El Devorador de Lágrimas

11

     Las bolsas seguían en el suelo cuando Michael, Rachel y Julie regresaron al lugar del torpe impacto. No era un completo desastre, ya que el plástico había resistido bastante bien, pero aun así, el mal aspecto se sentía a metros de distancia. Patton estacionó su coche cerca al buzón del correo. Dejó salir un gran suspiro de cansancio al notar lo que debía, y había prometido arreglar.

     —¿Está tu madre en casa? —preguntó Michael, aunque ya sabía perfectamente la respuesta. Hallie Sweet salía hacia el trabajo de lunes a viernes, desde las nueve de la mañana, y regresaba hasta las once de la noche, con un horario extra los sábados, feriados, y varios domingos, por lo que las niñas se ocupaban solas de los quehaceres de la casa, tanto de su protección como de su cuidado.

     —No creo que haya llegado aún, pero tampoco que tarde demasiado —mintió Rachel, por precaución.

     —Pero mamá no llegará hasta las...

     —Cuatro, cuatro y media —interrumpió Rachel a su hermana, incómodamente sutil, y con una sonrisa nerviosa en el rostro—, como dije, no debería tardar.

     Julie ingresó a la casa, yendo y viniendo de regreso a por la mochila de su hermana, ya que Rachel se ofreció cortésmente con el recojo de los desperdicios que Patton había ocasionado horas atrás.

     Les llevó menos de media hora arreglar el desastre, todo entre bolsas de plástico, guantes descartables y sonrisas incómodas. Patton aprovechó la ocasión para preguntar más acera del oficio de la madre de Rachel, de tal manera que pudiera cubrir, y verificar de paso, todo lo que hasta el momento había averiguado sobre ella. 

     Se mostró igual de torpe pero locuaz, tal como al principio. Mantuvo el personaje que debía mostrarle, aquel personaje que creó con el tiempo que tuvo para vigilarla y escogió tan cuidadosamente. 

     Por fin lo había logrado, había escogido a la siguiente chica perfecta, y en todo momento, sin dejar de estudiar los gestos en el rostro de la muchacha, planeaba en cómo deshacerse de la otra. De pronto, Rachel sacó un tema algo delicado para la mente de Patton. Rachel quiso saber un poco más sobre la familia del muchacho. 

     Desde que Patton llegó a Dells, se han creado cientos de versiones de su procedencia, y aún cientos más acerca del oficio de Mathew Patton, el más fresco borracho que la taberna del viejo Holmwood había ganado.

     Los niños lo habían confundido más de una vez con un mendigo del barrio, y los padres ya lo empezaban a usar en cuentos para forzarlos a dormir o comer verduras. Jamás se le vio con una mujer, y rara vez su hijo hablaba sobre su madre, así que la idea de que él haya tenido algo que ver con su muerte, no le parecía tan disparatada a los pobladores en Dells.

     Michael desconoce por completo de dónde llegó la idea acerca de que su padre era un espía, un sicario, un narcotraficante. Más de una vez adictos han pasado por su puerta preguntando por hierba, a lo que Michael solo atinaba a despedirlos afablemente, mientras por otro lado, su padre siempre les amenazaba con tirarles los dientes, tal y como lo hizo con el gordo Peak cuando este le insinuó lo que Mathew consideraba estupideces.

     —¿Y cuánto tiempo llevan viviendo aquí en Dells? —Rachel trataba de evitar el contacto visual, pero algo en el muchacho le parecía irresistible.

     —Casi dos años... En enero se cumplen dos años. —El guante de Michael se desgarró por un pedazo de vidrio entre los restos que recogía. Hizo un gesto con los labios, colocó el guante roto dentro de una bolsa naranja que le ofreció Rachel, y lo repuso en su mano con uno nuevo.

     —¿Y por qué escogieron Dells? —Rachel se sentó en la vereda, y tomó la rota caja de guantes encima de sus piernas.

     —Mi madre era de aquí —suspiró.

     —Ella... ¿Cómo falle...? —La muchacha se detuvo. Jugaba con un par de guantes que acababa de sacar, tratando de mantener despejada su mente. No quería entrometerse de más en la vida de alguien que acababa de conocer, y menos por rumores provenientes de Melissa.

     —No hay problema. Pregunta.—Le animó Patton—. Sé que los chicos de la escuela hablan tontería y media acerca de él —Michael dejó la bolsa a medio llenar en el suelo, suspiró y se sentó al costado de Rachel—. Sé que mi padre puede dar miedo a veces... Pero mi madre falleció en un accidente, él no tuvo nada que ver con su muerte. Desde entonces no ha podido parar con la bebida. Es un mal hábito que persigue a todo aquel que sufre desgracias y no tiene ningún otro apoyo de donde sostenerse.

     —¿La extrañas?

     Los ojos de Michael se tornaron acuosos. Su respiración; entrecortada. Tragó fuertemente saliva y se lamió los labios de dentro hacia fuera. Se secó una pequeña y delgada lágrima que quería escapar de aquella hermosa prisión en sus ojos, llamada pestañas. Miró directamente a los de la muchacha, y trató de parecer lo más convincentemente posible que podía en aquel momento.

     —Como no tienes idea... —sonrió tristemente el muchacho.

     —Bueno, tienes razón en eso. No tengo idea de lo que es perder a mis padres. Ellos siempre están hablando de mi futuro y me comparan constantemente con mi hermana... me dicen siempre que no debería seguirle los pasos. —La muchacha levantó la vista hacia Patton, y sintió lástima al darse cuenta de su egoísta comentario—. Lo siento, no me di cuenta. Debes pensar que soy una idiota que solo piensa en sí misma.

     —Para nada... Eres de las pocas personas que ha sido lo suficientemente valiente como para preguntarme por ella —levantó otra vez el mismo brazo, y se secó otra resbaladiza gota que rebalsaba la humedad en su ojo derecho.

     —Ven. —La muchacha le lanzó los brazos al cuello, y lo apretó lo más fuerte que podía, era tanta la intensidad, que parecía quería ahorcarlo en lugar de causarle consuelo.

     —Di que me quieres. —Le ordenó Patton, una vez se soltó de la tierna llave propinada por la fémina—. ¿Podrías hacerlo? Al menos una vez... Di que me quieres.




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