El atronador sonido de la alarma le devolvió el alma a Rachel, que flotaba encima de su cuerpo y soñaba con un mundo multicolor a ojos vendados.
Se desperezó lentamente, ampliando los brazos hacia el techo y bostezando de oreja a oreja, mostrándole a su recámara toda esa fila de dientes perfectamente alineados dentro de su boca. Se desenredó el cabello con un peine de mano al llegar al baño.
Se lavó el rostro, y se echó agua a los brazos. Se puso un top deportivo negro, con una fina raya que indicaba los bordes que se ajustaba a su delgada figura, y un jogger que iba con las líneas níveas. Recogió sus zapatillas deportivas, un brazalete de muñeca ancho y elástico, y un reloj ya colocado en modo de cronómetro.
Bajó a trote hasta la cocina, no sin antes echar una mirada al cuarto de su hermana. Estaba con las sábanas casi en el suelo, y el ombligo casi a la vista. A su costado, tiernamente acurrucada, se encontraba Dormilona. Pobre gata. Su madre tuvo que dejarla encargada con los Bullock para que la cuidaran. Luego de un emotivo discurso por parte de Rachel, defendiendo la inocencia y el entusiasmo de la pequeña Julie, ella les dio permiso de tener una mascota, pero con la condición de que se la regresaran a la señora Shepard, hasta que la pequeña felina ya pueda andar por sí sola, y no depender demasiado de su propia madre.
Una vez en la cocina, todo ocurrió suficientemente rápido como para ni siquiera notar que estuvo en casa. Tomó un vaso de agua, lo bebió sin bajar el brazo, se colocó un par de audífonos inalámbricos conectados a su teléfono, y salió a la marcha.
—Te dije que pasaría.
—Es cierto, has acertado. —sonrió Patton, al ver salir trotando de su casa a Rachel—. Solo debí esperar ocho horas sentado en cuero arrugado.
—Salió a correr, Michael. Esto no es una coincidencia, esto es el destino gritándote al oído que ella es la indicada.
Rachel se coló por la primera salida que vio. Notó que para ser tan temprano (6:00 a.m.) la gente ya empezaba a dar señales de vida a su alrededor, así que prefirió la quietud que la fría y nublada mañana del espeso bosque podía ofrecerle.
Aquellas serpenteantes veredas que guardaban la espalda de la ciudad, lucían espléndidas a los rayos de sol que se colaban entre el cielo. Use Somebody era suavemente cantada en sus audífonos, mientras empezaba a tomar ritmo el trote.
Era difícil respirar con tanta humedad en el aire, además que el resbaloso estado de las veredas le había forzado a bajarse a la pista, que por suerte (o más por costumbre) estaba completamente vacía.
Algunos arbustos ya se encontraban ocultos de una fina manta blanquecina, al igual que pequeños trozos de pasto y motas en las copas de los árboles. Se arrepintió del top deportivo cuando sintió una helada brisa arañarle la espalda, pero ya estaba lejos, no iba a regresar solo por un abrigo. Además, bien conocía que al poco tiempo de trote ya entraría de pleno en un penetrante calor, que la arroparía de manera natural en cualquier momento del trayecto.
Michael siempre estaba presente dentro de aquella castaña y atolondrada cabeza. Aquella primera salida dentro de esa casi desolada ciudad, no era solo para ver crecer una profunda sonrisa en el rostro de su madre, era también para ella, para tener un momento a solas consigo misma y aclarar los sentimientos que aquel muchacho le provocaba.
Mientras el helado viento le silbaba el rostro, olvidó por completo el sonido en sus tímpanos, y el correr del cronómetro, y se centró principalmente en la pedida de la tarde anterior.
Notó a Michael algo tímido, más que de costumbre, y muy dubitativo. Tal vez la naturaleza de un chico callado y no tan social le obligue a actuar de esa forma cuando está bajo presión, y en ella eso causaba un efecto dominó, que tumbaba todas sus defensas y la dejaba desnuda de pies a cabeza frente a sus ojos.
A pesar de pensar en comportarse eternamente molesta con él, por no haberse contactado ni una sola vez al ir de campamento con su padre, no pudo mantener su palabra, y caer nuevamente en su deleitante carisma.
Un resonante ¡HONG! la despertó de su ensueño al trote, y le avisó que la carretera estaba cada vez más cerca, que debía voltear y rodear el vecindario si no quería coger los apresurados y feroces vientos de la autopista.
Divagó entre regresar y entrar en una avenida poco conocida para ella, pero vacía del todo. Calculó rápidamente dónde se encontraba su hogar detrás de tan pocas casas alineadas, y se decidió por la continua quietud del asfalto, que le proporcionaba un emocionante y escandaloso pensamiento a solas.
Vio de reojo que un auto entraba y cogía su salida, así que se apresuró a llegar hasta la esquina y voltear hacia su izquierda. Aquel último pique la hizo perder el compás de sus respiraciones, y el ardor en la garganta le hizo toser con esfuerzo. Se recuperó rápido, ayudándose con pequeñas bocanadas, recuperando el ritmo a los pocos pasos. Para cuando llegó a la siguiente calle, decidió continuar de largo, paralelamente a la autopista, y siempre tratando de recordar dónde dejaba su hogar atrás.
Michael no se veía para nada bien aquella tarde en el almuerzo. Sweet definitivamente pensaba que algo le había ocurrido, bien a él o a su padre. Había escuchado más de una vez por parte de sus compañeros, que aquel tipo tenía muchos problemas sin resolver, así como también, sus leyendas urbanas aumentaban cada vez que conocía a alguien nuevo.
Por ello, entendía perfectamente el comportamiento de Michael, tan evasivo a mantener o sostener si quiera una conversación con cualquier idiota de la escuela. Pero tal vez, solo tal vez, aquellas historias tendrían su alguito de verdad dentro. Solo había visto al padre de Michael una vez, y de pura casualidad, la primera vez que salió con su madre y su hermana de casa, a las pocas horas de llegar a Dells.
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Editado: 19.06.2020