El Devorador de Lágrimas

2

     —¿Podría decirme qué sucedió? —Maddy Peck se secaba las lágrimas que le brotaban a chorros, tal Magdalena ella, frente a la policía del estado. El oficial, con la libretilla en mano, y la espera cargando, miraba a su alrededor en busca de consuelo, o más bien; ayuda. Trataba de ubicar a una oficial mujer con la que la señora Peck pudiera desahogarse en total libertad, y sin tener que ponerse incómoda por su repentina ineptitud social—. Señora... Trate de calmarse. Su marido está perfecto. La herida de bala ha sido superficial, no hay de qué temer.

     —¿En serio oficial? —Los enormes ojos verduscos resaltaron bajo la luz de la madrugada, humedecidos con la esperanza de que a Steve, el de la gasolinera, no le haya pasado nada malo, y no perder el folle de la semana que tanto le hacía falta con su esposo fuera—. Espere... ¿Ha dicho esposo?

     —¿No es su esposo?

     —No... Es solo un amigo de la familia. Trabaja a unos cuantos bloques hacia la 42. Vino ni bien le avisé lo que estaba pasando en el costado. Por cierto ¿Cómo están ellos? —Repentinamente, las lágrimas se convirtieron en orejas puntiagudas, feroces para con el chisme.

     —La pareja no tuvo tanta suerte como usted y su pequeño.

     —¿Son ellos? —preguntó Maddy, apuntando hacia las camillas que llevaban mantas encima de bultos, que por el contorno parecían cuerpos humanos recién envueltos.

     —¿Podría decirme qué ocurrió? Por favor —insistió el oficial, tratando de desviar la atención de la chismosa vecina.

     —El tipo entró por la fuerza a mi casa. Nos dio un tremendo susto a mí y a mi niño... Que por cierto, quedó completamente aterrado con lo que vio al frente, ¡Eh! Hasta podría confundirse, digo yo.

     —¿A qué se refiere?

     —A que a la señora del frente la violaron... Sí —agitaba la cabeza Maddy, de arriba hacia abajo con un ímpetu infantil—. Yo escuché los gemidos de la vecina... Y pensé por un momento que era pues, ya sabe, su marido... Pero no, mi hijo me avisó que es que hacían mucho ruido afuera, y pues yo solo salí a verificar, pero por la ventana... Que quede claro, ¡Eh! Que yo no soy ninguna chismosa, que solo salí porque mi hijo se quejaba del ruido, y pues que salgo y que veo que a la vecina le están hundiendo el hueso...

     —Señora Peck, por favor, cuide su vocabulario. Recuerde que está hablando usted de una finada. Respete.

     —¡Ah! Entonces sí eran esos dos que llevaban bien enfrasaditos ¿Verdad?

     —Señora Peck, por favor. Necesito su declaración para que la fiscalía no intervenga, ni presente cargos contra el señor Steve...

     —Ok, ok, ok, ok oficial. Como usted guste. —Le interrumpió—. Entonces... Noté que la vecina, la señora Rhodes, estaba gritando más de lo normal... Y me refiero a que se queja todos los días... Ok, ok, está bien. Se quejaba todos los días. Y pues, abrí más la cortina y vi a un hombre extraño encima de la señora Rhodes, y yo sé que esto puede ser irrelevante, pero esa chica estaba muy joven para casarse y yo entendería si en verdad aquel tipo era su amante, y no el loco este que mata gente por las noches...

     —Cuando ingresó a su hogar, ¿El tipo le hizo algún tipo de daño? O a su hijo. ¿Los agredió verbal o físicamente?

     —Eh... —Maddy se tomó su tiempo antes de contestar esta. Tiempo que el oficial notó extraño, porque desde que empezó a hablar, ni las lágrimas pudieron callarla—. No... No nos hizo nada. Mi niño y yo nos escondimos en el sótano, y cuando el tipo entró rompiendo la puerta, me empujó... Creí que iba a abusar de mí como lo hizo con la señora Rhodes, pero llegó Steve y llamó su atención. El tipo lo siguió hasta la calle y le metió un disparo. Fue allí cuando ustedes llegaron. No pasó nada más.

     —¿Está segura de ello, señora Peck? —Le quiso animar a hablar, ya que notó algo en sus ojos que le decía al oficial: "Está mintiendo."—. Porque solo quiero recalcar que está segura ahora. No le va a pasar absolutamente nada por hablar. Y si tenemos su cooperación en el caso, podemos pedir más años para ese imbécil.

     —No oficial, no me hizo nada. Y si ya no tiene más preguntas, me gustaría retirarme. Quiero ver a mi niño. Debe estar asustadísimo con todo este alboroto.

     Y claro, qué iba a confesar si muy dentro de ella, lo gozó. Maddy tenía muy en claro que las acusaciones contra el merodeador nocturno superaban las cien. Era sencillo sacar a conclusión que le iban a dar cadena perpetua, y si las leyes no fueran tan permisivas hoy en día, tanto como lo fueron ayer, el tipo estaría en la silla pasado mañana. Eso lo tenía muy en claro, así que una declaración de violación rectal solo embarraría su estándar, su imagen. 

     Ella era la esposa de un soldado condecorado, un soldado en su segundo servicio. Ya demasiada mierda tenía Killian con todo lo que vivía en esas tierras desiertas, llenas de pobreza y hambre, pero tan secas como la vida sexual que ella tenía que soportar en su ausencia. Es por ello que necesitaba a Steve. Para que humedeciera su zona de mujer mientras su marido no podía. 

     El merodeador nocturno solo hizo lo que Steve podría hacerle cualquier noche. Era cuestión de tiempo, cuestión de que el muy idiota se lo pidiese. Así que no. No iba a gastar saliva en acusar una acción que en el fondo, muy en el fondo, le gustó.  

     —¿Te gusta ir a la escuela? ¿Sí? ¿Eres un buen alumno? —Una joven oficial tenía a Derick sentado en el sofá de la sala, mientras ella, arrodillada sobre la alfombra frente a él, le hacía preguntas para distraer su atención mientras su madre era interrogada.

     —¿Dónde está mamá?

     —Tu mami está contestando unas preguntas con un policía, allí fuera de casa. No tardará mucho tiempo, lo prometo.

     —¿Por qué está afuera?

     —No te preocupes, todo estará bien, cariño. Tu mami debe contarnos lo que pasó aquí, y así poner en la cárcel a aquel hombre malo que quiso hacerles daño.




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