El destino del alfa. (el destino 3.)

Capítulo 1.

Trece años habían pasado desde que se habían mudado a Nueva Orleans. La nueva generación había crecido feliz. Los más destacados eran los mellizos Raffe y Phoebe, Katy la hija de Will y Sandra y el pequeño Travis. Este último traía de cabeza a Shane y Cora. Ya que su hijo era un terremoto.
Pero estos cuatro chicos no sabían que se traían sus padres entre manos. Las tres parejas, junto a Esther y Asmodeo habían estado intentando descifrar como romper el último sello. Habían sido los alfas quienes habían decidido no decir nada. Querían que los niños tuvieran una buena infancia y una buena adolescencia. Ya tendrían tiempo de ser adultos cuando crecieran.

Durante esos once años los mellizos, en especial Raffe, había entablado una gran amistad con Robert Crain, el único hijo de Sebastian.
El vampiro antiguo también había entablado una muy buena amistad con los lobos, y más con los alfas. Se habían hecho muy buenos amigos y lo incluyeron en la búsqueda de información.

 

Raffe y Phoebe salieron del gimnasio que Dante había montado hace unos años en la ciudad. En él solo entraban lobos y vampiros. Así no tendrían que ir con cuidado a la hora de enfrentarse.

  • No sé cómo lo consigue siempre – gruñe Phoebe entrando en casa, seguida de su hermano mellizo -. Dante es un lobo viejo, y consigue patear nuestro trasero.
  • Eso es porque no se centran en la pelea – dice Mia apareciendo frente a sus hijos con un libro en la mano -. No se preocupen. Dante también pateaba mi trasero.
  • Lo dudo mucho – susurra Raffe -. ¿Ha vuelto papá de su viaje? Me gustaría entrenar con él.

Mia deja el libro sobre la encimera de la cocina y se acerca al horno para ver cómo iba la cena.

  • Está a punto de aterrizar – comenta ella -. Y puedes entrenar conmigo si quisieras.
  • No quiero hacerte daño, mamá – Mia comienza a reír a carcajadas y se limpia una lágrima que se le había escapado y vuelve a mirar a su hijo. Este la miraba con una ceja alzada -. ¿Crees que no puedo? Siempre venzo a papá.
  • Eso es porque tu padre se deja ganar. Para que te suba un poco el ego – se acerca a él y le coge de la cara para dejar un beso en su mejilla -. Además, yo siempre gano a tu padre.

El timbre suena y Mia va a abrir.

Raffe, frustrado por lo que le había dicho su madre, se fija en el libro de la encimera. Se trataba de un libro muy antiguo con tapa de cuero. Siempre veía a su madre con ese libro, pero nunca se había fijado mucho en él y tampoco sabía de qué trataba. Suponía que era algo de historia antigua, dado que se había licenciado en historia y trabajaba para dos grandes museos de Nueva Orleans. El Cabildo, que se encontraba en el corazón del barrio francés y en el Museo de arte de Nueva Orleans. Aún no entendía como su madre era una apasionada de lo antiguo.

Abre el libro por el final y se encuentra con una dedicatoria en francés.

 

Tú me has convertido en la mujer que soy ahora, y por ello siempre te amaré, aun sabiendo que no podemos estar juntos. Pero haré algo por ti, mi lucero. Pues serán mis descendientes quienes te liberen y puedas enfrentar a tus hermanos.

Siempre te amaré mi lucero del alba. Siempre tuya. Alice.

 

Raffe se lo queda mirando, y en lo que más se fija es en la firma.

  • ¿Qué estás mirando? – pregunta Phoebe curiosa y lee la dedicatoria -. ¿Lucero del alba? ¿No es así como llaman a Lucifer?
  • ¿No era portador de luz? – Raffe cierra el libro al oír que su madre se acercaba. Ella llega acompañada de Will, Sandra y Katy -. Hola, a los tres. Lo siento, pero he de ducharme.
  • Sí, te he olido desde la entrada – bromea Will guiñando un ojo a su sobrino -. Y tú, Phoebe, ¿no piensas saludar a tu tío?

Phoebe lo mira de arriba a abajo y saluda a Sandra y Katy con dos besos.

  • Lo haré cuando levantes el castigo tan injusto que le pusiste a Katy.

Will ríe y coge la cerveza que Mia le tiende.

  • ¿Injusto? – pregunta él -. Destrozó el coche, Phoebe. No saldrá de casa hasta que pague el arreglo.

Las dos niñas se marcharon al jardín y dejaron a los adultos solos.

  • Veo que aún sigues leyendo ese viejo libro – comenta Sandra aceptando la copa de vino que Mia había servido -. ¿Has podido descifrar algo de él?
  • Voy por la mitad – responde Mia -. ¿Han encontrado algo?

Will niega con la cabeza, al igual que Sandra.

  • Casi diecisiete años, y no tenemos nada – suspira Mia -. Alice se cercioró de que no se supiera nada del último sello.
  • As dice que se romperá en su momento – Will se encoge de hombros -. Todos se han roto, después de todo.

Mia saca el manuscrito que tenía metido en el diario. Se trataba del que hablaba del último sello.

  • Sí, ¿pero quién es el hijo de la noche y el hijo de la luz? Y luego está lo que Sam dijo cuando salió del coma. No dejo de pensar que el hijo de la noche se trata de Raffe.
  • Creo que deberías relajarte – Will coge el manuscrito y lo guarda en el diario -. Tomate unos días libres de esto. Es muy posible que aclare tu mente.

 

Joseph llegó tiempo después acompañado de Asmodeo y a los pocos minutos llegaron Shane, Cora y Travis.
Todos cenaron juntos y disfrutaron de la compañía.

Al terminar la cena todos salieron al jardín y los mayores vieron como sus hijos entrenaban entre ellos. Como esperaron, fueron los mellizos quienes ganaron, y cuando ambos se enfrentaron quedaron en empate.

  • Creo que ahora me toca a mí – dice Mia con una pequeña sonrisa mientras se levantaba para ir donde estaban sus hijos -. ¿Quién quiere enfrentarse a mí?

Los mellizos habían visto muy pocas veces entrenar a su madre. Estaban acostumbrados a verla rodeada de libros y con su ordenador portátil, por eso Raffe no había querido entrenar con ella.

  • Yo – dice Raffe dando un paso al frente. No le había gustado lo que su madre había dicho horas antes, e iba a demostrarle que no podía con él, y que ganaba a su padre porque él era fuerte y rápido y no porque Joseph le dejase ganar.
  • Vale – Mia se recoge su larga melena castaña en un moño alto y se quita los tacones -. Prepárate para que tu madre te patee el trasero. Seré delicada.
  • Lo mismo digo.




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