El Devorador de Lágrimas

6

     Mondy dejó su café en el minúsculo y redondo espacio entre todo el desorden de su escritorio. Seguía leyendo tranquilamente el detallado informe de Monroe Durand, el médico forense del departamento, y trataba de descifrar cuáles eran las intenciones del perpetrador pirómano que atraparon solo hace unos días. Se sacó los lentes, y los dejó descansar encima de una pila de carpetas, que en su interior resguardaban pistas de múltiples casos cerrados, acerca de pirómanos en otros estados. De pronto, su bolsillo derecho del pantalón caqui que llevaba puesto, empezó a vibrar y saltar desde la funda. Sacó su teléfono, e identificó en el marcador el dueño del otro conducto.  

     —Dime Alex, ¿qué ocurre? —El detective, se acomodó en su asiento de madera, apoyando la arrugada camisa celeste al respaldar acolchonado, y recostando la nuca en la parte sobrante.

     —Brendan... necesito... —La detective Rocha no podía terminar su frase. Se le escuchaba nerviosa, como pocas veces—. Deberías venir al puente Washington.

     —¿Por qué? ¿Qué ha pasado, Alex? —Mondy arrugó las cejas y se dobló hacia delante, apoyándose en el escritorio.

     —Y es que... Brendan, ¿Recuerdas a la niña que se te asignó el año pasado?

     —Ariana Torres —respondió mecánico—. ¿Qué ha pasado? ¿La encontraron? ¿Está bien? —Se paró de su silla de un salto, y preguntó lo último, aún sabiendo muy dentro de él, que ese tipo de llamadas no tienen un final feliz.

     —Connie recibió la llamada hace un par de minutos —Le informó Rocha—. Debes... Deberías verlo por ti mismo.

     —Dame tu punto exacto, Alex. Voy en seguida. —Mondy echó mano al cajón derecho más cercano a él, y retiró un juego de llaves que tintinearon en el aire, mientras las guardaba en el bolsillo izquierdo del pantalón.

     —Toma la 1203, y baja por el puente Washington —Le explicó—. Y Brendan... Lo siento.

     Mondy colgó la llamada, tomó su abrigo y abandonó su oficina. Se dirigió al parqueo privado para detectives del departamento, y encendió el viejo Mustang del 70, aquel auto que hace mucho ya no tocaba. Paciente, condujo sereno entre las solitarias calles de Dells, hasta que alcanzó la zona que su colega le había dictado. Bajó, usando un camino de tierra sin trazar, y se detuvo justo afuera del listón policial amarillo que llevaba grabado encima: "Prohibido el paso."

     Se apeó, cruzó el listón por debajo, agachándose hasta donde su columna le permitía, y levantando la cinta los pocos centímetros que la misma se lo impedía, y se acercó lentamente a los chicos en bata.   

     Alex Rocha se encontraba cerca de la escena. Era delgada y esbelta, vestida completamente de negro, y llevaba el oscuro cabello castaño sujeto con una pequeña coleta, levantándolo unos cuantos centímetros de su cabeza, para luego dejarlo caer como una cascada. Estaba intercambiando datos del hallazgo cuando notó la presencia de su colega. Dejó de anotar en su pequeña libreta, y se le aproximó rápidamente, tratando de darle consuelo al posar una mano en su hombro y acariciándole como si fuera una mascota.  

     —¿Cómo saben que es ella? —quebró el silencio Mondy—. ¿Quién dio la confirmación de la identidad?

     —Lo siento, Brendan —Le repite, sin saber muy bien qué más hacer o decir para ayudarle—. Las características del cuerpo encajan con el de la víctima. Durand está casi seguro en que es ella... "Ochenta por ciento", dijo. Ya lo conoces, siempre dando cifras y detalles sin saber muy bien cómo simpatizar con quien está hablando —Se detiene un momento para observar la reacción de su amigo—. Sé que... Pues, que este fue un caso difícil para ustedes dos. ¿Se lo has dicho a Herrera?

     —Lo teníamos, ¿Sabes? —respondió Mondy, aún mirando el supuesto cadáver de Ariana, húmedo e irreconocible, impregnado en un roca por algún golpe brusco de la helada marea—. Lo teníamos... Ese hijo de puta se nos escurrió de las manos cuando ya lo teníamos.

     —Fue por falta de evidencias, ¿No?

     —Las evidencias estaban, pero no apuntaban hacia él —Brendan se sobó ambos ojos, los sentía algo cansados, y recordó que por el apuro, se dejó los lentes en el escritorio.

     —¿Y por qué querías que apuntaran hacia él?

     —Porque él lo hizo, Alex —Se tapó la boca con la mano derecha, y apoyó la izquierda en su cintura. Hizo su mejor esfuerzo para que no se le quebrara la voz—. Él lo hizo. Lo sé. Pero lo que nunca supe, fue cómo probarlo. Si tan solo... Maldita sea, Alex —quebró en llanto. Se dejó caer, doblando las rodillas y enterrando la cabeza hasta que el mentón tocó su pecho y sus lágrimas cayeron directo al suelo.

     —¿Si tan solo qué, Brendan? —preguntó Rocha, que se aguantaba la caída de una espesa lágrima al filo del párpado derecho.

     —Me rendí —Mondy suspiró, luego tomó más aire, solo para volverlo a botar de golpe. Trataba de respirar continuamente, pero se trababa, por el tembleque en el pecho, que era ligero pero lacerante—. No tenía idea de cómo direccionar las pistas a su apellido, ni tampoco cómo encontrar a otro sospechoso. Le fallé a ella, a sus padres, al departamento... No era la primera vez que sucedía algo así, pero sí la primera después de hace mucho, mucho tiempo.

     —Brendan... No fue tu culpa, ¿Lo sabes, no? —Rocha se agazapó al mismo nivel de su colega, y le tendió el brazo por encima de los hombros.

     —Tal vez no su desaparición... Pero sí su muerte —Se secó las lágrimas y respiró hondo—. Solo necesitaba el permiso, solo necesitaba un grito, un gemido que provenga de su casa... Lo seguimos para todo lado, y jamás le encontramos nada extraño.

     —Tal vez no fue él... ¿Nunca tuvieron en cuenta ello?

     —No teníamos otro sospechoso, él era producto de mi intuición.

     —Jamás supe por qué lo dejaron —confesó Alex—. Creo que nadie en realidad del departamento lo sabe.




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