El Devorador de Lágrimas

9

     Michael estacionó el Honda en diagonal, casi abarcando dos espacios en el parqueo. Abrieron tan fuertemente las puertas, que ambos rayaron una pizca la pintura de las puertas de los carros vecinos. Corrieron, riendo y soltando tonterías en el trayecto. Ya nadie esperaba fuera, pero la puerta seguía aún abierta. El portero todavía se mantenía de pie, pero curiosamente, no era el portero el que ocupaba ese lugar.  

     El hombre era alto, incluso más alto que Michael, pero a diferencia del chico, un gran estómago resaltaba a cualquier distancia. El suéter vino que llevaba puesto encima de la camisa celeste, estaba estirado en su totalidad. Llevaba puesto pantalón de vestir hecho de seda negra, y zapatos en punta de un marrón oscuro, tan brillantes que parecían hechos de plástico. Cargaba ambos brazos cruzados a la altura del pecho, imponiendo autoridad y repartiendo temor a cualquiera que pasara.  

     — ¿Y ustedes? —preguntó el director Williams, deteniendo a ambos jóvenes en el porche de la institución—. ¿Por qué llegan tan tarde?

     — Fue mi culpa, director —confesó Michael—. Hubo un inconveniente en el camino, y... retrasé a Rachel y su hermana de su horario habitual. Discúlpeme, señor. No volverá a ocurrir.

     El director los miró fijamente, saltando la vista de uno hacia el otro. Tenía los brazos en uve, apoyando las manos en su cintura, con una expresión impertérrita que no rebelada ninguna de sus intenciones. Michael compartió una mirada cómplice con Rachel, mientras eran castigados con un incómodo silencio, sintiéndose ambos intimidados, no solo por el cargo de la persona quien les hablaba, sino también por su gran corpulencia.

     — Estupendo muchachos —respondió el gigantón—. Pueden contarme la historia entera en mi oficina, luego de clases. —El director notó la rebeldía en ambas caras, y antes de que ninguno pudiera oponerse, añadió levantando un dedo al aire—. No hay excusas para la impuntualidad en la vida. Entréguenme sus carnets escolares, y pasarán luego a recogerlos en detención.

    Les dejó pasar con una advertencia en el puntaje asignado al comportamiento, y un castigo de una hora en detención por la tardanza. Pero Michael lo sabía, entendía perfectamente su mala suerte, porque mientras Rachel miraba al suelo al trotar entre los autos, Michael observaba al director saliendo de la escuela, y llevando un cigarrillo entre los dedos de la mano izquierda. Justo cuando ambos muchachos se acercaron, el gigantón se guardó el vicio e hizo la vista gorda. Estaba gruñón aquel día, y el muchacho se preguntaba por qué, mientras caminaba acompañando a Rachel hacia su próxima clase.

     — ¿Te puedo ver a la hora del almuerzo? —Le preguntó Michael, antes de que Rachel entrara al salón, donde ya se podía escuchar al profesor de historia relatar sus cuentos con el fervor de un narrador deportivo en vivo.

     — Eh... Sí, claro —aceptó la castaña—. Tengo —"literatura", pensó Michael para sí—... literatura, me parece, así que tal vez demore un poco. ¿No importa?

     —Para nada. Te esperaré en el comedor, no hay problema.

    Ambos se despidieron con tan solo una sonrisa. Rachel ingresó al aula, con la mirada en el muchacho todo el tiempo, y cerrando la puerta aún dándole la espalda a su maestro. Michael entonces, dio media vuelta y siguió su camino. Subió al segundo piso y aguantó las cinco horas de clase que le anteceden al almuerzo, sin complicaciones o distracciones de ningún tipo.

     Por otro lado, Rachel estuvo en todo momento distraída. Ya había pasado un poco más de una semana desde que llegó a Dells, y asistía a la escuela secundaria local. No era muy buena haciendo nuevos amigos, pero aun así, un muchacho se le acercó desde el primer día. 

     Thom era solo un poco más alto que ella, pero definitivamente con más peso. Llevaba el cabello corto, resaltando un pequeño copete al frente, y unas orejas más pequeñas que las del promedio. Era muy alegre y divertido, además de tener un peculiar gusto por las materias que incluyen números, lo que ayudaba enormemente a Rachel, ya que de donde venía, aún no habían tocado algunos temas presentes en el curso.

     Otra chica también se le acercó, al principio solo para ofrecerle un puesto de porrista, ya que Rachel tenía la contextura atlética de una, tal vez le faltaría ganar un poco más de libras, pero ya era delgada y tenía piernas marcadas, gracias que atrás en san Gregory, perteneció por un prolongado tiempo al equipo local de atletismo. Lo dejó luego del divorcio de sus padres, y lo olvidó por completo al mudarse a Dells. Pero luego, para cuando Rachel le explicó esto a la porrista desesperada, no pudo dejarlo pasar. Se dio cuenta que el repentino interés por la sorpresiva invitación, no era más que un intento por llamar la atención de su nuevo amigo.

     Melissa solo estaba celosa del exhaustivo interés que la recién llegada había despertado en Thom. Se les había pegado como chicle, escuchando casi todas sus conversaciones, e interviniendo cada vez que creía oportuno.

     —Te vi con Michael Patton —hincó Melissa, con la punta del lápiz a Rachel—. ¿Ahora él te traerá a clases? —bromeó, echándole el ojo a Thom, sin querer mostrarle un interés genuino.

     —No, no lo creo —respondió Rachel, que aún intentaba trazar las primeras líneas del dibujo a escala de la célula humana, que el profesor Willard Polley había colocado en el centro izquierdo del pizarrón—. Me trajo hoy solo porque... Mierda... —<<clack>>, se quebró la punta del lápiz.

     —Toma. Para que no pierdas tiempo buscando. —Thom le miraba y le tendía un sacapuntas con la mano izquierda. Rachel tomó el tajador y le devolvió una cortés sonrisa. Echó una mirada al cuaderno del muchacho, y notó el pedazo de obra maestra que allí descansaba.

     —Está hermoso —Le comentó, acercándose a su carpeta—. ¿Dónde aprendiste a hacer eso?




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