El destino del alfa. (el destino 3.)

Capítulo 20.

Seis meses después.

Los meses iban pasando y ya iba llegando el invierno. La preocupación de los lobos iba en aumento. Los alfas habían conseguido los mismos poderes que los mellizos tenían, esos que siglos atrás los ángeles les arrebataron a casi todos los lobos. Mia y Joseph también habían conseguido unas alas, un regalo adicional de Lucifer y el Trono. Con ellas podían ayudar a los caídos y vigilar las puertas de la ciudad plateada, pero durante esos seis meses estas habían permanecido cerradas.

Cada día que pasaba las esperanzas de poder rescatar a Isabelle y Phoebe iban menguando, pero no se daban por vencidos. Así eran ellos. Mia y Joseph harían lo que fuera necesario para salvar a la gente que amaban, pero en este caso les estaba costando mucho. No veían que hicieran mucho vigilando las puertas, pero no había nada más que pudieran hacer.

Raffe se puso en contacto con sus padres hace unos meses, unas semanas después de que Asmodeo lo dejase con la manada Anubis. Les dijo donde se había marchado el caído y con quien. Eso mejoró el estado de ánimo de todos, pero Asmodeo y Metatrón no estaban teniendo éxito para encontrar la entrada al cielo.

Por otro lado estaban las chicas. No lograron escapar y mucho menos esconderse y por su intento de fuga Miguel las castigó severamente. Ni Raphael pudo hacer nada para impedirlo, pero tampoco es que lo intentase con esmero.

Las dos tuvieron que soportar que Miguel las golpease con ese látigo que mandó hacer, pero ya no lo hizo en la intimidad de una habitación, no, lo empezó a hacer frente a todos los ángeles. Todos los días, en la gran plaza de la ciudad plateada las chicas eran llevadas ahí, las despojaban de su ropa, que consistía en un vestido que al principio era blanco, pero con forme iba pasando el tiempo se volvió grisáceo y manchado de sangre. Cuando Miguel veía que todos los ángeles se reunían en la plaza empezaba a usar el látigo contra las chicas. La plata les dejaba horribles heridas que tardaban mucho en curar, y que al final quedaba una horrible cicatriz. Ambas estaban marcadas de por vida con esas cicatrices, pero eran peores las cicatrices que quedaban por dentro.

Los latigazos frente a los ángeles ocurrían tres veces al día, y no había día que las dejasen descansar. Estaban sin fuerzas, y al final ya no gritaban. No les quedaban voz para hacerlo, y como dijo Miguel al principio, la fuerza y la esperanza las había abandonado.

Raffe por su parte iba avanzando a pasos muy pequeños. No lograba aceptar que era un alfa, tomar el mando de la manada Anubis, y no era porque no lo intentaba. El chico entrenaba desde que salía el sol hasta que la luna estaba en plena cúspide, pero no servía de nada. Los Anubis lo seguían entrenando, en especial Badru, el alfa de esa manada. Era un lobo fuerte y respetado por su manada y no se rendía con Raffe. 
Había momentos en los que el chico se enfurecía por no poder conseguir su objetivo, entonces Badru le decía lo mismo que le dijo la primera vez que empezó su entrenamiento. Que esa frustración que tenía no le iba a ayudar a conseguir su objetivo, debía centrarse en lo que deseaba y dejarse llevar por ese pensamiento, pero eso le resultaba muy difícil a Raffe. No podía dejar de pensar como lo estarían pasando Izzy y Phoebe, también estaba preocupado por sus padres, y deseaba que ellos estuvieran a su lado, pero no podían. Había notado que su lobo estaba más centrado al no estar cerca de Mia y Joseph, pero eso no quitaba que los echase de menos.

En los seis meses que transcurrieron Asmodeo solo había ido a verle una vez y el lobo pudo notar que su humor había empeorado. No habían dado con la puerta y eso lo tenía furioso, pero se supo controlar. Se enfrentó a Raffe para ver si había mejorado en algo y se marchó diciendo que siguiera así.

Phoebe abre los ojos, el izquierdo le costó abrirlo, ya que Miguel le había dado con el látigo en la cara el día anterior. Miró a Isabelle. Estaba en la celda de enfrente y no estaba mejor que la loba. Ambas tenían la espalda destrozada por los latigazos, estaban pálidas por la pérdida de sangre en esos seis meses y también mal nutridas. Solo comían una vez al día, y su comida consistía en un vaso de agua y un trozo de pan. Era un milagro que ambas siguieran con vida.

El sonido de pasos hizo que Phoebe girase la cabeza. Sabía que aún no era hora de su castigo matutino, aún faltaban un par de horas para eso.

Al enfocar mejor la vista vio de quien se trataba. Era Raphael. Phoebe lo odiaba igual que Miguel, pues él había estado presente en cada castigo que el jefe de las hordas celestiales había impuesto, pero siempre evitaba mirar la escena. Nunca hizo nada para evitar el sufrimiento de las chicas, y por eso se había ganado el rencor de la loba.

Los ojos de Phoebe, desafiantes aún después de todo el sufrimiento se posaron en los pardos del arcángel, pero no duró mucho. Raphael apartó la mirada un segundo después.

- Vas a venir conmigo – dice el arcángel -. Miguel cree que ya te ha castigado suficiente.

- ¿No me va a matar? – a Phoebe le extrañó oír su voz, ya que no la reconoció. Había hablado en un susurro con voz estridente y sus cuerdas vocales protestaron. Sabía que había destrozado su garganta de tanto gritar, hasta llegar al punto de que al hablar le dolía.

- No – sacude la cabeza y abre la puerta de barrotes -. ¿Puedes caminar?

Desafiante, Phoebe se levanta con mucho esfuerzo, pero no se movió.

- ¿Dónde me vas a llevar? – pregunta.

- He hablado con mi hermano, y ha aceptado que me quede contigo – esas palabras hicieron que Phoebe se enfadase más de lo que estaba.

La estaban tratando como si de un objeto se tratase. Ella no era posesión de ellos, nunca lo sería.

- Prefiero morir antes que ir contigo.

Raphael suspira y coge a Phoebe en brazos, como la chica había hecho un gran esfuerzo para levantarse no pudo hacer nada para que la soltase. Nunca en su vida se había sentido tan impotente, incluso cuando perdió a su loba pudo hacer algo gracias al poder que Asmodeo le dio.




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