La lluvia no cesaba. El pueblo entero parecía sumido en un constante crepúsculo, como si el sol hubiese olvidado volver. Tony caminaba junto a un grupo de soldados por los pasillos de piedra del cuartel. A su lado iba Altea
—¿Así que vienes de otro pueblo? —preguntó Tony, intentando romper el silencio.
—Más o menos —respondió ella con una media sonrisa—. Digamos que me quedé sin casa… y sin familia. Desde entonces ayudo a Gregory.
Tony asintió, mirando hacia el horizonte, donde la neblina se mezclaba con el bosque.
—A veces pienso que el pasado siempre nos persigue —murmuró.
Gregory se acercó, con el ceño fruncido.
—Aún no hay señales de tu amigo. Tal vez se fue a cazar o a beber.
Tony suspiró.
—No, Guther no es de los que huyen. Pero… quizá todavía esté molesto conmigo.
El grupo avanzó hacia la plaza, donde varias madres lloraban frente a una pequeña capilla. Una de ellas sostenía una muñeca rota. Tony se acercó, intentando calmarla.
—Tranquila, haremos todo lo posible por encontrarlo. ¿Cuándo desapareció su hijo?
—El mío… iba a cumplir años en noviembre —sollozó una mujer.
Otra madre intervino—. El mío en agosto
Y una tercera—. El mío en febrero…
Tony levantó la mirada, confundido.
—¿Aniversarios de nacimiento? —murmuró.
Pidió los registros del pueblo y los extendió sobre una mesa vieja. Revisó uno por uno, hasta que algo llamó su atención.
—Mírenlo… —dijo con voz grave—. Cada niño desaparecido corresponde a un mes diferente. Faltan solo dos: octubre y diciembre.
Altea, intrigada, se acercó.
—Entonces el próximo niño será uno de esos.
—Diego —dijo Gregory, leyendo—. Cumple en octubre diego . Y Fernanda, en diciembre.
Tony ordenó que ambos hogares fueran vigilados. Pero el mal ya se había adelantado.
Esa noche, los padres de Diego despertaron sobresaltados por ruidos en la sala. El fuego de las antorchas parpadeó, y una voz dulce, casi hipnótica, resonó desde la oscuridad.
—¿Dónde está mi niño?
Una mujer apareció en el umbral. Alta, de belleza inquietante, con un vestido negro que se movía como si tuviera vida propia. Su piel pálida reflejaba la luz de la luna, y sus ojos… no eran humanos.
—¿Quién… quién es usted? —balbuceó la madre, abrazando a su hijo.
La mujer sonrió.
—Soy Maggie. Para los amigos, Margaret… aunque detesto ese nombre.
Con un gesto de su mano, el aire se volvió denso. La madre cayó desmayada, y el padre fue arrojado contra la pared sin tocarlo. En un suspiro, el niño desapareció en brazos de la bruja.
Las campanas repicaron. Tony corrió hacia la casa con Altea y los soldados. Cuando llegaron, Maggie ya los esperaba en medio de la calle, rodeada de una niebla extraña.
Tony apuntó con su arma.
—¿Eres tú quien está detrás de esto?
Maggie giró lentamente, sonriendo con desdén.
—Solo busco paz, y a los niños que me pertenecen. Uno más, y todo estará completo.
—No permitiré que te lleves a nadie más —gruñó Tony.
La bruja lo observó fijamente, como si pudiera leer su alma.
—Con que tú eres Tony… el gran viajero del tiempo. He oído tus historias. Pero lamento decirte que aquí, no estás en tu era. Y en este siglo, soy mucho más poderosa de lo que imaginas.
Tony apretó la piedra en su mano.
—Entonces tendrás que demostrarlo.
El aire vibró. Tony lanzó un destello verde con la piedra, pero Maggie levantó la mano y devolvió el ataque con una energía oscura que lo arrojó contra una pared.
Los soldados abrieron fuego. Maggie solo chasqueó los dedos, y las balas se detuvieron en el aire, cayendo lentamente como si flotaran.
—Pobres mortales —susurró.
Con otro gesto, los cuerpos de los soldados se desplomaron sin vida. De la niebla surgieron criaturas deformes, con rostros desfigurados y cuerpos alargados, que atacaron el pueblo sin piedad.
Tony apenas pudo levantarse. Altea lo tomó del brazo.
—¡Tony, hay que irnos!
La bruja los miró con desprecio, sosteniendo ahora al niño en brazos.
—Si lo intentas, lo mataré. Ah, y por cierto… —sonrió cruelmente—. Si buscas a tu amigo Guther, no te molestes. Está vivo… por ahora.
Tony se estremeció.
—¿Dónde está? ¡Dímelo!
—Con unos amigos míos —respondió Maggie antes de desaparecer en una ráfaga de sombras junto a sus monstruos.
El caos se extendió. Las casas ardían, los gritos llenaban el aire, y Tony observó impotente cómo la bruja desaparecía con su última víctima.
Con los ojos encendidos de rabia, tomó su arma.
—Voy a encontrarla, Altea. A ella… y a Guther.
Altea asintió, con lágrimas contenidas.
—Entonces vayamos juntos.
Y bajo la lluvia, ambos corrieron hacia el bosque, sin saber que estaban a punto de descubrir algo mucho más oscuro que la bruja misma.
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Editado: 25.10.2025