La brisa marina golpeaba suavemente contra el balcón del hotel. Tony se recargó en la barandilla, observando el horizonte. El sol nacía sobre el mar, pintando el cielo con tonos anaranjados. Por primera vez en mucho tiempo, se sentía en paz.
—Así debería ser siempre —murmuró, con una leve sonrisa.
Guther salió con dos tazas de café en las manos, entregándole una.
—Disfrútalo, hermano. No hay llamadas, no hay noticias, no hay nadie que nos moleste. Por fin… unas vacaciones de verdad.
Tony asintió, dando un sorbo. Una parte de él quería creer que todo estaba en calma, que la ciudad y su equipo podían arreglárselas sin él. Pero otra parte, más profunda, le susurraba que la paz nunca era eterna.
La investigación
Mientras tanto, de regreso en la base, Tom, Israel, Carlos y los demás discutían frente a una mesa llena de expedientes y fotografías.
—Este mensaje no es casualidad —dijo Tom, señalando la frase escrita en la pared en la última escena del crimen: “Que comience el juego”.
—Ni tampoco estas marcas —añadió Israel, mostrando símbolos tallados en los muros. —Parecen coordenadas… o un mapa.
Los policías de la ciudad estaban confundidos. Algunos hablaban de pandillas, otros de rituales satánicos, pero el equipo sabía que había algo más oscuro detrás.
Carlos golpeó la mesa.
—Lo que sea, Puede ser Jeff . Esto es demasiado calculado.
El silencio llenó la sala. Todos recordaban demasiado bien lo que significaba enfrentarse a lo imposible.
Esa misma noche, el equipo se dirigió a una zona industrial abandonada, siguiendo una pista. La tensión era palpable.
—Manténganse atentos —ordenó Tom, ajustando su arma.
De pronto, dos figuras encapuchadas aparecieron desde las sombras. Uno de ellos se movía con una agilidad sobrehumana, esquivando balas, golpeando con precisión quirúrgica. El otro permanecía firme, irradiando una presencia aterradora.
Tras un enfrentamiento feroz, un disparo iluminó el rostro de uno de los encapuchados. Israel abrió los ojos con horror.
—No… no puede ser.
El hombre se quitó lentamente la capucha. Era Jeff. Vivo.
—¿Nos extrañaron? —sonrió con malicia.
El otro encapuchado, aún en las sombras, lo acompañó con un gesto de complicidad. Ambos retrocedieron, dejando tras de sí un mensaje pintado en sangre en una pared:
“El juego apenas comienza.”
El equipo se quedó inmóvil, helado por lo que acababan de presenciar.
Horas después, cuando la ciudad dormía, el cielo comenzó a brillar con un resplandor extraño. Una vibración profunda recorrió las calles, como un rugido subterráneo.
De pronto, desde lo alto, descendió un gigantesco domo de energía. Las luces de la ciudad se apagaron en un solo instante, reemplazadas por la cúpula brillante que se expandía sin detenerse hasta cubrirlo todo.
Los ciudadanos corrían despavoridos. Algunos se estrellaban contra el domo al intentar escapar, rebotando como si chocaran contra un muro invisible. El pánico se apoderaba de todos.
En lo alto de un rascacielos, Jeff levantaba una piedra brillante que parecía alimentarse de la desesperación del pueblo. A su lado, el encapuchado misterioso permanecía inmóvil, como un guardián oscuro.
Con un movimiento de la piedra, una onda de energía se expandió por las calles. Las miradas de los ciudadanos cambiaron: sus ojos se volvieron vacíos, obedientes, dóciles. Uno por uno, comenzaron a inclinarse ante Jeff, como si fueran marionetas sin voluntad.
Jeff extendió los brazos y exclamó con una sonrisa cruel:
—¡Inclínense ante la nueva era!
El contraste final
Lejos de allí, en la playa, Tony y Guther reían a carcajadas en un bar costero. Tony levantó su vaso.
—Por nosotros. Por estar vivos… y porque esta vez, de verdad, todo ha terminado.
Guther chocó su vaso con el suyo.
—Salud.
Todo se aleja lentamente de ellos, disfrutando de una calma que pronto sería destruida.
Mientras tanto, en la ciudad cubierta por el domo, Jeff observaba desde lo alto. La cúpula brillaba como una prisión imposible de romper. Y con voz gélida, dijo:
—Que comience el final.....