El Devorador de Lágrimas

7

     "Su cabello. Sus ojos. Su boca. Su rostro. Es ella. Tiene que ser ella." pensaba Michael, sentado en el comedor de la escuela superior de Dells, al otro extremo de su musa. Masticaba mecánicamente una pera, mientras sostenía una curiosa mirada en aquella muchacha que acababa de llegar al pueblo. Una guapa foránea que atraía algunas efímeras ojeadas indiscretas a su alrededor.

     El muchacho le prestaba atención a cada detalle que tenía su nuevo interés. Ella estaba sola, y aparentaba disfrutarlo, jugando con un paquete de patatas fritas, terminándose una ensalada y repartiendo pequeños mordiscos a una milanesa. La chica, daba rápidos sorbos de la pajilla en su refresco de naranja, y miraba hacia todos lados, tal vez, sintiéndose incómoda entre tanta gente, o al menos así lo creía Michael.

     El chico, paciente y sereno en su silla de plástico, había notado ciertos aspectos en el rostro de la extraña. Pudo percatarse que no le gustan los pepinillos, porque arrugó los labios cuando se llevó uno a la boca sin notarlo, probablemente; así como también que disfruta de las frituras, porque trata de terminarse todo lo verde primero separando lo amarillo y rostizado como aperitivo de fondo. Prefiere la mayonesa por encima del kétchup. Dejó las tres bolsitas de mostaza a un costado, por lo que supone que ese sabor no le agrada. Usó las quince servilletas que tomó del mostrador a pesar que después de la octava, sus manos y bocas ya estaban limpias. Ve que es despistada, al olvidar en qué lado de la silla puso su mochila, cuando en realidad la colgó en el respaldar y estuvo descansando allí todo el tiempo; y distingue que es torpe, al alzarse de su asiento y tumbar al piso el poco jugo que quedaba en su vaso de plástico. La muchacha recoge el sorbete y el envase con la ayuda de un amable chico que se le acerca de pronto.   

     Se saludan. Se sonríen. Él se acomoda el cabello, y ella; la chaqueta. El muchacho le habla animadamente. Michael no puede escucharlos, ni tampoco leer labios, pero espera, paciente. Impertérrito. Se van juntos, pero no tan de cerca al caminar. Michael se levanta al notarlo. Deja su bandeja en la mesa, y toma solamente el refresco de cola a la mitad, que lo miraba desde hace tiempo, y él ni caso le prestaba por estar embelesado en aquella niña.

     Los sigue por el pasillo, camuflado entre risas y mochilas. Ellos conversan, sonríen y comparten miradas, pero a ella no le interesa, y Michael lo sabe. Ella solo está siendo amable, no tiene idea de cómo desenvolverse en la extraña escuela en la que ahora se encuentra, y necesita una mano para llevar el día. Qué mejor ayuda que el imbécil al que notas inmediatamente que le gustas a primera vista. Michael sonríe con ellos. Se siente confiado. Satisfecho. Las miradas están puestas en la falsa pareja, y él, como es usual, es un fantasma nadando en un mar de sombras.  

     Se detiene de pronto, y apoya la espalda vacía en un casillero ajeno. Ellos acaban de entrar juntos a un salón. Comparten una clase que Michael no lleva. Él se despega del metal y avanza en dirección a aquella puerta. Pasa por delante, y echa un ojo por la ventanilla. Ella se ha sentado a su lado, y otra chica les está hablando, pero la segunda fémina no le interesa. No es físicamente como él las busca.  

     Le toca biología en un par de minutos, pero decide no entrar, quiere evitar que la muchedumbre en los pasillos a la salida, le impida acercarse a aquella curiosa extraña. En su lugar, entra al baño y se encierra en un gabinete. Se mete dos dedos por la boca, y toca su garganta en la zona más profunda a la que puede llegar. Las zancadas no se hacen esperar, y regresan el poco almuerzo que tomó hace minutos.

     No contento con ello, repite el proceso hasta que el desayuno salga también. Se embarra los labios con los restos de vómito que le queda entre los dientes, pero piensa que no es suficientemente convincente, así que unge la yema de los dedos de su mano izquierda, con la espesa y hedionda masa que se formó dentro del inodoro, para luego untar los diminutos trozos de la maloliente e improvisada crema, en mejillas y palmas. Una vez que el desagradable maquillaje está listo, se mira en el espejo, cerciorándose que haya evidencia de la farsa, y va directamente a la enfermería.  

     —¿Señora Spence? —Llama a la puerta abierta, luego de tocar delicadamente dos veces. La enfermera baja la revista de modas que tiene entre los dedos, y la coloca encima de su escritorio metálico.

     —Michael. Buenas tardes —Le saluda cordialmente, mostrando la plástica dentadura en una amplia sonrisa—. ¿Qué sucede, muchacho? Te ves algo pálido.

     —Buenas tardes, señora Spence —Michael ingresa y apoya una mano en la camilla, mientras se abraza el estómago con la otra—. Es que, no me siento bien. Esta mañana tuve mareos —explica, mientras la madura enfermera se le acerca rápidamente—, creo que fue algo que comí ayer.  

     —¡Oh... Mi niño! —exclama la enfermera, arrugando la nariz y apretando los labios—. ¿Has vomitado? —pregunta, y le pone la parte posterior de su palma derecha en medio de la frente, tratando de sentir la temperatura del muchacho.

     —Sí, señora Spence. Vomité en casa, y lo hice de nuevo hace un momento.

     —Ven. —Le pasa un brazo del muchacho por su nuca, y le ayuda a postrarse en la camilla—. Te daré una pastilla y luego, podrás irte a casa.

     —¡No! —levantó la voz el enfermo—. No puedo ir a casa, señora Spence. Mi padre no se encuentra allí, y prefiero no estar solo —notó la expresión de lástima en el rostro de la cincuentona, y supo que ya la tenía—. No sé si... pues si me puedo quedar aquí y hacerle compañía. Su presencia me calma bastante, y tal vez un poco de reposo aquí me ayude a sentirme mejor.

     —Ok, cariño —contestó la enfermera, mientras sacaba un frasco de píldoras de la gran repisa llena de medicamentos clavada en la pared. Dejó el frasco en el metálico escritorio, luego de sacar una muestra—. Tómate el tiempo que quieras. Puedes dormir un poco, si gustas. —La enfermera se acercó al bidón y llenó un pequeño vaso de plástico transparente, con agua más fría que tibia. Le alcanzó ambos objetos al paciente, y lo recostó en la camilla, luego de cerciorarse que tragara la píldora y bebiese toda el agua.




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