El domo se cernía sobre la ciudad como una prisión de cristal opaca, y en su interior la tensión se volvía insoportable. A medida que pasaban las horas, la oscuridad parecía crecer, como si el aire mismo estuviera contaminado de presagios.
En lo alto del centro de la ciudad, el antiguo hotel donde todo había comenzado se había transformado. Donde antes hubo habitaciones destruidas y pasillos vacíos, ahora se alzaba un improvisado altar hecho de escombros y símbolos tallados en piedra. Era allí donde Jeff y Dalton habían decidido realizar el ritual.
Dalton sostenía con firmeza una de las piedras, sus ojos ardiendo con un brillo extraño. Jeff, en cambio, parecía tranquilo, casi solemne. Las paredes del lugar vibraban con cada palabra que pronunciaba en un idioma arcano, tan viejo que desgarraba el oído de quienes escuchaban.
—Hoy no solo traeremos de regreso a mi padre —declaró Dalton, su voz resonando entre las ruinas del hotel—. Hoy convertiremos esta ciudad en el sacrificio necesario para abrir la puerta.
Jeff sonrió.
—Redd volverá… y cuando lo haga, nada lo detendrá.
Las piedras comenzaron a emitir un resplandor que oscilaba entre el rojo y el negro. Las lámparas oxidadas del hotel explotaron una tras otra, y del suelo comenzaron a brotar fisuras como venas incandescentes.
Mientras tanto, en otro sector de la ciudad, cuatro figuras se movían entre las sombras: Israel, Iván, Tom y Carlos. Habían sobrevivido milagrosamente al caos de los últimos días, aunque todos creían que Tony y Guther habían muerto. Ahora, la carga de resistir recaía sobre ellos.
—El ritual ya comenzó —murmuró Iván, mirando hacia la silueta del hotel iluminada por destellos sobrenaturales.
—Entonces no tenemos mucho tiempo —respondió Israel, apretando los puños—. Si no detenemos eso antes de que acabe, la ciudad será devorada.
Tom, siempre más calculador, señaló un viejo plano que había encontrado en una de las oficinas destruidas.
—Podemos entrar por las alcantarillas y llegar directamente a los cimientos del hotel. No será fácil, pero es mejor que enfrentarlos de frente.
Israel gruñó.
—Yo prefiero luchar cara a cara, no arrastrarme entre ratas.
—No se trata de lo que prefieras —replicó Tom con seriedad—. Se trata de sobrevivir.
Al final, decidieron arriesgarse con el plan de Tom. Tenían apenas cinco horas antes de que el ritual alcanzara su clímax.
Dentro del hotel, Dalton cerró los ojos y colocó la piedra sobre el altar. Jeff hizo lo mismo con la suya. La unión de ambas provocó una onda expansiva que atravesó las paredes y se extendió por toda la ciudad, haciendo que muchos cayeran de rodillas, dominados por un miedo indescriptible.
Los cielos dentro del domo se desgarraron. Las nubes se abrieron como si hubieran sido rasgadas desde el interior.
La multitud que aún estaba bajo control de Jeff comenzó a cantar en unísono, como un coro espectral.
—Ya casi está —susurró Jeff, con una sonrisa en los labios.
Dalton levantó la cabeza, sus ojos brillando con lágrimas y furia.
—Padre… pronto volverás.
Al mismo tiempo, Israel, Tom, Iván y Carlos lograban acercarse al hotel por las alcantarillas. El rugido del ritual les retumbaba en los huesos.
Israel apretó su arma con fuerza.
—No sé si saldremos vivos de esto… pero no pienso quedarme mirando cómo destruyen todo.
Los tres intercambiaron una mirada silenciosa.
Arriba, en el altar, la invocación estaba a punto de completarse.