La base estaba en calma esa mañana. Tony y Guther ya se encontraban en el aeropuerto, listos para despejar sus mentes con unas merecidas vacaciones, mientras Tom, Israel y Carlos se encargaban de la rutina del escuadrón.
El teléfono sonó.
—Nueva misión —anunció Tom, con el ceño fruncido—. Un homicidio en la zona industrial.
En menos de quince minutos, los tres ya estaban en camino. Al llegar, el lugar estaba acordonado y los policías de la investigación anterior —los mismos que habían interrogado a Tony por la muerte de Emi— ya estaban allí. Uno de ellos se acercó.
—Querrán ver esto —dijo, con voz grave.
Dentro del viejo almacén, el aire olía a óxido y algo más… sangre fresca. El cuerpo estaba sentado contra la pared, pero no de forma natural: las manos estaban entrelazadas, como en un gesto de oración, y los ojos abiertos miraban hacia el techo, fijos en la nada.
Pero lo que más helaba la sangre era lo que había justo encima, escrito con pintura roja que chorreaba lentamente:
“Que comience el juego”.
Junto al cadáver, en el suelo, había un objeto que no debería estar allí: un viejo llavero metálico con el emblema del escuadrón, algo que solo sus miembros portaban. Israel lo levantó con cuidado.
—Esto… es de nosotros —murmuró.
Tom apretó la mandíbula.
—Esto es un mensaje. Nos está buscando.
Un oficial se acercó con un sobre de evidencia.
—Lo encontramos junto a la puerta, quizá lo dejó el asesino.
Dentro había una foto borrosa de las cámaras de seguridad: una figura encapuchada, apenas iluminada por un poste de luz, observando la entrada del almacén la noche anterior.
Mientras tanto, muy lejos de allí, Tony y Guther estaban a bordo de su vuelo, riendo y comentando sus planes. Entre el murmullo del motor y las charlas de los pasajeros, el contraste con lo que pasaba en casa era casi irónico.
En el almacén, Carlos observaba el mensaje en la pared.
—Esto recién empieza… —dijo, con un tono que no prometía nada bueno.
Y justo cuando estaban por cerrar la escena, un segundo mensaje fue hallado en la parte trasera del almacén, escrito con la misma pintura roja:
“Tony, tu turno se acerca”.
Israel y Tom se miraron en silencio.
—No le digamos nada… no por ahora —ordenó Tom—. Que disfrute sus vacaciones… mientras pueda.
La cámara de seguridad del callejón mostró por última vez al encapuchado alejándose lentamente. El juego había comenzado.