El aire del pueblo estaba impregnado de aromas de pan recién horneado, hierbas secas y el murmullo constante de comerciantes que voceaban sus productos.
Caminaba junto a Elara por las calles de los Venitas, con la cabeza erguida y los hombros firmes, mientras la luz del sol caía sobre los empedrados como si quisiera bendecir cada paso que daba. A lo lejos, noté a algunos soldados, en posición discreta pero alerta; entendí de inmediato que eran los encargados de protegerme. Sus ojos seguían cada movimiento, pero no se acercaban demasiado, confiando en mi capacidad y en la discreción de Kael.
Los habitantes nos observaban con una mezcla de respeto, curiosidad y, en algunos casos, desconfianza. Sabían quién era yo: la futura reina de estas tierras, la unión entre la Luz y la Oscuridad, esa combinación los fascinaba y los inquietaba al mismo tiempo.
—Mi señora —susurró Elara, ajustando su capa a la espalda— Muchos la miran con cautela, pero todos saben que deben saludarla.
Los habitantes inclinaban la cabeza a nuestro paso, susurrando palabras de respeto, y yo respondía con una sonrisa leve, calmada, proyectando la seguridad y autoridad que debía irradiar. No era solo ceremonial; era una manera de mostrar que la Luz no se imponía por temor, sino por dignidad y compasión.
El mercado era un espectáculo de colores, aromas y sonidos. Los puestos rebosaban de frutas exóticas que brillaban como gemas, hierbas que emitían destellos suaves, telas de seda teñidas en tonos que cambiaban con la luz y cristales mágicos que flotaban levemente sobre los mostradores, entre ellos, criaturas mágicas se mezclaban con la gente: pequeños dragones del tamaño de un gato flotaban alrededor de los toldos, pájaros que cantaban notas que brillaban como destellos de cristal, zorros de pelaje iridiscente que se movían entre las sombras sin ser vistos por todos, y diminutas criaturas que danzaban sobre los hombros de los comerciantes.
Al pasar junto a un zorro de sombra brillante, levanté la mano instintivamente, dejando que mi luz tocara su pelaje. El animal se calmó, inclinando la cabeza como si reconociera la autoridad y bondad de quien lo iluminaba.
—Así es como debe ser —murmuró Elara con orgullo— Todos sienten tu energía, mi señora. Incluso ellos.
De repente, una figura oscura se movió entre los puestos, pequeña, rápida y con ojos brillantes llenos de desafío. Antes de que pudiera reaccionar, saltó hacia mí con garras diminutas, intentando morder. Mi instinto de protección fue inmediato, la criatura era claramente un ser de oscuridad joven y temeroso, un animalito que no buscaba más que sobrevivir.
Antes de que pudiera desatar todo mi poder, noté movimiento entre las filas de soldados a la distancia; se preparaban para intervenir, pero, antes de que dieran un solo paso, algo los detuvo, un gesto apenas perceptible, una orden silenciosa… proveniente de él.
Mi corazón dio un vuelco, no lo había visto, no había sentido su presencia, y aun así, Kael estaba allí, oculto entre la multitud, observando, midiendo, por un instante, me pregunté cuánto tiempo llevaba vigilándome…
Extendí mis manos y dejé que la Luz fluyera, suspendiendo al pequeño ser en el aire sin causarle daño. Su respiración temblorosa y su mirada asustada se encontraron con la calidez de mi energía. Lentamente, acaricié su cuerpo con cuidado y suavidad, transmitiéndole que no era enemigo, que podía confiar.
Kael se acercó silencioso entre la multitud, sus sombras ondulando a su alrededor como guardianes invisibles. Sus labios se curvaron apenas en una sonrisa contenida, una aprobación silenciosa, un reconocimiento de que mi control y mi compasión eran genuinos y fuertes.
Liberé al animalito, y para mi sorpresa, corrió directo a mis brazos, confiado, su pelaje oscuro absorbía la Luz de mis manos sin dañarse, y se acurrucó contra mi pecho.
—Es increíble —susurró Elara, apoyando una mano en mi brazo— Hasta los seres de oscuridad reconocen tu fuerza y tu corazón, mi señora.
En ese momento, un noble del mercado, altivo y con aire de superioridad, se adelantó y lanzó un comentario desdeñoso sobre “la princesa de luz que juega con sombras”. La multitud se tensó, expectante.
Mi respiración se mantuvo firme, mi espalda erguida, y la calma en mis ojos no flaqueó. El murmullo del mercado aún llenaba el aire, una mezcla de curiosidad y tensión contenida, hasta que una voz —profunda, metálica y cargada de una autoridad imposible de ignorar— lo desgarró todo.
—¡Silencio!
El sonido fue como un trueno atravesando los muros del reino.
Todos se volvieron, y el aire cambió, se volvió denso, oscuro, como si la sombra misma del poder descendiera sobre nosotros, el murmullo murió en un solo aliento, nadie lo había sentido llegar, nadie había percibido la presencia de Kael hasta ese instante. Como si su ausencia hubiese sido intencional… un castigo que aguardaba el momento justo para caer.
Las antorchas temblaron, las sombras se alargaron y el suelo pareció vibrar bajo sus pasos cuando avanzó entre la multitud. No necesitó empujar a nadie; el miedo se encargó de abrirle camino.
—Nadie humilla a la futura reina de estas tierras bajo mi vigilancia —pronunció, su voz reverberando como un eco metálico que sacudía los cimientos del lugar.
El noble que segundos antes me había hablado con arrogancia se quedó inmóvil, pálido, con los labios entreabiertos y el temblor visible en las manos. El peso de las sombras lo alcanzó antes que la mirada de Kael: una corriente oscura, viva, que reptó por el suelo hasta rozar sus pies, envolviéndolo en un frío glacial.
La multitud retrocedió, algunos incluso cayeron de rodillas, otros bajaron la cabeza sin atreverse a respirar. La oscuridad se expandía como un manto, obedeciendo solo a él.
Yo observaba en silencio, el corazón desbocado, mientras Kael se detenía frente al noble, no dijo una palabra más, no hizo falta. Lo miró… y bastó, esa mirada era la de un dios antiguo observando una criatura indigna de su atención.