El Día

IV

El lunes llegó sin contratiempos; ese día me desperté temprano a eso de las 5:00 am, me sentía emocionada, al estar cepillándome el cabello me di cuenta —creo que por primera vez estoy emocionada— me dije sonriendo ante el espejo. Al salir de la casa mi madre me despidió en la puerta. Me presenté media hora antes; ya que después de la noticia del empleo durante estuve en casa había leído el reglamento y una noche durante la cena mi padre me aconsejó que tratase de llegar antes de la hora prevista. Al llegar a la empresa me dirigía a la oficina de recursos humanos, pero Carlota no estaba, no sabía si aquel hombre estaba en la oficina y no me atreví a llamar a la puerta para enterarme, sin saber qué hacer me senté en una de las sillas que estaban cerca de recepción; diez minutos después vi a la joven entrar a prisa, cinco minutos más tarde entró saludando.

— Ya te anuncio —me dijo, tomó el auricular y lo hizo— puedes pasar.

— ¡Wou! ¿Ya está ahí? —expresé.

— Sí. Siempre viene una o media hora antes de las ocho, pasa te está esperando y casi son las ocho para que inicies.

Afirmé con un suave movimiento de cabeza, avancé con rapidez, respiré hondo y entré saludando, él contestó el saludo, pidió que me sentase, me dio el contrato, dijo que lo leyese; mientras lo hacía le oí hablar.

— Tendrás tres meses de prueba —decía— por lo que se le pagará un sueldo no muy alto el monto está reflejado en el párrafo que observa; sí logra pasarlos este subirá a la cantidad siguiente, los pagos son quincenales… —hizo una pausa para guardar unos papeles y añadió— usted verá si acepta.

Leí el contrato velozmente, sabía que faltaba poco para las ocho, de mi bolso saqué un lapicero y le vi directamente.

— Claro que lo acepto —contesté y firmé, posteriormente se lo entregué.

— Bien, vaya con López para que le den su uniforme.

— Perdón. ¿Quién es López? —pregunté incrédula.

— Mi secretaria que está allí afuera.

— ¡Ah! Carlota.

— Sí. Vaya.

Salí, Carlota me llevó a una habitación como bodega, ahí le dio unas indicaciones a una mujer, esta me miró y fue a buscar algo, se acercó con un saquito de mujer de oficina (creo que se llaman blazer), <<mídetelo>> indicó, en el acto lo hice, era mi talla, me gustó como me quedaba, luego me lo pidió.

— ¿Cuál es tu apellido?

— Galiano.

Observé sorprendida como con una maquina le puso en la parte superior derecha del pecho mi apellido, posteriormente me lo entregó y me lo puse nuevamente.

— Vete ahora a tu escritorio —refirió López— faltan dos minutos para las ocho.

Subí casi corriendo al segundo piso; con cierta alegría me senté en el escritorio. Aunque esto se me había olvidado mencionarlo había conseguido trabajar de lunes a viernes por mis estudios, aunque solo fuera por un año y en ocasiones trabajaría los sábados e incluso los domingos cuando el trabajo estuviera ajetreado, pero que no era muy seguido para una secretaria; cuando terminara el secretariado trabajaría lo normal de lunes a viernes y los sábados hasta medio día. Esto lo había fijado con Mairena, el apellido del hombre de recursos humanos, el de mirada fría. Una vez sentada ante el escritorio me puse nerviosa, comencé a sudar helado, miraba a todos lados buscando tratar de tranquilizarme; de pronto la puerta de la oficina de gerencia de puntos de ventas, apareció un hombre ceñudo, de complexión recia rallando casi en obesidad, ojos pícaros de expresión un poco pervertida (aunque en ese momento por mi inexperiencia no lo supe identificar), cabello cenizo a causa del contraste de ciertas canas mezcladas con el cabello oscuro, de piel morena, estaba enfundado en los trajes típicos de oficinas, contaba con unos 45 años de edad. Al salir fijó sus ojos en mí, lo que me asustó un poco.

— ¿Tú eres la nueva secretaria? –preguntó.

— Sí, señor.

— Pase a mi oficina.

Al terminar la frase cerró la puerta. Me puse de pie y obedecí la orden, al entrar y sin siquiera disimularlo observé como aquel tipo de edad me recorría con la vista de pies a cabeza, con una mirada que me produjo repugnancia. Me quedé pegada a la puerta sin atreverme a acercarme.

— Pase, siéntese —dijo.

Con nerviosismo obedecí y me senté quedando frente a frente, pude identificar su apellido en el carné: “Lic. García… Gerente de Puntos de Ventas”.

— Bien. Es un gusto tenerla en la empresa —expresó atropelladamente— soy su jefe inmediato licenciado Pedro García… y ¿tú?

— Galiano Avilés su secretaria —dije sin perder un temor que apareció de pronto.

— Su nombre ¿cuál es?

— Prefiero ser llamada por mis apellidos, por eso no doy mi nombre. Espero no incomodarle.

— No, para nada —me miró a los ojos, después me pasó una hoja con un mensaje— tu primer trabajo será elaborarme una circular con ese mensaje, cinco copias —asentí, luego me entregó un folder lleno de documentos— después archiva esto.

— Enseguida, señor.

— Sí te necesito te llamo.



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En el texto hay: felicidad, libro, amor y llanto

Editado: 15.10.2021

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