—Princesa Lía —intervino Kael con voz firme pero cálida para mí, mientras la tensión en la sala se cortaba con un cuchillo— Nadie puede dudar de tu lugar.
La reina madre intentó levantar su tono, venenosa:
—Kael no es ajeno, hijo… solo señalábamos que debe acostumbrarse a nuestras normas…
—Como usted ha dicho —respondí, manteniendo la mirada directa— Me prepararé para asumir mi rol. Pero no necesito lecciones sobre dignidad ni respeto, los merezco de todos aquí, sin excepción.
El aire quedó suspendido, por primera vez desde que entré, la reina madre pareció titubear, apenas un instante, mientras Kael sonreía con disimulo, el gesto mínimo y seguro, como si celebrara mi respuesta ante todos, pero lo suficientemente sutil para que nadie lo interpretara como debilidad de su autoridad.
—Usted misma lo ha dicho —dijo Kael, su voz resonando con firmeza y claridad— Ya será nuestra reina, y todos… absolutamente todos… deben inclinarse ante usted.
Un silencio absoluto cubrió la sala, interrumpido solo por el tintineo de los cubiertos y el leve susurro de los sirvientes moviéndose con precaución. La reina madre, por primera vez, no logró disimular por completo su molestia; sus labios se comprimieron en una línea, pero no replicó abiertamente, consciente de la protección que emanaba Kael.
Kael se inclinó ligeramente hacia mí, sus ojos metálicos fijos en los míos, y su sonrisa contenida dejó entrever orgullo y complicidad, su gesto parecía decir: “Bien hecho, has mantenido tu luz intacta frente a la sombra más venenosa del reino.”
Sentí un leve alivio y, al mismo tiempo, una creciente certeza, si podía sostener mi dignidad frente a ella, entonces la verdadera prueba de ser reina denesas tierras apenas comenzaba, y Kael estaba allí, imponente y protector, observando y asegurando que nadie, ni siquiera la reina, pudiera quebrarme.
Al retirarme del comedor junto a Elara, sentí cómo el aire volvía a entrar a mis pulmones, la tensión de aquella mesa, las miradas afiladas de la reina madre y la contención de Kael aún pesaban sobre mis hombros. Las puertas del gran salón se cerraron a nuestras espaldas, y el sonido del eco en los pasillos del castillo se sintió como una liberación.
Caminamos por los corredores silenciosos, bordeados de columnas de obsidiana y tapices antiguos que parecían observarnos al pasar, fue entonces cuando las vi, un grupo de mujeres avanzaba por el corredor opuesto: vestidas con ropas exuberantes, telas que brillaban como la noche estrellada y joyas que tintineaban al compás de sus pasos. Su andar era pausado, seguro… acostumbrado a ser observado.
Una de ellas, la de cabello largo y claro, me sostuvo la mirada sin disimulo. Esa mirada altiva y cargada de desdén me resultó familiar, lo entendí en ese instante: era una de las concubinas de Kael. Lo había escuchado en susurros apenas perceptibles cuando llegué a estas tierras, aunque hasta ahora no había querido darle forma a esas palabras.