El destino de Solaria

Prólogo

Todo estaba ardiendo.

El suelo se deshacía bajo los pies de una joven de cabellos dorados.
Las montañas colapsaban como castillos de arena, y el cielo, antes resplandeciente, era ahora una horrible tormenta.

Había perdido el control de su magia.
Aquella que durante años había practicado… ya no le obedecía.
Ahora era incontenible. Devastadora.

Todo por lo que había luchado se derrumbaba frente a sus ojos.

La sangre de su madre aún manchaba sus temblorosas manos.

Sabía que, tarde o temprano, tendría que matarla.
Su madre hacía mucho que ya no era ella misma.
Estaba poseída. Corrompida por la entidad.
Y, aun así… fue demasiado para ella.

Estaba tan cansada.
De pie, en medio del caos, con el cabello suelto, los ojos apagados y los labios rotos, cerró los ojos, esperando su muerte.

Fue entonces cuando una mano se extendió frente a ella.

Era cálida.

La jóven alzó la mirada con lentitud, sin esperanza.

Y la vio.

A una niña de grandes y profundos ojos dorados.
Ella misma.
Pero más joven.
Sin cicatrices.
Sin sangre en las manos.

—¿Cuántos años tienes? —preguntó la jóven.

—Catorce —respondió la niña, con tono serio, pero lágrimas contenidas.

Ella también acababa de perder a su madre.
La entidad Nyrath la había poseído.
Fue el día en que desapareció sin dejar rastro.
El inicio de su locura.

La mirada de la niña era idéntica a la suya, pero aún quedaba algo en ella.
Algo que la joven ya no tenía.

Inocencia.
Esperanza.
Tiempo.

La jóven echó un último vistazo a su mundo, como quien contempla una estrella lejana.

Era demasiado tarde para ella.
Pero para esta niña…
Tal vez…
Tal vez todavía quedaba algo por salvar.

La niña retrocedió un paso. El vórtice de energía se abría como una herida luminosa en el aire, dejando escapar ráfagas de viento que olían a ceniza y magia antigua. Sabía que al invocar magia espacio-temporal, estaba rompiendo una de las leyes más estrictas del Sol. Pero estaba desesperada y no estaba lista para enfrentar su futuro ella sola.

—¿Qué no sabes que la magia espacio-temporal está prohibida? —la voz emergió del otro lado sin mucha emoción, sonaba más cansada que acusadora.

—Lo sé —respondió la niña sin apartar la vista.

La jóven cruzó el portal. O al menos, lo que quedaba de ella.

Su cuerpo estaba surcado por grietas color ceniza, como si se hubiera quebrado por dentro. Las fisuras mágicas contrastaban con su piel pálida y cabellos dorados. Su mundo, visible tras ella, se deshacía como un espejo roto: torres colapsando, cielos rojos, era una tormenta de destrucción.

—¿Para qué me trajiste aquí? —preguntó la joven, con voz áspera. Sus ojos dorados escudriñaban a la niña con una mezcla de dolor, cansancio y algo más, ahora había un poco de brillo.

—Tú sabes lo que pasará en el futuro. Necesito tu ayuda para no terminar… así. Dijo la niña señalando a la joven y su mundo.

La jóven bajó la vista hacia su propio cuerpo, a las marcas cenizas que le recorrían las manos como venas. Rió, amarga.

—Ciertamente no tomé las mejores decisiones. ¿Qué recibo yo a cambio?

—Una segunda oportunidad —dijo la niña sin vacilar—. Podrás corregir tus errores... y quedarte en este mundo.

La joven la miró largo rato. Por primera vez en años, sus ojos se suavizaron.

—¿Con que una segunda oportunidad, eh? —dijo, esbozando una sonrisa tenue—. No está mal.

La joven se sentó en silencio.
—Primero que nada —dijo, rompiendo la quietud—. Tu madre… no está muerta. Pero tampoco es ella misma.

La niña alzó la vista, tensa.

—Fue poseída por la Entidad Nyrath. Y un día volverá.

La jóven respiró hondo.

—Y si no la matas tú… entonces ella te matará.

Silencio.

La niña miró lentamente la sangre dorada en las manos de la joven.
—¿Entonces tú…?

Ella asintió, sin mirarla.

—Sí. Aunque tampoco lo manejé muy bien. —Sus labios se torcieron en una sonrisa vacía—. Perdí el control después de eso.

La niña no respondió. Pero en sus ojos, el reflejo de la luz no era lo único que había.
Miedo.
No quería tomar el mismo camino.

Si la mataba perdería el control… y destruiría el reino. Y si no lo hacía, ella la mataría. Y después… también destruiría el reino.
Ninguna era una buena opción.

La niña apretó los puños.

—Entonces… ¿qué se supone que debería hacer?

—Tendrá que ser alguien más —respondió la jóven—. Tendremos que encontrar a alguien que mate a la reina.

—¿Y cómo le explicaremos esto a los demás?

La jóven la miró con seriedad

—No lo haremos. Fingiremos que la reina… nunca desapareció.

La niña frunció el ceño, confundida, pero la joven ya se estaba poniendo de pie.

—Me haré pasar por ella —dijo con calma—. En mi pasado tuve demasiados problemas al asumir el trono siendo tan joven. Esta vez, tú buscarás a quien deba enfrentarse a la Entidad. Yo gobernaré mientras tanto.

Dicho esto, cerró los ojos y alzó una mano. La magia metamórfica la envolvió con una combinación de luz y sombra. Su cuerpo cambió. Su rostro se alargó ligeramente, sus ojos y sus cabellos adquirieron un brillante tono rojizo, su porte se volvió regio. En cuestión de segundos, la niña estaba frente a la viva imagen de su madre.

Por un instante, la niña sintió que su madre había regresado.
Las lágrimas se agolparon sin permiso, pero no cayeron.

—Yo no soy tu madre —dijo la joven, con voz firme pero suave—. Puedes llorar.

La niña tragó saliva y negó con la cabeza. No lo haría.
No podía.

—Deneb —dijo la niña, retomando la compostura. Era extraño usar su propio nombre para referirse a alguien más—. ¿Cuántos años tienes?

La mujer la miró con suavidad.
—Arided —corrigió con serenidad—. Ese es mi nombre. Hace mucho que dejé de llamarme Deneb. Tengo veintinueve.



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En el texto hay: fantasia, romance, romantasy

Editado: 07.10.2025

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