El Devorador de Lágrimas

2

     Desde el momento en que Michael Patton se fijó en Ariana Torres, supo que ella era la indicada. Su liso cabello, de un castaño brillante que acariciaba sus codos cuando caminaba, y olía siempre a fresas frescas, lo deleitó a primera vista. Esos ojos miel y enormes, cejas delicadas que se van haciendo más delgadas mientras las recorres con la mirada, aquella pequeña boca curvada, con el labio inferior un poco más grueso que el otro, y siempre humectada, esa piel tan tierna y rosada... a los ojos de Michael era perfecta físicamente. Ni siquiera le interesaba saber quién era o cómo era, no le importaba qué llevara por dentro, su forma de pensar o de ver el mundo. Michael estaba completamente decidido a hablarle con tan solo mirarla por primera vez, decidido a poseerla sin importar el precio que debía pagar por ella. Sería su nueva obsesión, su nueva musa.

     —Hola —saludó Michael, lo suficientemente nervioso como para sonreírle tontamente, y obtener como respuesta otra amigable y coqueta sonrisa de vuelta—. Tu rostro me parece familiar... ¿Nos hemos visto antes? —el muchacho apoyó su peso en su brazo izquierdo, encima del semi muro de la recepción en la escuela elemental de Dells.

     —No lo creo —respondió Ariana, mientras enrollaba de subida  y bajada con su índice, el lacio mechón de cabello que le caía detrás de la oreja derecha, y no podía ocultar por ningún lado la estúpida sonrisa que en su cara se había pintado—. Estoy segura que recordaría a alguien como tú.

     —¿Alguien como yo? —le siguió el juego Michael.

     —Sí... Alguien así de lindo. —el bochorno se le subió a las mejillas, pero no impidió que sus ojos se apartaran del muchacho.

     —Tal vez —suspiró Michael—, si saliéramos juntos algún día, yo recordaría dónde he visto tu rostro antes, y tú... Pues ya no me olvidarías. —la seguridad de Michael era extraña para su edad, y era la inmadurez en su voz lo que le delataba.

     —¿A dónde me llevarías? —aceptó Ariana casi de inmediato.

     —No tengo ni la más mínima idea —confesó el tímido muchacho—. ¿Qué tal si empezamos con tu lugar favorito del mundo, y luego yo te enseño el mío?

     —Salgo a las cinco. —los cristalinos ojos de la chica la delataban. Estaba embelesada con aquel atractivo y galante niño.

     Esa tarde fue la última vez que Ariana Torres fue vista en Dells. Aquella fue la última vez que sus padres pudieron despedirse de su adorada hija, la última vez que oyeron su voz. Dos días después de su desaparición, cuando la policía pudo oficialmente empezar la búsqueda, empezó la indagación con las últimas personas con las que Ariana tuvo contacto aquel extraño día.

     Sus padres declararon haberla visto muy alegre, y que por la noche, saldría en dirección a la casa de una de sus amigas. La mencionada, Corie Cobrun, estudió con Ariana durante su niñez, hasta que Ariana fuese retirada por sus padres de la escuela primaria para estudiar en casa. A pesar de ello, Ariana y Corie jamás perdieron contacto, e incluso Ariana rogó a sus padres durante meses para poder coger un empleo de medio tiempo, con lo que podría costearse las salidas y actividades con su mejor amiga.

     Los padres de Ariana siempre fueron muy reservados, y sobre todo, muy católicos. Esperaban que Ariana en algún momento encontrara su vocación en Dios y se volviera a la santidad del hábito, pero no querían forzarla y perder a otra hija, como pasó exactamente con su hermana mayor, que un día decidió dejar a atrás todo, sintiéndose asfixiada por las obligaciones que sus padres cargaban sobre ella, y huyó de casa. Eso mismo pensaron de Ariana, creyeron que la rectitud de su fe había hecho que otra de sus crías huyera del hogar, pero cuando fueron por Corie en busca de su niña, la versión de Cobrun fue algo distinta.  

     —Entonces, Ariana no se vería contigo, sino con un chico que estudia en la secundaria de Dells, ¿estoy en lo correcto? —el oficial se cruzó de brazos, del otro lado de la mesa, acomodándose en la helada silla de metal.

     —Así es —afirmó Corie—. Me contó que conoció al chico esa misma tarde, y que la fue a recoger de la escuela cuando terminó su turno, donde trabajaba como recepcionista. Fueron a comer a la cafetería de la 101, la del nombre raro...

     —Crêpe —intervino el oficial.

     —Sí, esa —asintió con la cabeza Corie, que mantenía las manos juntas y ocultas entre el jean celeste que usaba en las piernas—. A ella le gustaba ir a ese lugar, le gustaba el aroma del chocolate con helado encima, o de los panqueques con manjar que sirven con la fruta que elijas poner encima.

    —Te pido por favor, que te concentres en las acciones de Ariana aquel día, sería más fructuoso para nosotros, y nos ayudarías muchísimo a dar con su paradero actual.

    —Sí, claro... Entiendo —suspiró, reteniendo una lágrima que ya se escapaba de entre sus pestañas—. Luego, Ariana me contó que Michael... así se llama el chico —aclaró—, la invitó a un lugar secreto, un lugar que solo él conocía. Por eso fue que ella les dijo a sus padres que iría a mi casa, y que probablemente se quedaría a dormir conmigo... Que en realidad era lo que habíamos planeado, ella vino esa noche a mi casa, y él se fue a recogerla, pero ya no regresaron.

     —Este muchacho, Michael... ¿Recuerdas su apellido? ¿Cómo luce? ¿Qué vestía aquel día?

     —Eh... Sí, más o menos... —Corie soltó otro suspiro, para que luego un repentino e involuntario cosquilleo en su columna le quitara el aire por unos segundos—. Tiene el cabello algo ondulado —Corie levantó ambas manos y las posó encima de su cabeza, sin tocarse un solo cabello, tratando de enfatizar su descripción hablada—, y esponjoso. Se peinaba hacia atrás, con una raya al costado izquierdo. Es delgado y alto... bueno, es más alto que yo, creo que le doy por el hombro, eh... —La muchacha se quedó en silencio por un momento, sin saber qué más decir.




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