El destino no se equivoca

PRÓLOGO

El cielo ya amenazaba con nubes grises cuando llegué a su casa. Me recibió como si nada hubiera pasado, sentada en una mecedora con un libro viejo en las manos, una taza de té humeante a su lado.

—Hola, Linda —dijo con una sonrisa—. Supongo que ya viste las noticias. Aaron ha regresado.

—Lo vi, sí —le respondí sin rodeos—. Pero no me reconoce. Sabrina… no me recuerda.

Ella cerró el libro lentamente y me miró.

—Eso iba a pasar —dijo con naturalidad.

—¿¡Cómo que iba a pasar!? —me acerqué, molesta, frustrada—. ¡Tú me prometiste que él volvería! ¡Que recuperaría su vida!

—Y lo hizo —respondió sin inmutarse—. Aaron superó la primera prueba, la de encontrar su camino de regreso. Pero ahora viene la segunda. Y esa es tuya.

—¿Mía?

—Sí. Pregúntate esto, Linda… ¿realmente lo amas?

—¿Cómo puedes preguntarme eso después de todo?

—Porque el amor verdadero no se rinde. Y si lo amas de verdad, entonces harás lo que haga falta para que recuerde. Para que su alma encuentre el camino hacia ti otra vez.

Me desplomé en la silla frente a ella.

—¿Puedes ayudarme?

—No. —Sabrina negó con dulzura—. No esta vez. Lo que necesitas no es magia. Es verdad. Recuerdos. Sentimientos. Miradas. El alma recuerda lo que el cuerpo olvida, Linda. Pero tienes que recordárselo tú.

Me levanté, aturdida. Casi resentida con ella. Salí de la casa sin más palabras.

La lluvia me encontró caminando sin rumbo, sin paraguas, sin destino claro. Caía con fuerza, como si el cielo también estuviera soltando todo lo que tenía reprimido. Al principio intenté protegerme… luego me rendí.

Dejé que la lluvia me empapara.

Mis lágrimas se mezclaban con el agua del cielo. Sentía que el mundo se burlaba de mí. Lo había tenido en mis brazos, lo había sentido dentro de mí, me había prometido una vida juntos.

Y ahora… era como si jamás hubiera pasado.

Entonces, sin aviso, un auto pasó veloz junto a mí y el agua sucia de la calle me salpicó de pies a cabeza.

Me quedé helada.

El auto frenó unos metros más adelante. Di un paso atrás, cansada, harta de todo.

La ventana del conductor bajó lentamente.

Y ahí estaba.

Aarón.

En su cuerpo. En su traje. Con sus ojos.

—Lo siento —me dijo, con la voz que conocía tan bien—. No te vi.

Asentí, con una sonrisa forzada. Pero me sorprendió que regresara a disculparse.

—Está bien. Es solo agua.

Pero no era solo agua. Era dolor. Era rabia. Era pérdida.

—¿Te conozco?

Me giré, en silencio.

Y entonces lo vi. Algo en su mirada. Un destello. Una duda.

Una grieta en ese muro de olvido.

—¿Tú qué crees? —le pregunté con voz temblorosa.

Él frunció el ceño, como si algo en su pecho le ardiera sin razón.

—No lo sé… pero siento que… que debería saberlo.

—Tal vez sí lo sabes —dije dando un paso más cerca—. Solo tienes que recordar.

Nos quedamos así, bajo la lluvia, mirándonos.

El mundo se silenció alrededor. Solo él y yo, en medio de la tormenta. Él subió el vidrio de auto y se fue sin decir más.

—Voy a ayudarte a recordar, Aaron —prometí con voz firme—. No voy a rendirme. Porque lo que vivimos fue real. Y no puede desaparecer tan fácilmente.

—Te amé

Y sin decir más, me di la vuelta, esta vez caminando con propósito.

Porque sí. Me amó.

Y aunque ahora lo haya olvidado…

Yo sí recuerdo.

Yo lo recordaré por los dos.

Y lo haré recordarme.

*********

SI LLEGASTE PRIMERO A ESTA HISTORIA TE RECOMIENDO LEER LA PRIMERA PARTE "CUANDO EL DESTINO SE EQUIVOCA" QUE LA PUEDES LEER DE MANERA GRATUITA EN MI PERFIL




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.