Los soldados se movían con precisión, como si la misma disciplina los convirtiera en una barrera impenetrable. El aire vibraba con el pulso de la magia, cargado de energía y presagio, frente a mí, Kael, montado sobre su caballo oscuro, era el centro de toda esa fuerza contenida; su presencia dominaba el campo, y cada soldado parecía respirar al compás de su poder.
El cielo, teñido de rojizos y violetas, ardía como una herida abierta. A la distancia, entre la bruma, se distinguía el límite del Reino de las Hadas… y el caos, mi gente estaba allí, resistiendo como podía, rodeada por columnas de humo y destellos de energía. El corazón me latía tan fuerte que dolía, ver mi hogar ardiendo, mi gente luchando por sobrevivir, me desestabilizó más de lo que quería admitir.
Un rugido resonó entre los árboles, seguido de un impacto brutal que sacudió la tierra, un ataque cayó directo hacia nosotros, el escudo que habíamos erigido nos protegió, pero el golpe fue tan fuerte que sentí cómo la vibración atravesaba el suelo y mi cuerpo entero.
Por primera vez, vi algo distinto en Kael: la tensión en sus hombros, la mandíbula apretada, la ira contenida que se filtraba a través de su control, su magia crepitaba, densa y oscura, como un fuego que buscaba desatarse.
—¿Estás bien? —preguntó, sin girarse siquiera.
—Sí… —respondí, apenas recobrando el aliento.
Pero ni siquiera entonces se relajó, sus manos se cerraron con fuerza sobre las riendas, y la energía comenzó a fluir desde él como una corriente indomable.
—Quédate en el caballo y mantén el escudo —ordenó, con voz grave y helada.
Y luego, todo se cubrió de oscuridad.
La energía de Kael se desplegó con una fuerza devastadora, expandiéndose como una ola que rasgó el cielo, era una tempestad viva, un poder tan vasto que por un instante creí que la tierra misma temblaba bajo nosotros, su aura se extendió, abarcando el campo entero, su ataque cayó sobre el enemigo con una precisión aterradora, no necesitaba un ejército, él era el ejército.
Los soldados de Venitas avanzaron tras él, movidos por la furia y la lealtad que su comandante despertaba, cada golpe, cada descarga, respondía al ritmo que él imponía, una sinfonía de poder y venganza.
Yo quería obedecer, quería quedarme donde me había dicho, mantener el escudo, protegerme a mi misma, pero no pude. El dolor de ver a mi gente caer me atravesó el pecho, y la magia dentro de mí respondió al llamado.
Con un impulso, ascendí, dejando atrás el estruendo del frente, mi energía se encendió, extendiendo sus alas luminosas mientras me elevaba hacia el Reino, el cielo estaba cubierto por humo y destellos; entre ellos, vi a un grupo de niños huyendo, perseguidos por criaturas de sombra.
—¡No! —grité, lanzándome en picada.
Extendí mi poder, creando un escudo que los envolvió justo antes de que el ataque los alcanzara, el impacto rebotó contra la barrera, haciendo que el aire se llenara de chispas doradas, con el pulso acelerado, levanté la mano y liberé un torrente de energía directa hacia el enemigo.
El brillo dorado de mi ataque se expandió en el aire y, por un momento, todo fue luz. Pero aquella descarga, tan intensa como descontrolada, drenó mis fuerzas de un modo brutal, sentí cómo la energía se escapaba de mi cuerpo en una oleada de calor y vacío.
El zumbido en mis oídos creció, y la visión se volvió borrosa. Intenté mantenerse en pie, pero las alas de luz que me sostenían titilaron y se deshicieron en el aire.
Un segundo después, la inconsciencia me golpeó.
Caí… o creí caer, nunca llegué a sentir el suelo. Algo p alguien me sostuvo antes del impacto, y lo último que recordé antes de que la oscuridad me envolviera fue el pulso familiar de una energía poderosa, tan densa como protectora.
Cuando abrí los ojos, el techo tallado del palacio de las hadas se alzaba sobre mí. La respiración me dolía en el pecho, y mi cuerpo temblaba por la falta de energía, me incorporé de golpe, sobresaltada, sin recordar del todo cómo había llegado allí.
Una mano fuerte me sujetó del hombro, firme pero contenida.
—Cálmate —la voz grave y profunda me atravesó, calmando y encendiendo algo dentro de mí al mismo tiempo.
Kael estaba a mi lado.
La penumbra de la habitación resaltaba los contornos de su figura; su armadura aún tenía rastros del combate, y una fina línea de sangre en su pómulo hablaba de la batalla que había continuado sin mí, pero lo que más me estremeció fue su mirada, en ella había alivio… y una dureza tan fría que me hizo contener el aliento.
No necesitaba que dijera nada, sabía que estaba molesto.
—Kael… —susurré, bajando la vista.
Él no respondió de inmediato, sus ojos se detuvieron en mi rostro, luego en mis manos, donde aún brillaban débiles restos de mi magia.
—Te dije que te quedaras —dijo al fin, en un tono bajo, controlado, pero cargado de ira contenida— Tenías el escudo, estabas a salvo.
—No podía quedarme —respondí con voz temblorosa, alzando la mirada hacia él— Estaban atacando el reino… a los niños, Kael, no podía solo mirar.
Su mandíbula se tensó, por un momento pareció querer replicar, pero se detuvo, se pasó una mano por el cabello, exhalando con frustración.
—Podrías haber muerto, Lía —murmuró, esta vez más bajo.
El silencio que siguió fue tan denso como la magia que aún flotaba entre nosotros. Él seguía de pie junto a la cama, tan cerca que podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo, tan lejos como la distancia que imponía su orgullo.
Yo lo observé, con el corazón latiendo con fuerza, y por primera vez entendí algo: no era solo furia lo que lo mantenía tenso… era miedo, y eso, viniendo de Kael, lo decía todo.
El silencio se extendió entre nosotros, no tenso… solo lleno de cosas que no sabían cómo decirse, yo respiraba con dificultad, intentando recuperar algo de fuerza, y él seguía allí, inmóvil, como si no pudiera decidir si seguir enojado o simplemente asegurarse de que seguía viva.