El Devorador de Lágrimas

13

     —Michael... —Rachel se acercó al muchacho por la espalda, y le tocó el hombro— ¿Michael?

     —Hola Rachel, ¿Cómo has estado? —Patton volteó, y le mostró una tímida sonrisa, mientras sostenía la charola con un postre de chocolate encima, una rebanada de pizza y un refresco de cola negra.

     —¿Dónde te metiste la última semana? —reclamó calmada, tanto que por poco Michael no nota aquella seña en las cejas que revelaba la ansiedad en el rostro de Rachel— Te esperé el viernes... ¿Dije o hice algo que te molestó aquel día?

     —No, no... Para nada —Michael se lamió los labios, al notar que ella los miraba de reojo—. Estuve —"tratando de ocultar un cadáver...", pensó—, de campamento con mi padre. Sí... Salió de improvisto, y pues, olvidé el teléfono en mi cuarto, así que estuve totalmente desconectado el fin de semana y el resto del tiempo.

     —Oh... Entiendo. —la muchacha sonrió por compromiso, ocultando su desconfianza en las palabras de Patton— ¿Y cómo te fue? ¿Todo salió bien?

     —Sí —contestó Michael, fuerte y claro, ahora con una genuina sonrisa pegada a la cara— Salió como lo esperaba.

     "Salió como lo esperaba.". Las palabras de Patton hacían eco en su cabeza, y dañaban su corteza con cada rebote.

     Era cierto, las cosas con Ariana salieron mejor de lo que pensaba, al menos a corto plazo. Ya hacía una semana que la arrojó al lago de Sal, y no había tenido ningún imprevisto desde entonces.

     Se distrajo un momento por la sensación, hundiéndose por completo en sus pensamientos. Veía cómo el lugar se movía más lento, y la imagen cambia de repente. Estaba nuevamente en la carretera, con las manos en el volante, y las luces del frente que señalaban el puente. Bajó, pisando niebla y respirando los primeros copos de nieve, y se acercó a la baranda, echándole un vistazo a lo que sería el eterno descanso de Ariana Torres.  

     "Se ve prometedor. Pero, ¿cómo la hundo?", las piedras en el lago eran todas de un tamaño promedio, y bastantes livianas a la vista. Tuvo que dar la vuelta entera, cruzando por un pasaje que pasaba muy de cerca al trabajo de Hallie Sweet, la madre de Rachel, que para entonces jamás pensó conocer. Michael miró de reojo al hotel, curioso por si alguien le reconocía.

     Ya eran más de las dos de la mañana, así que era parcialmente seguro andar por las calles sin toparse siquiera con algún alma en pena. Aparcó el auto cerca a unas escaleras de madera pulcra que te guiaban a un sector más bajo, directo a la orilla de lo que buscaba. 

     El silencio era doloroso, y el frío; punzante. Michael respiraba con dificultad gracias a ello. No estaba nervioso, no estaba asustado, al contrario, estaba listo para dejar ir, y darle la bienvenida a aquella muchacha que tan preocupadamente lo había ido a buscar a la cafetería. 

     Revisó a la redonda, y notó tres objetos que resaltaron a su aguda vista: una cadena, sujeta y enrollada a un fierro en forma de L que sobresalía de la pared del hotel; un contenedor de basura de plástico, con la tapa abierta y el olor al ras de ella; y por último, tablones de madera apiñados justo al costado de lo que parecía ser un puente en sus albores. 

     Se apresuró al fierro, desenredó la cadena y se la echó al hombro, la colocó delicadamente a faldas del recién empezado puente y se empecinó en la búsqueda de su segunda idea. La vio cerca de un arbusto, allí donde el bosque consigue su nombre. Era gorda y maciza, lo suficiente para que Michael no pudiera cargarla con ambas manos. Levantó un tablón, de los que servían como base en el puente, y lo puso debajo de la inmensa roca. Empujó el otro extremo, haciendo palanca, arrancándola de raíz y desmembrando la tierra asentada en sus partes bajas. La roca cedió y siguió rodando con la ayuda de la tabla, hasta el extremo primero del puente, acompañando a la cadena en aquella fría y borrosa madrugada.  

     Regresó a su auto, debía llevar el encargo que dejó allí, y que le estaba esperando tan pacientemente. Abrió la cajuela, quemándose los dedos con el latón del pestillo, que estaba ya bajo cero en temperatura. 

     Observó a su alrededor, y al notar que solo la niebla lo acompañaba, cargó a Ariana y la dirigió al exacto lugar que revisó hace unos minutos. La recostó en el helado mar de piedras que le sirven al lago de orilla. 

     Se deleitó un último instante de la silueta que tenía en frente, de aquel delgado y desnudo cuerpo sin vida que parecía sonreírle a la luna. Siempre se había deshecho de los cuerpos cubriéndolos al menos con algo de ropa, una pieza totalmente distinta a la que tenían la última vez que fueron vistos, de tal manera que ello pueda desviar a los husmeadores, pero esta vez era distinta a todas las anteriores, esta vez no tenía con qué cubrirla, y mucho menos quería hacerlo. Ella solo fue la práctica, la prueba de que Patton aún puede hacer lo que se le venga en gana sin recibir castigo alguno, y una primera muestra no recibe el mérito, la recibe la que al final funciona.  

     —Me alegro. —Rachel le echó una sonrisa tímida, de esas en donde solo se arquean los labios, pero no se expresan los ojos, y trató de despedirse con la mirada.

     —Eh... ¿Podemos hablar?

     —Estamos hablando.

     —Me refiero a... Ya sabes, en privado.

     —Ok —agitó la cabeza rápidamente de arriba hacia abajo—, ¿Después de clases?

     —Está... Está bien, después de clase está bien. —Rachel se alejó, pausando el paso, esperando que el muchacho le detuviese, pero no ocurrió.

     Lo que tampoco ocurrió como su autor lo hubiera querido, fue la tumba de Ariana. Michael sabía que el peso de la roca sujeto al tobillo derecho de la muchacha la hundiría sin duda alguna, y la mantendría soldada al fondo del lago lo suficiente como para que el clima guardara evidencias, dejándole al tiempo el verdadero trabajo de borrarlas por completo. 




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