Tony corría a través de los campos que rodeaban la ciudad, su respiración acelerada, el corazón golpeando en su pecho como un tambor de guerra. El domo se levantaba frente a él como una muralla imposible, reflejando la luz del sol con un brillo opaco. A cada paso, el peso de la promesa a Navi lo impulsaba.
—Tengo que entrar… —murmuró entre dientes, apretando los puños.
De pronto, un silbido agudo rompió el aire. Sombras surgieron entre los maizales y de los árboles secos: eran secuaces de Jeff, sus ojos teñidos de un brillo rojizo, sus movimientos rígidos como marionetas bajo un mismo control.
—Genial… —resopló Tony, poniéndose en guardia.
Los hombres avanzaron en círculos, rodeándolo. Tony lanzó el primer golpe, derribando a uno con un rodillazo al rostro. El segundo intentó atacarlo por la espalda, pero Tony giró y lo envió al suelo con una patada seca. A cada movimiento, el sudor y la furia lo mantenían en pie, pero por cada enemigo que caía, dos más aparecían.
Un puño lo alcanzó en el abdomen y casi lo dejó sin aire. Cayó de rodillas, jadeando, mientras una docena de secuaces cerraban el círculo alrededor de él.
—¿Así termina? —susurró, con los dientes apretados.
Pero en ese instante, una explosión resonó a unos metros. Una columna de fuego y tierra levantó a varios secuaces por los aires. Otros comenzaron a caer uno tras otro, derribados por dardos que se clavaban en sus cuellos.
Tony levantó la vista y, entre el humo, distinguió una silueta conocida.
—¡Guther! —gritó, con una sonrisa que rompió la tensión del momento.
El cazador avanzaba con una calma feroz, el arma tranquilizadora en mano, derribando enemigos con disparos precisos.
—¿De verdad pensabas que te dejaría solo? —dijo con voz firme mientras recargaba—. No se abandona a un hermano.
Tony se levantó, el cansancio sustituido por una nueva energía. Los dos combatieron hombro con hombro: Tony derribaba a los que se acercaban cuerpo a cuerpo, mientras Guther los neutralizaba a distancia con disparos certeros. El campo se llenó de cuerpos inconscientes, hasta que el último enemigo cayó pesadamente al suelo.
Ambos respiraban agitados, rodeados por el silencio tras la batalla. Tony se giró hacia su amigo, sus ojos brillando de gratitud.
—Sabía que vendrías.
Guther guardó el arma, con una media sonrisa cansada.
—Tenías razón, Tony. Una promesa no se rompe… nunca.
Se quedó un momento en silencio, bajando la mirada.
—Ya me cansé de todo esto. Si salimos vivos de aquí… no seré más un caza destripador. Quiero que esta guerra tenga un final para mí también.
Tony puso una mano en su hombro, firme.
—Entonces vamos a lograrlo. Juntos.
En lo alto de la ciudad, desde el techo del viejo hotel —el mismo que alguna vez marcó el inicio de la tragedia—, Jeff observaba la escena. Sus ojos se entrecerraron al ver cómo Tony y Guther se abrían paso entre los escombros.
—Vivos… —murmuró con incredulidad, una sonrisa torcida formándose en sus labios—. Perfecto. Será mucho más entretenido así.
El viento soplaba fuerte en la azotea mientras Jeff desaparecía entre las sombras, planeando su siguiente movimiento.