Planeta Kraiken.
Isla Roshmon.
El ataque había sido perpetuado durante la madrugada para no darle la opción a los habitantes de la Isla Roshmon de defenderse.
La fuerza del viento no era suficiente para apagar el fuego que rodeaba las cabañas, y los individuos que estaban en su interior.
Sobre la arena estaban esparcidos los cuerpos carbonizados de los isleños al igual que sus animales de compañía. Era más que evidente que los atacantes no habían perdonado ni a los niños ni a los bebés.
El escenario era tétrico, y muy desolador. Todo estaba destruido.
De abajo de una pila de cadáveres que estaban depositados a los pies de una palmera en tonalidades azulinas y blancas, salio la figura de una mujer de tez caucásica, corto cabello rubio desarreglado y ojos color naranja.
Su ropa. que alguna vez había sido color blanca con bordes grises, estaba rota y sucia.
Con pesadez se dirigió a ver el estado de sus conciudadanos, y al notar la falta de vida en todos ellos continuo hacia la zona de las cabañas.
Después de unos diez minutos, logro oír una voz femenina que pedía ayuda; el tono era débil pero se hacia notar en el silencio de la noche tardía.
La joven de cabello rubio la encontró sentada al costado de una gran roca. Se trataba de una mujer relativamente joven de largo cabello rubio, tez caucásica y ojos verdes brillantes. Su vestido, al igual que su aspecto, estaba sucio y desprolijo.
—Ayúdame—susurro la mujer de cabello largo.
—Trataré de...—estaba por decir cuando noto un bulto entre los brazos de la herida.
—Llévate a mi bebé...sálvalo.
—Buscare ayuda para todos, no te rindas.
En ese momento, la segunda mujer comenzó a llorar y abrazo con fuerzas a su bebé que estaba envuelto en una manta beige.
—Perdóname hijo... perdóname por no haberte amado más. Crece, juega y ama a todos los que te rodean—dijo con la voz entre corta por el llanto—.No olvides que mamá y papá te amaron mucho. Lamento dejarte atrás.
Por su parte, el bebé de meses continuaba durmiendo plácidamente sin enterarse de a su madre le quedaba poco tiempo de vida.
Utilizando las ultimas fuerzas que le quedaban, le extendió el infante a la otra mujer.
—Por favor, ámalo todos los días por mi...te...lo suplico.
—¿Cuál es su nombre?
—Nucere...mi amado Nucere.
Una vez que la mujer de cabello corto agarro el bebé, la madre dio su ultimo suspiro cayendo de costado sobre la arena.
Su ultima lagrima recorrió su mejilla hasta caer en el suelo.
Y así, la única sobreviviente del atentado se prometio a si misma cuidar con su vida la pequeño Nucere.