El destino no se equivoca

CAPÍTULO 03

LINDA

Todavía estoy tratando de encontrarle sentido a lo que pasó esta mañana. Volver a ver a Aarón Lancaster. Estar tan cerca de él. Respirar su mismo aire. Escuchar su voz tan serena, tan suya. ¿Cómo es posible que siga siendo él y, al mismo tiempo, ya no sea el hombre que conocí?

No podía concentrarme, pero lo intenté. Me obligué a trabajar sin descanso, sin levantar la vista del monitor. Leía, organizaba documentos, respondía correos con una precisión robótica. Mi mente necesitaba cualquier excusa para no pensar en sus ojos… o en la forma en que me miró, como si no supiera quién era yo. Porque no lo sabe. Porque no me recuerda.

Me reprocho a mí misma haberme enamorado de un alma. Ni siquiera sabía que eso era posible, pero lo es. Porque con Aarón no fue su físico —aunque, sí, es guapo, atractivo, encantador en ese modo arrogante que siempre tuvo—. Pero yo me enamoré de la esencia que había detrás de todo eso. Del hombre que hablaba con el corazón aunque no tuviera rostro. De las caricias sin cuerpo. De la voz que me salvó más de una vez.

Ahora es real. Está frente a mí. Y no hay ni una chispa de reconocimiento en sus ojos.

Cuando por fin levanté la cabeza, me di cuenta de que la oficina estaba en silencio. El sol ya se había escondido y la mayoría de los escritorios estaban vacíos. Se me había ido el tiempo sin darme cuenta. Suspiré, recogí mis cosas y salí hacia el estacionamiento.

Mis pasos se detuvieron en seco cuando lo vi. Aarón estaba junto a su auto, sacando las llaves de su abrigo. Se giró y nuestras miradas se cruzaron. Por un momento, el mundo volvió a quedarse sin ruido.

Mi corazón comenzó a correr como si quisiera huir de mi pecho. No sabía si acercarme, si saludar, si fingir que no lo había visto. Pero entonces él dio un paso hacia mí. Uno solo, pero cargado de intención. Mis labios se entreabrieron, me sentí temblar. ¿Iba a decirme algo? ¿Sentía… algo?

—¡Linda! —la voz del comandante Sandoval rompió el momento como una piedra en un cristal.

Parpadeé y me giré hacia él. Estaba sonriendo, acercándose con paso firme y uniforme. Aarón se detuvo. Desde el rabillo del ojo lo vi congelarse. Después, sin decir nada, subió a su auto. Me dolió verlo alejarse sin siquiera una palabra.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté a Emilio.

—¿Cómo que qué? Aceptaste ir a cenar conmigo. Dijiste que sí, ¿recuerdas?

Mi mente se revolvió buscando en los recuerdos. Sí, claro. Lo había dicho. Sin pensar, probablemente. Pero no podía retractarme ahora.

—Claro —dije, obligándome a sonreír—. Solo estaba… recogiendo mis cosas.

—¿Ibas a arreglar algo con tu jefe? —preguntó, mirándome con atención.

—No, no. Solo nos cruzamos —mentí. Porque no sabía cómo explicar lo que no entendía yo misma.

Subimos cada uno a su auto. El camino hacia el restaurante fue tranquilo. Me esforcé por mantener la mente lejos de Aarón, pero todo me lo recordaba. El cielo, el clima, incluso el mismo tipo de música que sonaba en la radio.

Durante la cena, Emilio me habló de Roxana. De su ruptura definitiva. Me confesó que ella lo había engañado no solo con Pablo, sino con otros hombres. Y que ahora lucharía por quedarse con la custodia de su hijo. Me conmovió verlo tan quebrado, tan lejos del comandante firme que siempre aparenta ser.

—Creí que era la mujer perfecta —dijo, bajando la mirada—. Pero estaba equivocado.

—A veces uno no ve lo que tiene delante —le respondí con honestidad—. Pero puedes hacer las cosas bien por tu hijo. Eso es lo importante ahora.

Después me miró con más atención.

—¿Y tú? ¿Qué pasa con Aarón?

Me atraganté un poco con el agua.

—Nada —respondí, más rápido de lo que hubiera querido—. Es mi jefe. Volvió. Eso es todo.

—No parecía “nada” lo que vi en el estacionamiento.

—Emilio —lo interrumpí suavemente—, podemos ser amigos si quieres, pero no me hagas preguntas sobre Aarón ni sobre Pablo. ¿De acuerdo?

Él asintió, algo apenado.

—Tienes razón. Lo siento.

La cena terminó con un tono más ligero.

—Sabes, la ciudad es peligrosa, te acompañaré hasta tu casa.

—No es necesario. —le insistí

—Para nada, no tengo problema con acompañarte.

No tuve corazón para negarme.

Cuando estacioné frente a mi casa, bajé del auto y lo vi hacer lo mismo. Caminó hacia mí, tranquilo, con las manos en los bolsillos.

—Gracias por esta noche —me dijo.

—Gracias a ti —respondí.

Entonces lo sentí. Esa incomodidad. Esa sensación de que alguien me estaba observando. Miré hacia la calle, pero no vi a nadie. Emilio estaba por despedirse cuando, de repente, se inclinó hacia mí… y me besó.

Me quedé completamente congelada. No supe cómo reaccionar. No cerré los ojos. No lo rechacé. Pero tampoco lo correspondí.

Fue un beso breve. Casi una prueba.

Él se alejó un paso, algo avergonzado.

—Perdón… No sé por qué lo hice —murmuró—. Solo... quería hacerlo.

No supe qué decir. Ni siquiera sabía cómo me sentía.

Emilio asintió y sin esperar respuesta, volvió a su auto. Se marchó, dejándome sola, frente a mi casa.

¿Qué había sido eso?




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.