Isabelle y Raffe siguieron a los guerreros de Viggo, que habían marchado al lado opuesto del campamento que había montado. Un centenar de ángeles estaban descendiendo del cielo y algunos ya estaban peleando con los lobos de Viggo.
A la pareja solo les dio tiempo de mirarse una vez antes de sumergirse en la batalla. No se separaron mientras luchaban con los ángeles que se iban encontrando por el camino.
A lo primero los ángeles solo se centraron en los guerreros de Viggo, pero en cuanto vieron a la ángel y a Raffe, fueron a por ellos.
La pareja se defendía con uñas y dientes, hiriendo e incluso matando a algunos ángeles, pero ellos tampoco quedaron ilesos.
Las espadas afiladas de los ángeles alcanzaron a Raffe en el costado, y ambos tenían varias quemaduras por las bolas de fuego que les lanzaban. Pero no estaban solos luchando. Los guerreros seguían ahí, matando ángeles a cada oportunidad que tenían.
Raffe se había liberado de un ángel rasgando su garganta y miró a su alrededor. Vio como Viggo luchaba el solo contra siete ángeles.
La pareja corrió hombro con hombro para ayudar al alfa. Isabelle fue la primera en llegar, rodeó con su brazo el cuello de un ángel y lo lanzó lejos. Ella peleaba con la misma fiereza que Raffe, y no le importaba que los ángeles que les estaban atacando fueran compañeros de ella. Durante mucho tiempo estuvo junto a ellos, luchando a su lado, pero esos días habían acabado y no le importaba tener que enfrentarse a ellos.
Raffe vio dos espadas caídas en el suelo y las cogió, lanzando una a Isabelle, que cogió al vuelo. Empezaron abrirse paso más rápidamente con las espadas y llegaron junto al alfa. Este los miró un segundo, con una mirada curiosa, y no dijo nada. Siguió matando ángeles y a él se unieron la pareja.
A los minutos la cantidad de ángeles había menguado considerablemente, y estos, al verse en minoría, alzaron el vuelo para alejarse.
Raffe por fin pudo respirar, y lo primero que hizo fue preguntarle a Isabelle si estaba bien. La inspeccionó de arriba abajo, tranquilizándose al ver que sus heridas se iban curando. Entonces se gira para enfrentar a Viggo.
Raffe tenía que admitir que era un buen guerrero. Había acabado con más de la mitad de los ángeles el solo. Era poderoso, pero no por eso se había librado de salir herido. Tenía varios cortes, que se sumarían a las cicatrices que ya tenía, y varias quemaduras. Estaba más herido que Izzy y Raffe, pero seguía en pie, ayudando a sus camaradas caídos a levantarse y ordenando que se llevasen a los que estaban heridos de gravedad a que los curasen.
Cuando terminó de dar las ordenes se acerca a la pareja y esta vez sí que mira detenidamente a Isabelle. En su cara se podía ver la confusión, y eso hizo sonreír a Raffe, pero lo hizo para sus adentros. Isabelle había salvado la vida del alfa, y este se había dado cuenta.
- Gracias – dice poniendo la vista en Raffe -. Gracias a ambos por uniros a nosotros.
- No hay de qué – dice Raffe -. ¿Sigues pensado lo mismo? ¿No quieres unirte a nosotros?
Viggo pasa la vista por los cuerpos de los ángeles muertos. Se había sorprendido mucho al ver como los ángeles descendían del cielo y empezaban a luchar contra ellos. Nunca pensó que existieran de verdad, pero se equivocaba.
- Me uniré a vosotros – sentencia Viggo mirando a Isabelle -. Le debo la vida a tu beta, y por ese motivo estoy en deuda con vosotros.
Entre Isabelle y Raffe le cuentan lo que necesitan que haga, pero evitan decir que los ángeles habían venido hasta ahí por ellos y que Isabelle era un ángel. Aún no confiaban del todo en esos lobos, pero lo necesitaban. Viggo aceptó buscar a más manadas para que se unieran a ellos.
- ¿Y cómo nos mantendremos en contacto? – pregunta el alfa.
- Eso no va a ser problema – Raffe sonríe y le muestra por primera vez sus ojos rojos. Isabelle hizo lo mismo, dejando a Viggo con la boca abierta.
- Sois verdaderos alfas – susurra impresionado -. Esto no suele ocurrir. Siempre se salta algunas generaciones – eso ya lo sabía Raffe, pero su manada no le daba importancia -. Está bien. Esto nos facilitará las cosas para comunicarnos
La pareja se ofrecieron a ayudar con los heridos, pero Viggo dijo que ya habían ayudado bastante. Debían seguir su camino. Ellos aceptaron y se marcharon de vuelta a España.
Phoebe se había encerrado en su habitación. Estaba enfadada con As por lo que había hecho. Lilith no merecía morir. Le había ayudado a recuperar a su loba y As la había matado. No se imaginó que haría eso. Pensó que la castigaría de alguna forma, pero matarla... No. No se le había pasado por la cabeza.
Y para colmo Isabelle y su hermano se habían marchado. Sus padres la habían llamado para decirle que se encontraban en Nueva Orleans, los muy locos.
Su móvil empieza a sonar en la mesita de noche, lo coge y acepta la videollamada de su madre.
- ¿Han regresado ya? – pregunta impaciente, pero se detiene a ver mejor a su hija. Parecía decaída -. ¿Qué te pasa?
Phoebe se lo cuenta todo. No podía aguantar más, aun sabiendo que su madre enfurecería por lo de la sangre, pero Mia siempre hacía que se sintiese mejor. No hay nada como una madre, piensa Phoebe, y ahora necesitaba a la suya.
- Y después de contarle todo – dice Phoebe -, ha ido al infierno y la ha matado.
Mia había interrumpido de vez en cuando, furiosa, pero ahora estaba callada. Tenía que asimilar todo.
- ¿Dónde está el problema? – dice la alfa después de cavilar unos minutos -. Phoebe, la sangre de demonio te hubiera matado.
- Pero sigo con vida – ahora Phoebe también estaba furiosa con su madre. Le estaba dando la razón a Asmodeo.
- Habla con Asmodeo – dice con voz más suave -. Entiendo tu enfado, pero no lo comparto. Yo en el lugar de As, hubiera hecho lo mismo, pero debes hablar con él.
- ¿Para qué? – Phoebe sacude la cabeza.