Tony y Gunther esperaban al agente Redd para partir hacia el bosque. Habían quedado de verse pasada la medianoche, pero las horas corrían y él no aparecía. La tensión en la habitación era insoportable.
—Esto no anda bien… —murmuró Tony.
De pronto, el teléfono sonó. En la pantalla aparecía el número de Redd. Gunther contestó de inmediato.
—¡Al fin! Pensé que nos había abandonado.
Pero la voz al otro lado no era la de Redd.
—Hola, chicos queridos… ¿cómo están? —era Jeff.
Un escalofrío recorrió sus cuerpos. Sabían lo que significaba: habían sido descubiertos.
—Les acabo de mandar un video y una dirección —continuó Jeff—. Sé que iban al bosque. Quiero que encuentren esa piedra por mí… o sus amigos mueren.
—¿Amigos? —preguntó Gunther, confundido.
—Sí… miren el video.
Abrieron el archivo y sintieron que el corazón se les detenía. Allí estaban: Redd, los padres de Navi y su hermano mayor, amordazados y golpeados.
—Tienen dos horas —advirtió Jeff—. Si se pasan, los mataré uno por uno.
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Sin tiempo para dudar, Tony y Gunther se subieron al auto y tomaron rumbo hacia el bosque. El mismo lugar al que juraron no volver.
Mientras tanto, en la cabaña, Redd luchaba por liberarse de las ataduras. Con esfuerzo, logró ayudar al padre de Navi y después al hermano mayor. Cuando estaba por alcanzar a la madre, la puerta se abrió de golpe.
Jeff y Dalton entraron, apuntando con pistolas.
—¿Será que mejor no haga eso, agente? —sonrió Jeff—. O la situación se pondrá peor.
Redd apretó los dientes, impotente. Soltó las cuerdas y levantó las manos.
Dalton se acercó lentamente, con una mirada fría.
—Si no hay consecuencias, nunca aprenderán la importancia de obedecer.
Sin más, levantó el arma y disparó. La madre de Navi cayó muerta al suelo. El esposo y el hijo gritaron desgarrados, entre lágrimas y desesperación.
—Ahora saben lo que pasará si intentan desafiarme —murmuró Dalton, mientras la sangre empapaba la madera de la cabaña.
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Al mismo tiempo, Tony y Gunther llegaron al lugar. Desde la distancia vieron una luz tenue dentro de la cabaña, pero un ruido extraño los desvió hacia un pequeño cobertizo. Dentro, alguien golpeaba la puerta desde adentro.
Con cautela, la abrieron.
—¡No! —advirtió Tony—. Hay que matarlo.
Pero cuando la figura salió a la luz, vieron el rostro de Luke. Estaba demacrado, con la piel pálida y los ojos llenos de miedo.
—Por favor… no. Soy Luke. No sé qué está pasando. Solo recuerdo que mi hermano me tiene encerrado.
Tony y Gunther se miraron entre sí, dudando. Recordaban bien lo que Jeff les había dicho: que la piedra mantenía a Luke bajo su control, corrompiéndolo.
—Es por eso que la busca —susurró Tony—. Quiere volverlo malo.
Tomaron la decisión. Liberaron a Luke y huyeron juntos hacia el bosque, buscando un plan para rescatar a Redd y a la familia.
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En la cabaña, Jeff y Dalton descubrieron la fuga. La furia en sus rostros lo decía todo.
—Liberaron a Luke… —gruñó Jeff—. Entonces tendremos que recurrir al plan B.
Dalton asintió, sonriendo con frialdad.
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Mientras tanto, Tony, Gunther y Luke corrían bajo la penumbra de los árboles. Luke discutía con Tony sobre la manera de enfrentarlos, pero Gunther guardaba silencio.
Había algo que no decía.
Un secreto que podía salvarlos… o destruirlos a todos.