A pesar que el taxi demoró unos quince minutos en llegar, la demora del psicólogo le dio tiempo suficiente a Michael de empacar todo lo necesario. Entre ello algunas jeringas extras, cuerdas de látex, guantes de cirugía, una botella con agua y los implementos personales de Rachel. Todo ello cabía en su confiable mochila, donde ya tenía lo usual para dormir a sus víctimas.
Salió al frío clima de Dells para guardarla en la cajuela de su Civic, pero sobre todo para echar un vistazo a su alrededor. No sabía si le quedaba mucho tramo antes de que descubrieran que estuvo mintiendo todo el tiempo. Michael confiaba que su coartada le sirviera al menos un par de días, horas suficientes como para adelantar los procedimientos que le aguardaban a Rachel. Ya había creado una nueva historia, ahora solo hacía falta fortalecerla.
Regresó al sótano a por la dormida Rachel. La chica se mantenía en la incómoda posición que obtuvo al poner de costado la mesa donde estaba atada a punta de forcejeos violentos y espasmos de pavor. Su cuerpo, algo magullado por la caída y las ratas, estaba más pálido que de costumbre. Su cabello empezaba a notar la presencia de la grasa natural lubricadora y trampa mortal de suciedad. Patton la liberó dejándola caer y besar el suelo. La cargó con delicadeza, tratando en todo momento de no dañar su preciado nuevo lienzo, y la trasladó hasta el maletero de su coche. Echó un último rodeo con la vista al lugar, y al notar que estaba despejado, decidió empezar el recorrido hasta su lugar especial en medio del bosque, y lo que según el plan acabaría como el último lugar al que Rache Sweet visitaría en su miserable vida.
El motor no hizo más que calentar y avanzar solo uno cuántos bloques, para que Michael se diera cuenta que estaba siendo perseguido por un vehículo a unos cuantos metros de distancia. Al parecer el cuento no había satisfecho a la policía el tiempo suficiente para que al menos le diera la oportunidad de esconder a Rachel. Lo único que le quedaba a Michael era improvisar, cosa que no se le daba a mal cuando realmente era necesaria.
—¿Estás seguro que es él? —preguntó Herrera, que llevaba el cinturón sin abrochar y el cuerpo que se balanceaba con el movimiento del auto.
—Sí, ese es su carro.
—¿A dónde crees que está yendo?
—No tengo idea, pero será mejor averiguarlo sin que se entere.
—Pero Hunt dijo que lo lleváramos de inmediato, Brendan.
—Sé lo que dijo Hunt, y francamente me importa un carajo. —El detective Mondy se secó el nervioso sudor de la frente antes que este le impidiera ver la placa de Michael con claridad. Era de las pocas veces que desobedecía órdenes directas de un superior, pero algo le decía que Patton les estaba conduciendo directo hasta Rachel.
—¿No crees que es mejor esposarlo y llevarlo directo con Hunt? Aclarar de una vez por todas si él la tiene o no.
—Seguirá mintiendo. No sé qué dirá esta vez, pero sé que lo que diga será mentira. No dejaré que se vuelva a escapar.
—¿Y qué tal si lo estás haciendo justo ahora? ¿Qué tal si no capturarlo ahora, significa dejarlo escapar?
Cegado por sus instintos, Brendan Mondy ignoró el consejo de su compañero, alargando la penumbrosa vía del dolor para Rachel, ya que si tan solo hubiera tenido la sensatez de arrestar a Michael en aquel preciso instante, hubieran encontrado a Rachel aún con vida en el maletero. Pero las cosas se dieron de manera distinta, y fue la impaciencia de Brendan lo que favoreció la suerte de Michael, al que últimamente a pesar de todo, los sucesos se habían alineado a su favor de alguna manera.
Astuto Michael, los guió por el camino erróneo. Ingresó un valle antes del indicado, adentrándose a mitad del bosque camino a uno de esos lugares que descartó por no tener las medidas necesarias para matar a una persona. Estacionó su Civic en el porche del destartalado almacén y apagó el motor.
Se estaba arriesgando, al no saber quién era su depredador, pero no veía otra salida. Confiado en los sentimientos de su persecutor —o persecutores—, bajó del auto y caminó despacio hacia el maletero. Movió a Rachel como si fuera una muñeca usada y lista para desechar, tomó y abrió su mochila y simuló haber perdido algo en su interior, para finalmente cargarse la maleta a los hombros e ingresar al almacén, cerrando antes el maletero con Rachel dentro. Una vez que ingresó al vetusto recinto tuvo que actuar rápido. Sacó su cuaderno de apuntes y un lapicero negro, para empezar a dibujar.
Dibujó cielos con flamantes nubes en él, un universo cuyas estrellas sangraban destellos, un crudo cuerpo humano hermafrodita, un paisaje cuyos árboles tenían brazos como ramas y cuyos caminos eran ríos de mierda. Trató de hacerlos tan macabros y difíciles de interpretar como para comprarse tiempo al dejarlos atrás. Dejó también en un rincón, el lapicero con el que dibujó los obscenos trazos, una bolsita con unos cuantos gramos de marihuana y un par de guantes de cirugía. Se agachó un segundo antes de abandonar el lugar, y desató su zapatilla, despojándola del pasador y usándolo al salir para asegurar la puerta sin manija. Lo sujetó fuerte, creando fricción entre las hebras de la pita, y regresó a su auto. Encendió el motor y avanzó lentamente para presenciar el éxito en su trampa. El anzuelo estaba puesto, solo faltaba que piquen.
—¿Qué está haciendo? —dijo Herrera, sin entender qué hacían en propiedad de Fells.
—Guarda silencio y observa.
Se habían estacionado a mitad del bosque, aplastando troncos y piedras a una moderada distancia para no llamar la atención.
—Ya entró... ¿Qué habrá dentro?
—¿Qué crees que haya dentro? —Le retó Mondy, cuya mente ya flotaba tan alto como su desesperación le dejaba.
—Rachel... Brendan, si la chica está dentro, debemos intervenir ahora. Tal vez podamos atraparlo en el acto.
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Editado: 19.06.2020