El regreso al castillo fue silencioso, aunque no incómodo. El cielo ya había adquirido el matiz dorado del atardecer, y las torres oscuras de Venitas se alzaban como guardianas antiguas contra la luz moribunda. Leonor dormitaba a su lado, abrazando a Fénix, mientras Kael cabalgaba junto al carruaje.
Al llegar, las puertas de hierro se abrieron con un sonido grave y profundo. Lía descendió primero, ayudando a su hermana, y juntas avanzaron hacia la estancia principal. Desde el pasillo, se escuchaban voces conocidas: una conversación pausada, con la cadencia de los viejos acuerdos y las tensiones que los siglos no habían logrado borrar.
Cuando cruzaron el umbral, Lía se detuvo. Allí, junto al trono menor, se encontraba su padre el rey de las Tierras de las Hadas, conversando con la reina madre y el actual rey de Venitas. Su sola presencia llenó la sala con una calidez que el frío del castillo no podía disipar.
Su padre la vio enseguida, la formalidad exigía una reverencia, y ambos la cumplieron, aunque los ojos de él cálidos y nostálgicos decían mucho más que cualquier protocolo.
—Te ves muy feliz, hija mía —dijo con voz grave, serena, pero cargada de emoción contenida. Había en su tono una nostalgia que atravesó el aire, la de un padre que sabía que su pequeña ya no le pertenecía del todo.
Lía sonrió, suave, con el corazón apretado, a pesar de todo lo que había ocurrido, de las decisiones difíciles, no lo culpaba, entendía lo que su padre buscaba, la unión de ambos reinos, no por ambición, sino por esperanza.
—He estado con Kael —respondió, mirando fugazmente hacia él— Quiso mostrarme la belleza de las tierras de los Venitas… y ahora comprendo mejor lo que tanto protege.
Su padre asintió, con un brillo de orgullo en la mirada.
—Entonces parece que estás viendo con los ojos correctos —dijo con una leve sonrisa, que apenas disimuló la emoción en su voz.
Lía se acercó un poco más, bajando el tono para que solo él pudiera oírla.
—Me gustaría que tú también lo vieras antes de volver a nuestro reino, hay tanto aquí que vale la pena conocer… y entender.
El rey la observó un largo momento, con un silencio que decía más que cualquier palabra. Luego asintió, sin romper el gesto solemne, pero con la ternura que solo un padre puede sostener incluso en medio de los tronos y tratados.
—Entonces será así, hija —respondió— Si mi tiempo en estas tierras sirve para comprender lo que algún día compartirás con él, no lo desaprovecharé.
El silencio que siguió fue leve, respetuoso, Kael se mantenía a un costado, observando la escena sin intervenir, pero en su mirada había algo nuevo: una mezcla de respeto y reconocimiento hacia aquel hombre que, sin poder ni oscuridad, había sabido inspirar tanta fortaleza en su hija.
Un leve golpe en el piso anunció la llegada de un mensajero, portador de los sellos del reino de las Hadas, que se detuvo ante el trono del rey. Lía apenas percibió su entrada; estaba demasiado centrada en la calma que aún parecía sostener la estancia. Sin embargo, al observar el rostro de su padre, supo que algo había cambiado, la expresión solemne que hasta entonces había mostrado se tornó tensa, la atención de sus ojos se agudizó, y el aire se cargó con un peso invisible que hizo que Lía contuviera la respiración.
El mensajero inclinó la cabeza y entregó su mensaje con respeto. El rey de las Tierras de las Hadas lo tomó, leyó con rapidez, y luego levantó la mirada con una gravedad que heló el corazón de Lía.
—Nuestro territorio está siendo atacado —dijo finalmente, con la voz firme pero cargada de urgencia— El enemigo ha avanzado sobre nuestras fronteras.
Un escalofrío recorrió la espalda de Lía. Sus ojos se abrieron, y el miedo se instaló en su pecho: ¿qué pasaría con su gente? ¿cómo podrían resistir un ataque de tal magnitud?
El rey de las Hadas, volvió su atención al rey actual de los Venitas —Necesitamos vuestra colaboración —pidió, sin apartar la mirada de él.
Antes de que el rey pudiera responder, la reina madre se adelantó, su voz cortante y venenosa.
—¿Colaborar? ¡Es absurdo! ¿Poner en riesgo a nuestra gente por un reino que aún no es responsabilidad nuestra? La coronación de tu hija todavía no se ha formalizado, y ya estás arriesgando lo que es nuestro.
Lía buscó a Kael con la mirada, sus ojos llenos de súplica. Sabía que él podía cambiar el curso de lo que estaba por venir.
La reina madre continuaba, cargada de desprecio, pero de repente un silencio cortante detuvo sus palabras. La energía de Kael llenó la estancia como una sombra imponente, todos sintieron la densidad oscura de su poder, y hasta la reina madre pareció temblar ante él.
Kael dio un paso adelante, su voz grave resonando con autoridad.
—No hay motivo para preocuparse, si aquellos del reino contrario creen que pueden avanzar sobre un terreno que entiendo ya como aliados, pronto aprenderán las consecuencias de subestimarnos.
El aire se volvió pesado, la tensión palpable, y Lía apenas pudo contener un estremecimiento. Por primera vez, la fuerza que Kael emanaba no era solo para protegerla a ella, sino a todo su pueblo.
La reina madre abrió la boca nuevamente, dispuesta a lanzar otro comentario venenoso, pero la mirada de Kael la detuvo antes de que pudiera pronunciar palabra. Era un silencio absoluto, pesado, casi palpable, como si la misma sala contuviera la respiración, nadie se movió; todos, desde los reyes hasta los consejeros, entendieron que en ese instante, la voluntad de Kael no admitía réplica.
Lía contuvo un suspiro, temiendo incluso parpadear ante la intensidad que emanaba de él. Kael permaneció firme, su mirada recorriendo la sala, dejando claro que cualquier desafío tendría un precio inmediato.
Luego, con un gesto apenas perceptible de su mano, indicó a uno de sus hombres que partieran, sin demora, el subordinado asintió y se retiró silenciosamente, cumpliendo la orden con la precisión que caracterizaba a los hombres a su alrededor.