El destino del alfa. (el destino 3.)

Capítulo 23.

Isabelle abre los ojos de golpe. Había tenido otra pesadilla. Siempre ocurría desde que Lucifer desbloqueó sus recuerdos y no ayudaban esos seis meses de castigos. 
Mira a su derecha y ve que Raffe duerme plácidamente. Una sonrisa se instala en su cara. Lo había pasado mal todo este tiempo. Se inclina para dejar un beso en su frente y se levanta con cuidado de no despertarlo.

Se viste con algo de ropa que Mia le trajo ayer. Era de Phoebe, así que le quedaba bien. Tras eso le escribe una nota a Raffe, para que no se preocupase cuando despertase, y se marcha.

Sale de la mansión y respira el aire fresco. Era invierno y hacía un frío de muerte, pero aun así la chica anduvo por el jardín, disfrutando de la tranquilidad de estar ella sola, pero dura poco. A lo lejos ve a Mia salir del bosque. La loba se la queda mirando con el ceño fruncido y se acerca a ella.

- ¿Qué haces despierta tan temprano? – pregunta Mia.

Le había extrañado ver a la ángel paseando por el claro a esas horas de la mañana, ya que aún no había amanecido.

- Yo… - Isabelle no sabía que decir.

Siempre le había gustado pasear por las calles vacías de la ciudad plateada, sin que las jóvenes ángeles la mirasen con recelo, ya que era la favorita de Miguel y sin que los hombres la mirasen con miedo. Nadie se atrevía a hablarle, tan solo Raphael, y no demasiado tiempo. Miguel siempre la había mantenido aislada, y por eso le gustaba pasear cuando todos aún dormían. Así no se sentía excluida y era lo que pretendía hacer ahora.

- Entiendo – Mia le sonríe con cariño.

Si cuando conoció a Isabelle le hubieran dicho que le cogería cariño no se lo hubiera creído, pero así era. Y sabía que había tenido que pasar por mucho desde muy joven. Ella entendía lo que significaba la tortura, eso era lo que había hecho Miguel durante el tiempo que ella no recordaba a Lucifer, y lo peor de todo fue la violación.

Nunca llegaría a entender cómo el gran Miguel Arcángel, al que adoraban muchas religiones, fuera un monstruo como lo era. Si todos esos creyentes supieran como era en verdad, lo más seguro es que no lo adorasen. Harían como con Lucifer. Lo tratarían de maligno, y no le volverían a rezar.

- ¿Por qué no damos un paseo por el bosque? – pregunta Mia.

- No quiero alejarme mucho – susurra la chica -. Por si Raffe se despierta.

- No le pasará nada.

Izzy al final accede y empieza a caminar junto a Mia en completo silencio. Nunca había estado a solas con la mujer, y le resultaba un poco extraño el estar paseando con ella. 
Desde el principio Mia había sentido mucha hostilidad contra ella. Y con razón, piensa Isabelle.

Desde el primer momento que la vio supo que era muy poderosa, y ese poder ahora era mayor.

- ¿Cómo fue tu niñez? – quiere saber Isabelle.

No sabía por qué había preguntado eso, y esperaba que la alfa no se enfadase por su osadía.

- Muy humana – contesta Mia -. Crecí creyendo ser humana. Cuando era muy pequeña me separaron de mis padres y cortaron mi vínculo con mi loba – mira a la ángel de reojo -. Estuve un tiempo en un orfanato con otros niños igual que yo. Después de un tiempo los Stark me adoptaron y fue el día más feliz de mi vida. Crecí feliz junto a ellos.

- ¿Cuándo supiste que eras una loba?

- Cuando mi familia me encontró – ríe -. Tardaron unos quince años. Yo tenía dieciséis, como Raffe y Phoebe, cuando dieron conmigo.

- Debió de ser muy bonito – comenta Izzy.

- No lo fue – Mia sacude la cabeza -. Al principio creí que me había vuelto loca y que los Castel eran una especie de mafia – ríe -. Cuando mi padre me dijo lo que eran y se transformó frente a mí, salí corriendo.

- Vaya – susurra la chica.

- Sí, vaya. Pero dejé que mi madre me lo contase todo y algo dentro de mí me decía que era cierto – se encoge de hombros -. Y así pude comprender más o menos lo que sentí cuando vi a Joseph.

Tras eso se mantuvieron en silencio. Mia se moría de ganas por conocer mejor a la chica, pero le daba miedo que al preguntarle recordase su duro pasado y lo que menos quería era eso. Después de un rato llegaron al rincón donde Mia meditaba. Había empezado a hacerlo desde que se llevaron a su hija, ya que le relajaba bastante, así que encontró ese pequeño prado, no muy lejos de la mansión, donde podría meditar.

- Y tú niñez, ¿cómo fue? – pregunta Mia sentándose en el suelo.

- Parecida a la tuya – la chica se sienta a su lado -. Estuve un tiempo con los demás niños huérfanos, hasta que Lucifer vino a por mí. Yo le conocía por mis padres, pero solo de vista – arranca un trozo de hierba distraída -. Me entrenó, ya que cuando fue a por mí ya estaba en edad de entrar en el ejército.

- ¿Cuántos años tenías? – quiere saber Mia.

- Unos siete años, creo – sonríe -. Empezamos jóvenes. La cuestión es que me entrenó, fue como un padre para mí y fue muy bonito. Lo peor llegó después.

- Miguel.

Isabelle asiente.

- Ya había crecido bastante, y era hora de que entrase en un ejército. Creí que Lucifer me pondría en sus filas, pero no fue así – mira a la loba -. Luché bajo el mando de Asmodeo y ahí fue cuando Miguel puso su vista en mí. Yo me daba cuenta de que Lucifer cada vez peleaba más con su hermano mayor, y eso nos tenía preocupados a todos.

- Tuvo que ser duro – Mia gira la cabeza para mirarla -. No has tenido una vida fácil, Isabelle. Pero te prometo que intentaremos que eso cambie. La mía cambió cuando conocía a la manada y a Joseph. En especial a Joseph.

- Yo no sé qué haría sin Raffe – susurra levantando la vista al cielo. El sol por fin había salido y se podía ver los tonos del alba -. Lo pasé muy mal estos seis meses y él también.

Mia se levanta de golpe y mira al cielo. Le había parecido ver algo. Isabelle hace lo mismo, y sin pensarlo dos veces ambas despliegan sus alas y alzan el vuelo. Al primer vistazo no ven nada, haciéndoles pensar que se lo habían imaginado, pero entonces lo ven. Unas enormes alas blancas surcando el cielo, un grito de júbilo y es entonces cuando las dos saben de quien se trataba.




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