El Día

V

Amaneció, abrí los ojos era sábado, no quería ir al trabajo por el incidente reciente, pero debía ir. Una vez en el trabajo me sentía un poco incómoda. A las ocho y media sonó el teléfono, era la línea directa, levanté el auricular, tronó la voz que aborrecía, la escuché con un tono diferente como de más seriedad, lo que me hizo pensar que había entendido mi antipatía. Entré a la oficina saludando por educación, pero no me respondió, me dio lo que debía laborar, cuando me senté en mi escritorio me alegré ya que eso me manifestaba distancia.

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Tres meses después en los cuales García no había intentado nuevamente invitarme a salir. Pero un viernes cuando esperaba en la recepción aguardando a que mis compañeras bajasen sentí la vista indiferente de Gabriela, que esta esperaba a Marta la auxiliar contable, en eso escuché el ascensor, estaba frente a él, observé como se abrieron las puertas, de este salieron los jefes, conversaban entre ellos muy animosamente.

— ¿Nos vamos? —escuché a Henri el mercadólogo.

— No —dijo Marcelo Chamorro el presidente— falta Mairena.

En eso escuché que me llamaban como en un susurro, volteé, al hacerlo pude observar con desagrado que era mi jefe.

— ¿Vamos almorzar? —preguntó.

— No —respondí a un tiempo que negaba con la cabeza.

El viejo se me quedó mirando con una expresión que no supe interpretar. En esos instantes sentía otra mirada, era Gabriela que veía con los ojos muy abiertos a García y a mí, lo hacía sin disimulo, estaba atenta a todo. Escuché unos pasos y el taconeo de las chicas que bajaban las escaleras, cuando iba a voltear habló nuevamente el impertinente.

— No seas así, vamos te va a gustar.

— Ya le dije que no —solté un poco alterada— no insista.

Al decirlo giré en redondo para salir, pero al hacerlo casi tropiezo con Mairena y Chamorro, los que distinguí observaban de reojo, les ofrecí disculpas. Salí apresuradamente, las chicas salieron detrás preguntando lo que había ocurrido, durante el almuerzo les conté lo sucedido, mientras Julia corroboraba todo con lo que había presenciado la noche del primer asedio. Los días siguientes noté que mi jefe me trataba con sequedad, lo que a mí me agradaba, pero no sabía que muy pronto todo se volvería un caos.

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Dos meses pasaron en los cuales pude notar que el carácter de mi superior se acervaba más. Yo pensaba que todo aquel cambio de humor se debía a mis rechazos a sus invitaciones, que quizás por su forma de mirar perseguían otras intenciones, seguramente nada buenas. Lo que no me interesaba porque mil veces prefería el trato áspero en la oficina, que salir con él, aunque solo fuera a la esquina.

Pero muy pronto descubriría que el carácter de García no solo se debía a mis negativas, sino a otras que significaban sacarme del camino. Un jueves llegó Carlota, la observé un poco agitada.

— ¿Qué sucede? —le pregunté.

— Es que vengo casi corriendo —lo decía pausado por su respiración afanosa— antes de que mi jefe se entere de que no estoy.

— Pues dime.

— Ya sé a qué se deben los cambios de humor de tu jefe.

— ¿Por los desplantes?

— No —la escuché un tanto curiosa, se acercó hacia mi musitando— Gabriela.

— ¿Qué?

— En el almuerzo te cuento.

Se perdió escalera abajo, mientras pensaba ingenuamente qué tendría que ver en todo eso Gabriela. De repente me llegó al pensamiento “mi puesto”; pero ¿cómo lo conseguiría? Esperaba ansiosa la hora de descanso. A las 12:15 pm nos encontrábamos en Ricuras comiendo el plato del día.

— Bien Carlota, cuéntame —pedí.

— Oh sí, claro.

— ¿Qué pasó? —preguntaron las demás con curiosidad.

— Ya les cuento —dijo López, mientras se disponía a relatar— es que ayer, como salí tarde, vi que Gabriela se retocaba el maquillaje, aún estaba en la recepción a pesar de que ya hacía mucho que su hora de salida había pasado. Obviamente esperaba a alguien, cuando marcaba mi hora de salida vi que Pedro el jefe de Karina salía del ascensor y ella se apuraba a recibirle, después él la rodeó con un brazo, al salir yo iba tras ellos, ambos se montaron al automóvil de él y se perdieron.

— ¿Y eso qué? —pregunté.

— No seas tonta, Karina.

— Sí —insistió Griselda.

— No vez que ella puede hacer que tu vida en el trabajo se te vuelva cuadritos. Sí ella tiene una aventura con él, mientras dure, ella puede influir para que el viejo te trate mal, hasta que te saquen de la empresa y ella se quede en tu lugar.

Me quedé anonadada ¿sería posible?, esperaba que no. Pero al poco tiempo me daría cuenta de que lo que mis compañeras me decían era cierto, el trabajo muy pronto se me volvería un infierno obligándome a tener que dejarlo.

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Dos semanas después el carácter de mi jefe empeoró, me exigía al máximo, le empezaba a encontrar defectos a casi todo lo que hacía, era tanto lo que me disponía que llegaba a mi trabajo 2 horas antes y salía 3 o 2 más tarde, así llegué a terminar lo que quedaba del año.



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En el texto hay: felicidad, libro, amor y llanto

Editado: 15.10.2021

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