El destino del alfa. (el destino 3.)

Capítulo 18.

Tras la buena noticia de que Raffe despertase y esa muestra de amor entre padre e hijo, llegó lo inevitable.

Raffe no pretendía quedarse de brazos cruzados mientras Isabelle estaba con Miguel, pero el chico aún no estaba en plena forma, ya que la herida que le hizo Gloriosa en el estómago aún no se había curado del todo. 
Entre los alfas y Phoebe consiguieron convencer al chico de que se quedase en la cama, les costó mucho que Raffe aceptase.

Tras eso Raffe se volvió a dormir, ya que seguía débil por la pelea contra Miguel.

Mia se quedó con su hijo en la habitación, dejando que Joseph se encargase de todo lo demás. No se iban a quedar sentados con todo lo que había pasado. Miguel había herido a su hijo, y era un milagro que siguiera con vida, así que Joseph se encargaría de avisar a todos los vampiros de Nueva Orleans. Iban a necesitar ayuda, y los vampiros era más difíciles de matar, pero aún así también harían venir a los guerreros de la manada.

Joseph entendía muy bien el porqué Mia quería quedarse junto a Raffe, él tampoco quería estar lejos de su hijo, pero debía preparar todo, ya que era muy posible que los ángeles volvieran.

Lo más sensato sería marcharse de ahí, pero Raffe no estaba en condiciones para viajar, así que lo harían cuando el chico estuviera un poco mejor, mientras, necesitarían guerreros para que vigilasen el palacete. De eso se estaban encargando los demonios bajo las órdenes de los caídos y también los miembros de la manada contra los que habían luchado.

Muchos de ellos habían quedado con vida, y habían acudido a ellos. Estaban perdidos sin su alfa, que desgraciadamente había perecido en la batalla, así que fueron en busca de Phoebe, pero no fue la chica quien los recibió. Asmodeo habló con ellos y les presentó a Joseph. La manada aceptó a Joseph y Mia como sus alfas e hicieron lo que les dijeron, patrullando junto a los demonios.

Ese tema fue rápido de resolver. Estaban protegidos por si los ángeles volvían, así que ahora los caídos y Joseph debían preocuparse en encontrar más manadas y formar un plan para rescatar a Isabelle.

Eso último era lo que más prioridad tenía, y era la condición que había puesto Raffe para aceptar que se quedase en la cama, pero no era solo él el que pensaba que lo más importante era rescatar a Isabelle. Todos los caídos pensaban igual, dado que no tendrían mejor oportunidad. Miguel había salido bastante herido del enfrentamiento a Raffe y más cuando Phoebe le arrancó la mano. Entraría en el anshara para recuperar las fuerzas y por eso mismo esa era la mejor oportunidad que tenían. Con Miguel fuera de combate sería muy fácil entrar en la ciudad plateada y sacar a Isabelle, pero necesitarían ayuda, y su primera opción era el Trono.

Los caídos se habían opuesto a pedir ayuda a su padre, pero Joseph había insistido y Phoebe le había apoyado.

Conocían desde hace mucho a Stephan, y se habían llevado una gran sorpresa al descubrir quien era verdaderamente, pero eso no quitaba las veces que les había ayudado anteriormente.

- Es vuestro padre – dice Phoebe un poco exasperada -. No creo que os cueste mucho llamarle.

- Phoebe, no sabes todo lo que hemos sufrido por su culpa – dice Aamon.

- Déjalo – dice Joseph sacando su móvil -. Lo llamaré yo mismo.

- No hace falta – todas las miradas van hacia la ventana del fondo. Se encontraban en la biblioteca y Stephan había aparecido de la nada -. ¿Qué quieres pedirme, Joseph?

Joseph mira a Stephan un poco trastocado. Aún no se había hecho a la idea de que él fuera Dios, le era imposible. Lo conoció desde que llegó a la manada de Daniel, y para él siempre sería Stephan, el brujo amante de la tecnología.

- Creo que será mejor que hablemos a solas – propone Joseph al ver las miradas furiosas de todos los caídos.

El Trono acepta y sigue al alfa fuera de la biblioteca.

- No nos ayudará – dice Asmodeo con desprecio. Phoebe lo miró con el ceño fruncido. A ella le pasaba lo mismo que a su padre. No podía dejar de ver a Stephan como el brujo que conoció desde que tenía memoria -. Tu padre está perdiendo el tiempo.

Joseph decidió ir a la habitación de su hijo, donde se encontraba Mia. Raffe seguía profundamente dormido, y cuando Stephan lo vio una sonrisa se planta en su cara.

Sabía más o menos lo que había sucedido, pero no todo. Había dejado de vigilar a todos sus hijos cuando abandonó la ciudad plateada, centrándose en Lucifer. Lo ocurrido con Adán y Eva no fue de agrado para él, pero algo no encajaba con lo que Miguel le había dicho. Por eso mismo decidió abandonar su hogar, descubrir la verdad sobre ese asunto, pero se encontró con que su hijo, el más pequeño de todos había creado una nueva especie. Los lobos.
Esas criaturas le asombraron tanto, que no pudo resistir convivir con ellas. Ayudó a Alice a crear las profecías, eligiendo un destino para todos sus hijos, pero ahora se daba cuenta que había menospreciado a Miguel. No podía creer hasta donde podía llegar la maldad del mayor de sus hijos, pero no podía hacer nada. Al crear las profecías había quedado atado de pies y manos. No podía intervenir, y no lo haría. Las cosas saldrían como dispuso, y esto que estaba pasando era toda su obra, lo que aún no sabía es como acabaría todo aquello.

- Me alegra saber que Raffe está bien – susurra mirando a los dos alfas.

- Stephan... - comienza Joseph -. ¿Debo llamarte así o prefieres...?

- Stephan está bien – Joseph asiente.

- Bueno, pues necesitamos ayuda – Mia se acerca a él y se tranquiliza un poco. Después de todos estos años, no llevaba bien estar alejado de Mia -. Creo que sabes lo que ha pasado.

- Raffe se ha enfrentado a mi hijo Miguel – contesta el Trono.

- Sí, y también se ha llevado a Isabelle – dice Mia muy seria.

- Tenemos que entrar en el cielo para rescatarla – termina de decir Joseph.




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