Conforme avanzamos por la carretera me siento más tranquila. Mi mamá me pidió que pasara el verano en casa de la abuela, ella ira de viaje con papá y no quiere que me quede sola.
Cuando llegamos, todo está tal y como lo recuerdo. El jardín está forrado de verde pasto y los típicos duendecillos de mi abuela se encuentran colocados de una manera despotricada.
Apenas abro la puerta del auto cuando ella ya está cubriéndome con sus brazos; aun no llega a los sesenta y es una persona llena de energía, es demasiado elegante y siempre le ha gustado verse más joven.
Su cabello se cuela en mi boca lo cual me causa risa.
Sigue siendo la de siempre.
―Mi querida Mely. Mira como has crecido.
―Solo hace un año que no te veo abuela―digo entre risas.
Mi mamá se acerca a nosotras con mi maleta y nos abraza a ambas.
―Me gustaría poder pasar un rato más contigo mamá, pero no quiero llegar tarde al aeropuerto― dice.
Mamá viene a visitarla casi cada mes así que no tiene tanta urgencia de ver a la abuela como yo. Se despide de nosotras y entramos a la casa para ordenar mis cosas, fue un viaje largo y lo único que quiero es descansar.
― ¿Qué es este lugar? ―La abuela ha dicho que iríamos de compras, pero para nada menciono una tienda llena de artilugios extraños. Los estantes están llenos de viejos libros polvorientos, y el ambiente se respiraba pesado a causa de los aromatizantes de humo que tenían encendidos.
―Aquí es donde compro todos mis adornos de casa― contesta.
Ahora veo porque la sala parece un salón budista.
Recorro el lugar, poniendo plena atención en cada cosa que veo.
Camino un poco más, y justo cuando doy la vuelta logro ver una entrada cerrada únicamente con una cortina roja, no hay letreros de prohibido el paso así que voy a investigar, pero cuando estoy a punto de abrirla, un chico me detiene la mano de forma grotesca y se coloca frente a mí.
―Este espacio es únicamente para empleados― dice un tanto enfadado.
Si hubiera sido otro momento le habría gritado en la cara por ser tan patán, pero su altura, y ese extraño tatuaje en el cuello me dicen que tenga cuidado.
―Lo siento, no sabía que…
―Mely, veo que ya conociste a Evan― me interrumpe la abuela― Mely, él es Evan O’Neill. Evan, ella es mi nieta Mely.
―Mucho gusto en conocerte― dice el de una forma agradable pero completamente falsa.
―Igualmente― contesto de igual manera.
―Evan y su familia se mudaron a Chapel Hill poco después de tu última visita― explica ella― y ahora se mudarán de local, y tú y yo los ayudaremos a ordenar las cosas―anuncia.
Odio cuando mi opinión no tiene ni voz ni voto, es más, ni siquiera lo ha consultado conmigo y ya da por hecho que si quiero hacerlo.
―Que bien, ¿podemos irnos? ―Tomo a la abuela del brazo y la hago correr hacia la salida.
No sé si termino de hacer las compras pero mi instinto me pedía a gritos que huyera de ese lugar.
Llegamos a casa y dejamos lo que abue había comprado, media hora después no recoge una mujer de mediana edad que al parecer trabaja para la familia O’Neill (al menos eso me dijo Abue) y nos lleva al dichoso establecimiento nuevo.
Unos minutos mas tarde, un camión de mudanza y un Camry, se estacionan frente al ventanal, y de ellos bajan Evan y otro chico.
―!Comencemos con la mudanza! ―canturrea mi abue, camina hacia el camión pero Evan la detiene.
―Nosotros nos encargamos de eso, ustedes pueden ir acomodando todo― dice él.
El otro chico se acerca a nosotras, les dedica una inclinación de cabeza a mi abue y a l otra mujer llamada Carol (otro dato de mi abue), pero a mí me tiende la mano.
―Soy Adrien O’Neill― se presenta.
Bien, no era suficiente con Evan, ahora resulta que tiene un hermano.
―Soy Mely― respondo cortante pero le doy la mano de forma cortes, el frunce el ceño de manera exagerada, como si algo le causara confusión. Se recompone al instante y se aparta de nosotras.
―Es un encanto, ¿no es así?
―No empieces con eso abuela, la última vez casi me caso sin saberlo.
―No tenía idea de que ese chico Abbas tenía intención de llevarte a su país― argumenta.
Rio al recordar lo que pasó ese verano, y ella me sigue el juego.
Durante más de dos horas, movemos muebles, acomodamos artilugios en los estantes, ordenamos libros, hasta que solo queda algo así como una caja fuerte, en realidad no pesa igual que una, pero si se mantiene cerrada.
Agradezco que ninguno de los chicos me dirija la palabra, nunca he sido lo suficientemente social como mi madre quisiera, pero es que me causa tanta pereza tratar de caerle bien a las personas que prefiero que ellos lleguen por si solos. Aunque en esta ocasión es diferente, si uno de esos chicos intenta hablar conmigo trataré de ser lo más tajante posible.
Algo en ellos no me da buena espina.
―Quedo mejor de lo que esperaba― dice abue mientras se sienta en un banquito para descansar.
― ¿Hay algún lugar donde pueda comprar agua? ― pregunto― Muero de sed.
―Hay una farmacia cerca, seguro que allí encuentras― dice Adrien mientras se limpia las manos con un trapo sucio―. Yo te llevo si quieres.