El amanecer llegó cubriendo las torres del castillo con un resplandor tenue. El entrenamiento comenzaría al alba, así lo había dispuesto Kael, y aunque Elara había intentado persuadirme de descansar un poco más, sabía que no podía negarme, no después de lo ocurrido en el mercado, no después de que todo el reino me hubiera visto como su futura reina.
El patio de armas se extendía frente a mí, vasto, silencioso, cubierto de un rocío que parecía flotar. El aire estaba impregnado de una energía contenida, una mezcla de oscuridad y expectativa.
Creí que entrenaría con la misma mujer de la última vez, aquella que me había dirigido una mirada llena de desdén y palabras disfrazadas de cortesía, la sola idea me incomodaba, pero también me preparaba para ello, sin embargo, al llegar, la encontré a un lado del patio, observando a la distancia junto a otros oficiales, el rostro rígido, los labios apretados, como si no pudiera comprender por qué no había sido ella la elegida para guiar mi instrucción.
Mi sorpresa fue inevitable cuando lo vi.
A lo lejos, Kael me observaba, no vestía la armadura negra con la que siempre lo había visto; llevaba una túnica de entrenamiento ajustada al cuerpo, las mangas recogidas, las sombras ondulando levemente a su alrededor como una segunda piel. Era la primera vez que lo veía sin ese manto imponente que lo separaba del mundo, y eso lo hacía aún más peligroso.
Kael, con un solo movimiento de la mano, hizo que todos los presentes se retiraran, ninguno se atrevió a cuestionarlo. Las miradas que se cruzaron entre los soldados y la mujer que había esperado entrenarme estaban cargadas de desconcierto, pero obedecieron sin una palabra. En cuestión de segundos, el vasto patio quedó en silencio, solo quedábamos él y yo.
—Llegas puntual —dijo, su voz grave rompiendo el aire quieto del amanecer— Eso es un buen comienzo.
—No pensaba hacerte esperar —respondí, con una calma que apenas sostenía.
—Hoy aprenderás a controlar tu Luz —explicó Kael, acercándose hasta quedar a escasos pasos— No como un instinto… sino como una extensión de ti. No basta con que responda al peligro, debe obedecerte incluso en calma.
Lo observé, incapaz de disimular mi desconcierto. Era extraño, casi inconcebible, que él, el mismo que había despreciado mi Luz, que la había llamado débil e impredecible, ahora fuera quien buscaba enseñarme a dominarla. Su voz, sin embargo, no cargaba el veneno de antes; solo determinación, y quizá, algo más que no sabía nombrar.
Asentí, respirando hondo, su cercanía me desestabilizaba más que cualquier hechizo, extendí las manos, concentrando mi energía. La luz brotó suave al principio, una danza dorada que se deslizó entre mis dedos, cálida, viva, pero luego, sin aviso, creció… desbordada, indómita, un torrente de calor que me envolvió por completo.
Kael alzó la mano, la oscuridad emergió como un río frío, profundo, avanzando hacia mí con precisión, no era agresión; era una prueba, un desafío calculado para medir mis límites. Cuando ambas fuerzas se encontraron, el aire chispeó, la tierra bajo nuestros pies se resquebrajó y, por un instante, sentí que el equilibrio del mundo pendía entre nosotros.
Luz y sombra, respirando la una dentro de la otra, buscando dominarse… o comprenderse.
—Respira —ordenó él, con voz firme— No luches contra mi sombra… contémplala, dale forma.
Cerré los ojos. Sentí la oscuridad rozar mi piel, arder en mi pecho el instinto me decía que debía repelerla, pero algo más profundo —una voz interior— me pidió que la aceptara, que la comprendiera.
Cuando abrí los ojos, mi luz no se expandía más: fluía, suave, precisa, entrelazándose con la sombra de Kael como si bailaran. Un equilibrio imposible.
Él dio un paso más cerca. Las sombras retrocedieron levemente, por primera vez, noté que su respiración se alteraba. Había algo en mi luz que lo afectaba, su poder titiló, frágil, como si una parte de él se quebrara bajo su resplandor.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó con un hilo de voz, grave, contenida.
—No lo sé… —murmuré, sin apartar la mirada— Solo... me estás dejando entrar.
Su mandíbula se tensó, los ojos se oscurecieron más, pero no se movió. Un temblor apenas perceptible recorrió su cuerpo, y comprendí que la luz lo estaba alcanzando de verdad, no para dañarlo, sino para desnudarlo, para mostrarme una vulnerabilidad que nadie más había visto.
La oscuridad a su alrededor se deshizo por un instante, pude ver su piel sin la protección de las sombras, el brillo de su energía interna, las marcas antiguas en su cuello, símbolos grabados por hechizos que sellaban su poder.
Mi luz tocó una de ellas, y el sello reaccionó, ardiendo en un destello blanco.
Kael retrocedió de golpe, respirando con fuerza. Su mirada era fuego y hielo al mismo tiempo.
—No vuelvas a hacer eso —dijo con un tono que pretendía ser una orden, pero sonó más como una súplica.
—Te dolía —respondí en voz baja— Pero no era un dolor físico… era algo más, ¿verdad?
No respondió, sedio la vuelta, tratando de recuperar el control. Sin embargo, el aire a su alrededor seguía vibrando, las sombras no volvían a obedecerle del todo.
Dio media vuelta y me observó nuevamente. Por un segundo, lo que vi en sus ojos no fue poder… fue miedo. No a mí, sino a lo que la Luz en mí despertaba dentro de él.
—Tu energía neutraliza parte de la mía —confesó al fin, con voz grave— Es como si, cuando me tocas… mi oscuridad recordara lo que es la calma, pero eso también me debilita, Lía. Y no puedo permitirme ser débil.
Me acerqué un paso, sintiendo que el aire entre ambos ardía.
—Entonces no lo llamemos debilidad —dije suavemente— Llámalo equilibrio.
Por un momento, ninguno de los dos se movió, el mundo pareció detenerse, su respiración chocó con la mía, y las sombras y la luz se entrelazaron en el espacio que nos separaba.
Pude sentirlo, la oscuridad latiendo al ritmo de su corazón, respondiendo a la mía, la conexión era peligrosa, intensa… y real.