LINDA
Apenas encendí la computadora, vi la notificación. Un mensaje de Emilio.
"Tenemos que hablar."
Solo leerlo me revolvió el estómago. ¿Hablar? ¿Después de ese beso confuso y todo lo que arrastraba? No tenía fuerzas ni claridad para abrir ese capítulo otra vez.
Me quedé mirando la pantalla, con el dedo indeciso sobre la tecla de responder, cuando la voz chillona de Martha me sacó del trance.
—¿Ya te enteraste de la nueva bomba en la oficina?
—¿Qué pasó ahora? —pregunté sin muchas ganas, bajando la pantalla del portátil.
Martha se sentó en el borde de mi escritorio como si fuera una adolescente contando un chisme.
—Entró un tipo nuevo... ¡pero no cualquier tipo! Altísimo, elegante, esa clase de guapo que te hace cuestionarte el sentido común. ¡Te juro que es incluso más guapo que Aarón Lancaster! —bajó la voz con picardía—. Y lo mejor: tuvieron una discusión. En la oficina del jefe. Gritos, abogados… drama del bueno.
Iba a responderle cuando apareció Jaime en la puerta.
—Linda, necesito que me acompañes. Trae tu tableta, es urgente. Todo lo relacionado con las finanzas.
—Voy —respondí, ya acostumbrada a los cambios de ritmo en esta empresa.
Lo seguí por el pasillo, sin imaginarme a dónde íbamos. Hasta que llegamos. La oficina de Aarón.
Respiré hondo. Entramos.
Ahí estaba él. Aarón. De pie, junto a su abogado. Y frente a ellos, el desconocido del que hablaba Martha. No exageró. El tipo tenía una presencia arrolladora, casi magnética. A pesar de todo, mis ojos se desviaron a Aarón. El traje impecable, la postura rígida, el ceño fruncido.
—Linda, él es Camilo —dijo Aarón con frialdad—. Dice ser socio de la empresa.
—Y lo soy —intervino el tal Camilo, con una sonrisa cortés—. Pero eso está por verse, ¿no es así?
Aarón ni lo miró.
—Ella es Linda, jefa del departamento financiero.
Asentí y tomé asiento. Jaime se presentó también, y entonces Camilo me lanzó la pregunta:
—Linda, si yo retirara el 30% de mis acciones, ¿qué pasaría con la empresa?
—Sería catastrófico —respondí con firmeza—. La empresa perdería liquidez, credibilidad ante los inversionistas y estabilidad operativa. Habría que hacer recortes de personal, reducir costos de producción, renegociar contratos...
—Yo puedo salvar la empresa sin él —dijo Aarón.
—Sí, pero no sería inmediato —respondí sin alterarme—. Llevaría tiempo, años incluso. Y el impacto social dentro de la empresa sería fuerte.
Aarón se giró hacia mí, con furia contenida.
—¿Estás de su lado?
—Estoy respondiendo a lo que preguntaron. Es la verdad, señor Lancaster.
—¡Eres una inútil! —espetó.
Un silencio espeso llenó la sala. El aire se congeló.
Sentí cómo se me encendía la sangre.
—Y usted es un idiota arrogante.
Todos se quedaron inmóviles. Ni Jaime se atrevió a moverse.
Salí de ahí. A pasos firmes. Ciega de rabia.
Corrí al baño. Cerré la puerta de golpe. Apoyé las manos en el lavabo. El reflejo del espejo me devolvió a una mujer que ardía.
—No tiene derecho a tratarme así. Aunque sea mi jefe. Aunque hayamos tenido... algo. Aunque no se acuerde. No. Tiene. Derecho —me dije en voz alta.
Me eché agua en la cara, tratando de calmarme. Di un par de respiraciones profundas. Iba a salir cuando escuché un golpe suave en la puerta. Supe que era él.
—No. No le pienso perdonar ni una palabra sin antes decirle todo —murmuré.
Abrí con fuerza. Pero no era Aarón.
Era Camilo.
—Perdón… por lo que pasó en la oficina —dije, algo avergonzada.
Él sonrió.
—No tienes por qué disculparte. Yo mismo tuve que contenerme para no golpearlo. Pero vi cómo manejaste la situación. Eres brillante, Linda. No cualquiera hubiera respondido con esa claridad. Se necesita carácter.
—Gracias...
Me quedé sin palabras cuando se marchó.
Martha me encontró segundos después.
—El jefe te busca. Urgente.
Sentí un nudo en la garganta. Volví a esa oficina, esta vez con los pasos más pesados. Aarón estaba de pie, con el rostro endurecido por la rabia.
—¿Para quién trabajas tú? Porque parece que olvidas quién te da de comer.
—¡¿Perdón?! —espeté—. ¡Precisamente porque me preocupo por esta empresa lo digo! Si te quitan el 30% de las acciones, ¡nos hundimos! Nos va a costar años levantarnos de eso. Años, Aarón.
—Tú no sabes lo que yo sé.
—¡Y tú eres un tonto si no quieres abrir los ojos!
Se acercó. Estaba tan cerca que podía oler su perfume. Sentía su respiración alterada.
—No tienes derecho a hablarme así —dijo entre dientes.
—¡Y tú no puedes tratarme como basura! ¡Ni ahora ni nunca!
Nos miramos. Silencio.
Y entonces lo sentí.
Ese momento suspendido. El calor. La tensión en sus ojos. Su boca apenas separada. Y esa certeza irracional de que iba a besarme.
Mi corazón empezó a latir como si quisiera salir de mi pecho.