- Suéltame, bastardo – Phoebe estaba pataleando en los brazos de Miguel. Le estaba arañando con sus garras, le había mordido pero seguía sin soltarla -. Juro que te mataré.
Phoebe tenía los ojos enrojecidos por el llanto. Aún no había asimilado que su madre había muerto. El maldito arcángel que la tenía cogida había matado a su madre.
- Promete lo que quieras – habla con voz ahogada -. No conseguirás tocarme en la ciudad plateada.
Phoebe ve como llegan al maldito hogar de los ángeles, y entonces, al traspasar las puertas, estas se cierran. Ya estaban en la ciudad plateada, y le iba a hacer mucho daño. Vengaría la muerte de su madre.
Despejó su mente como pudo, y se transformó en loba, pero algo extraño ocurrió. Estaba volando.
Miguel gruñe al ver que la chica se le había escapado. Se estaba agotando por minutos y no aguantaría otra pelea.
Llamó a su hermano Raphael, le ordenó que viniera con un pequeño ejército. Lo iba a necesitar para parar a la loba.
Phoebe se lanzó a por Miguel con las fauces abiertas, pero un ángel se puso por en medio. Ahí se percató que unos sesenta ángeles la rodeaban. Todos armados, pero eso no le importó a la chica. Ella misma era su mejor arma. Profirió un aullido y empezó a matar ángeles.
Miguel y Raphael se alejaron un poco de la pelea, viendo como ocurría esta y si el pequeño ejército tenía posibilidades contra Phoebe.
- ¿Por qué la has traído? – pregunta Raphael -. Dará muchos problemas y si permanece mucho en la ciudad plateada, puede que nos quedemos sin ángeles guerreros.
- Se le pasará – gruñe Miguel -. Está así porque he matado a su madre.
Raphael mira a su hermano con los ojos muy abiertos. No lo pudo evitar. No podía creer que Mia estuviera muerta. No la había conocido mucho, solo había oído de ella, pero sabía que fue la que se encargó de Uriel.
- Te veo sorprendido, hermano – Miguel aparta la mirada de él y ve como Phoebe había vuelto a su forma humana, pero aún con alas, y le rebanaba el cuello a un soldado con una espada -. Tengo que admitir que hay hermosura en ese salvajismo.
- ¿Por qué has cerrado las puertas, Miguel? – Raphael cambia de tema, pretendiendo que su hermano no siguiera mirando a Phoebe. No le había gustado ese comentario suyo.
- Padre está con los lobos – intenta mover un poco el cuello. La curación había comenzado, pero iba muy lenta -. El Trono a traicionado al cielo. No me quedó más remedio que cerrar las puertas.
Raphael se aparta justo a tiempo. Una espada había salido volando dónde Phoebe estaba luchando con los ángeles, y al poner la vista en ella, los dos arcángeles vieron que la loba había acabado con los sesenta guerreros angelicales. Iba cubierta de la sangre de ellos, no había ni un solo centímetro de su cuerpo que no estuviera cubierto de sangre, incluso sus alas blancas estaban salpicadas de sangre.
Estaba jadeando, mirando a los dos arcángeles con una espada en cada mano y una daga en la boca. Parecía una diosa guerrera.
De pronto la ciudad entera tembló y eso hizo que Phoebe y los arcángeles mirasen a las puertas. Alguien estaba intentando destruirlas y la loba sonrió. Podía notar la presencia de As y su hermano, pero había algo distinto en ellos. Ira, desesperación. Lo mismo que ella estaba sintiendo.
Aprovechó que Miguel estaba distraído para atacar. Iba directa a por las enormes alas de halcón que poseía el arcángel. Había aprendido que las alas eran un punto débil, pero si sabías como usarlas te ayudaban en la pelea. Al estar Miguel distraído podía cortarle una, que sufriera con la agonía que vendría cuando le quitase otra parte de su cuerpo, pero no llegó a tocarlo. Raphael se puso por en medio. La desarmó de un solo golpe y la tenía cogida por el cuello.
"No hagas una locura, Phoebe."
La voz de Raphael se filtró en la cabeza de la chica y lo último que vio fueron los ojos preocupados del arcángel antes de que la oscuridad se la llevase.
Raphael la coge con cuidado y mira furioso a su hermano.
- Los que han provocado ese estruendo son Asmodeo y Raffe – las puertas retumbaron de nuevo -. No se detendrán y cabe la posibilidad de que hagan pedazos las puertas.
- No digas tonterías – le da la espalda a las puertas, seguro de que no se moverán.
- Eres tú el que está haciendo tonterías, Miguel. No te das cuenta de que con el primer golpe deberían de haber muerto – señala las puertas -. ¿O es que te has olvidado? No los subestimes.
- No lo hagas tú conmigo – mira a Phoebe con desprecio y en un rápido movimiento Miguel se la arrebata a su hermano, cogiendo a la chica del pelo, pero esta seguía durmiendo -. La llevaré con Isabelle. Tengo preparado para ambas un gran espectáculo.
- Suéltala – ruge Raphael y se la arrebata a su hermano -. A ella no la tocarás.
Miguel suelta una sonora carcajada y sacude la cabeza.
- Estás interesado en esa bestia – dice aún entre risas -. Será tuya, hermano. Pero antes tiene que sufrir un poco. No se va a ir de rositas – Raphael no replico, no porque no quisiera, pero debía ir con cuidado con su hermano. Por lo menos había conseguido librar a Phoebe de un castigo mayor.
- Me la llevaré a mi campamento.
Los que estaban en la Tierra no estaban muy bien. La lluvia había conseguido apagar el fuego que los alfas habían encendido, pero ellos no sabían por qué lo habían hecho, y mucho menos los demás.
Todo era un desastre. Los caídos estaban malheridos, los alfas no podían ni levantar la cabeza y Asmodeo seguía de rodillas, llorando.
Nadie sabía qué hacer. No podían entrar al cielo y nadie podía salir de él y eso incluía a Dios. Este estaba furioso. Ahora sí que era verdad que no podía hacer casi nada. Miguel lo había limitado al cerrar las puertas. El Trono ancló su poder a la ciudad plateada, y Miguel al cerrar las puertas había cortado el suministro, pero no del todo. Seguiría siendo poderoso, solo que de vez en cuando necesitaría la ayuda de sus hijos caídos.