El Devorador de Lágrimas

3

     —Oficial, ¿qué está ocurriendo? —Rachel sudaba a chorros por la frente cuando alcanzó la patrulla, y vio a un policía que colgaba el micrófono de su radio en el sujetador de plástico.

     —No hay de qué preocuparse, niña. —Le respondió, tratando de ocultar la vergüenza—. Fue solo un susto.

     —Pero, ¿y el 10-16 en la casa de la señorita Shepard?

     —Niña, un 10-16 es solo un disturbio doméstico —sonrió el recluta—. Una de las gatas de la propietaria estaba pariendo, haciendo demasiado ruido dentro, por lo que los vecinos se quejaron, y algunos hasta pensaron que podría ser alguien atrapado dentro.

     —Entonces, ¿todo está bien? —El corazón de Rachel volvió a su lugar.

     —Sí, por su puesto, todo está bien.

     —¡Chely! —gritó entonces una aguda vocecita proveniente de la casa de la profesora Shepard—. La gata de la maestra tuvo seis gatitos —dijo Julie, con un extremo entusiasmo pintado en el rostro—. ¿Nos podemos quedar uno? ¿Sí? Por favor, por favor... —repitió la pequeña, haciendo pucheros todo el tiempo.

     —No lo sé, deberíamos preguntarle primero a mamá sobre ello...

     —Pero ella ni siquiera pasa tiempo en casa... ¡Ya pues! ¿sí? —prosiguió con la súplica la chiquilla.

     —Bueno, si la señorita Shepard te deja... —condicionó Rachel.

     —Pues claro que puede —respondió una cálida voz desde la puerta de la casa. La maestra llevaba allí ya un tiempo, pero nadie la había notado, justo como le solía pasar en la vida—. Ya tengo suficientes mascotas, y pues, Julie me ha contado que ustedes no poseen ninguna. Pueden llevarse uno, o dos, si gustan.

     —¡¿Lo ves?! —exclamó Julie, haciendo puños con ambas manos y dando pequeños golpes en el aire—. ¡Podemos llevarnos más de uno, Chely!

     —¡No, Julie! ¡Solo uno! —Le contestó su hermana, preocupada por lo que diría su madre cuando las viera en casa con un nuevo miembro en la familia.

     —Está bien... —dijo Julie, minorando los ánimos—. Iré a escoger uno, ¿Está bien?

     —Bien, anda, pero no demores —Le advirtió Rachel. Miró cómo entraba su pequeña hermana junto con su maestra nuevamente a la casa, y se dirigió al recluta, con curiosidad—. ¿Entonces, un 10-16 es solo un disturbio en una casa? —preguntó.

     —Exacto —respondió el casi oficial—. Este tipo de casos suelen darnos a los que estamos a prueba, antes de ser policías.

     —¿Y no deberías tener un... No sé, compañero? ¿O un supervisor?

     —Sí, en realidad, pero por ahora estoy por mi cuenta. Hay casos más importantes justo ahora... Es más, ya debería retirarme. Creo que todo está en orden por aquí. —El recluta rodeó su vehículo y abrió la puerta, no sin antes escuchar una última pregunta por parte de Rachel, la que en realidad quiso hacer desde un principio.

     —¿Vas a ir a ese 990? ¿Ese caso en donde pidieron el apoyo de todos los policías disponibles? —soltó la muchacha, y tomó por sorpresa al recluta.

     —¿Sabes lo que es un 990, niña?

     —Puede ser... Pero no me quejaría si me lo hicieran recordar —bromeó Rachel.

     —Un 990 es el hallazgo de un cadáver —contestó el recluta, con la única intención de asustar a Rachel—. Pedalea a salvo y cuida mucho a tu hermana, niña. Este mundo está lleno de gente mala, pero la buena noticia es —entró al auto, cerró la puerta y encendió el motor—, que nos tienes a nosotros para protegerte de ellos.

     La patrulla arrancó, dejando una estela de polvo en su detrás. De pronto, Julie salió de la casa con un pequeño y esponjoso gatito en el regazo. Era de un naranja intenso, con rayas blancas en el lomo, y del mismo color blanquecino en la panza y patas.

     — Mira Chely, ella es Dormilona, porque nació durmiendo —dijo la pequeña Julie, riéndose de su propio chiste.

     —Es muy bonita —agregó Rachel, a quien no le interesaba realmente tener una mascota, pero que sinceramente sí le parecía una hermosa criatura la pequeña minina.

     —¿Necesitas que las lleve a casa? —preguntó la maestra—. Fue mi culpa que no hallaras a Julie en la escuela, y tal vez no debí dejarte el mensaje con la señora Martell, casi siempre olvida lo que se le deja.

     —No hay problema, yo me hice tarde después de salir de la escuela —contestó Rachel, y antes de negar la ayuda de la extraña, pensó una vez más en lo que le dijo el recluta, acerca de cuanta gente mala hay en este mundo—. Pero creo que sí nos vendría bien un aventón. Ya se nos hizo un poco tarde.

     Dieron más de las cuatro para cuando el auto de la maestra Shepard aparcó a las afueras de la casa de Rachel y Julie. La puerta se mantenía cerrada, a pesar del bullicio del motor, lo cual le pareció extraño a la profesora.  

     —Rachel —llamó a la muchacha, justo después de que esta saliera del auto—. ¿Tu madre está en casa?

     —No maestra, ella trabaja hasta tarde los viernes —Le informó—. Llega a cenar y a dormir.

     —¿Y con quién se quedan hasta que ella llegue? —continuó la profesora, confusa y preocupada al mismo tiempo.

     —No se preocupe, señorita Shepard. Ya nos estamos acostumbrando a esta rutina —dijo Rachel, tratando de templar su voz, ocultando el miedo que aquel recluta idiota acababa de anidar en su cabeza—. Además, no siempre la tendremos a ella, así que esto nos ayuda a ser más independientes y valernos por nosotras.

     —Está bien, pero... —La señorita Shepard arrancó un pedazo de papel, de un cuaderno que llevaba en la cajuela del asiento del copiloto, sacó un bolígrafo del mismo compartimiento y anotó diez números encima. Sacó la mano por la ventana del asiento junto a ella, y le alcanzó el papelito a Rachel, poniéndolo delicadamente en su mano—. Toma. Llámame si necesitan algo, ¿está bien? No tenía idea de que tuviesen que pasar por esto.

     —¿A qué se refiere, maestra? —preguntó Rachel, sin entender muy bien qué quiso decir la profesora.




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