Lía observaba a Leonor con una sonrisa paciente mientras la pequeña saltaba de puesto en puesto, fascinada por cada detalle, todo era risas y curiosidad hasta que, de pronto, el murmullo del mercado se apagó, un silencio denso, casi tangible, cayó sobre la plaza.
Lía lo sintió antes de verlo.
Leonor se pegó un poco más a ella, confundida por el cambio repentino en la atmósfera. El aire se volvió espeso, casi tangible, vibrando con una fuerza que Lía conocía demasiado bien, no necesitó girarse para saber que era él.
Kael avanzaba entre la multitud montado sobre su caballo oscuro, el paso del animal resonando contra las piedras del suelo como un eco antiguo. Los aldeanos se apartaban con un respeto instintivo, algunos inclinando la cabeza, otros conteniendo la respiración, con cada movimiento, su aura se expandía como una ola invisible que obligaba a todos a retroceder un paso.
Cuando estuvo lo bastante cerca, tiró suavemente de las riendas y descendió del caballo con la elegancia de quien no necesitaba demostrar poder, porque el poder era parte de su esencia.
Sus botas tocaron el suelo y el silencio se hizo absoluto. Su mirada oscura, profunda, casi tempestuosa se posó directamente en Lía.
Ella no se movió, ya no había miedo en su pecho; hacía mucho que lo había perdido. Dio un paso al frente, rompiendo la distancia que los demás temían cruzar, y habló con voz baja pero firme, lo justo para que solo él pudiera oírla.
—Relaja tu aura —murmuró, sin apartar la vista de él— Este es tu pueblo, Kael… tu gente, no necesitas mantenerte a la defensiva.
Durante un instante nada se movió, solo el sonido del viento entre los toldos del mercado y el pulso sutil de la magia que aún temblaba en el aire. Luego, sin decir palabra, la energía que lo rodeaba comenzó a disiparse, y el aire volvió a fluir con normalidad.
Kael bajó la mirada un instante, como si algo en el entorno hubiera cambiado de ritmo. No era la multitud que aún observaba en silencio ni el murmullo contenido del mercado. Fue su mano, la de Lía, donde un destello llamó su atención.
Allí, sobre su muñeca, brillaban dos brazaletes entrelazados con hilos de sombra y luz. El contraste lo detuvo, reconoció el metal oscuro, el pulso leve de la energía que lo atravesaba.
Lía notó su mirada, por un momento pensó en ocultarlo bajo la manga, pero en su interior sabía que sería inútil. Inspiró despacio y, antes de que él dijera una palabra, extendió la mano hacia él.
—Este… —empezó, con una voz más suave de lo que pretendía— Es tuyo.
Kael la observó sin moverse, y fue entonces cuando ella sintió el calor subirle al rostro, bajó la vista, buscando las palabras correctas, y añadió con torpe sinceridad:
—Fue idea de Leonor, ella quiso que los tuviéramos los dos.
Como la última vez, algo en el semblante de Kael se suavizó. Sus ojos se desviaron hacia la pequeña que se escondía medio paso detrás de Lía, mirando al príncipe con una mezcla de curiosidad y temor.
Kael tomó el brazalete con cuidado, como si temiera romperlo, y lo giró entre sus dedos, notando la unión de ambos elementos: luz y oscuridad, trenzadas en equilibrio perfecto. Lo observó, como si midiera su significado antes de aceptar lo que representaba. Luego, con un gesto lento, lo colocó en su muñeca. El metal brilló tenuemente, como si reconociera la energía que lo tocaba.
—Interesante elección —murmuró al fin, sin levantar la voz.
Lía lo miró de reojo, había algo en su tono que no alcanzaba a descifrar del todo, entre la ironía y el reconocimiento.
Leonor, en cambio, solo sonrió tímidamente, aliviada de que él no rechazara el obsequio. Y por un instante entre el bullicio que poco a poco regresaba y la tensión que se disipaba Lía sintió que algo había cambiado entre ellos.
La mirada intensa de Kael, volvió a Lia.
—Al parecer disfrutas mucho de estos paseos —dijo con voz baja, profunda, casi un susurro que vibró entre ambos.
Lía arqueó una ceja, intentando ocultar la súbita calidez que subía a sus mejillas.
—¿Y qué te hace pensar eso?
Kael se acercó un poco más, el aire pareció contraerse a su alrededor.
—Porque es la segunda vez que te veo sonreír así… aquí —Su mirada bajó apenas — Y créeme, no es algo que se olvide.
Ella contuvo la respiración, era consciente de lo cerca que estaba, del leve aroma de hierro y fuego que siempre lo acompañaba, de la forma en que su voz parecía envolverla por completo.
—Tal vez… es que aquí todo parece más humano —respondió al fin, su tono suave, pero con un matiz que solo él podría notar— Más real.
Kael inclinó la cabeza, su expresión se suavizó, casi imperceptiblemente. Guardó silencio unos segundos más, observándola con una atención que hizo que el resto del mundo pareciera desvanecerse. Luego, sin previo aviso, giró ligeramente hacia Leonor, que lo miraba con los ojos muy abiertos, aún aferrada a la mano de Lía.
—Venitas es mucho más que los muros del castillo o los salones donde los consejeros discuten el destino del reino —dijo con voz más serena— Hay lugares que aún no han visto… y que merecen conocer.
Lía lo miró, sorprendida.
—¿Lugares? —repitió con una mezcla de curiosidad y cautela.
Una leve sonrisa se formó en los labios de Kael.
—Si lo desean, puedo llevarlas a conocer algunas de las aldeas del sur, los campos donde la magia sigue viva en su forma más pura —Su mirada volvió a ella, firme pero amable— Es fácil olvidar lo que se protege cuando uno solo ve el trono.
Lía sintió que sus palabras pesaban más de lo que parecían. No era solo una invitación; era una manera de mostrarle algo de sí mismo, de su mundo, que casi nadie conocía.
—¿Hablas de una visita oficial o de… un paseo? —preguntó, dejando escapar una sonrisa apenas perceptible.
Kael arqueó una ceja, la sombra de humor asomando en su mirada.
—Digamos que… algo intermedio —Se inclinó un poco, lo suficiente para que su voz bajara solo para ella— Un príncipe también puede disfrutar de un día lejos de las formalidades.